Capítulo 161
El tiempo pareció detenerse cuando Simón se interpuso entre Violeta y el peligro. Su cuerpo actuó por instinto, moviéndose con una velocidad que ni él mismo sabía que poseía. En ese breve instante, su rostro reflejó tal alivio que parecía querer agradecer a todos los santos del cielo por haber llegado a tiempo.
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Luz mientras observaba la escena. Los recuerdos de todas las veces que Simón había jurado que entre él y Violeta no había nada más que amistad golpearon su mente como una avalancha. “Qué ingenua fui“, pensó, apretando los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos. “Le creí cuando decía que me amaba a mí, que yo era la única. ¿Por qué no? Después de todo, me había entregado todo lo que tenía… o eso creía yo“.
La realidad era más cruel: Simón ni siquiera era consciente de sus verdaderos sentimientos. Su corazón pertenecía a Violeta, aunque su mente se negara a reconocerlo. Sus acciones lo delataban más que cualquier palabra.
Cuando sus miradas se encontraron, los ojos de Luz brillaban con un sarcasmo cortante que hizo que el corazón de Simón se encogiera. Por un momento, pareció querer alejarse de Violeta, como si el peso de esa mirada lo hubiera golpeado físicamente. Pero antes de que pudiera hacerlo, Violeta cerró los ojos y se desplomó en sus brazos con la gracia estudiada de
una actriz consumada.
Luz contuvo el aliento, esperando la escena que tantas veces había presenciado: Simón, desesperado, corriendo al hospital con Violeta en brazos. Ya podía verse a sí misma en la oficina del abogado al día siguiente, firmando los papeles del divorcio. Sin embargo, lo que sucedió la dejó momentáneamente sin palabras.
Simón sacó su teléfono y, con una calma inusual, llamó a su secretario.
-Carlos, ven por Violeta y llévala al hospital -su voz sonaba firme, profesional-. Y escucha bien: no uses mi tarjeta, usa la tuya. Después ella te reembolsará los gastos.
El secretario se quedó inmóvil por un momento, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Violeta, “inconsciente” en sus brazos, tampoco pudo ocultar un ligero temblor de sorpresa. Luz simplemente observaba, una mezcla de incredulidad e irritación burbujeando en su interior.
La frustración crecía en su pecho como una marea oscura. No era esto lo que quería. No buscaba que Simón marcara distancia con Violeta, ni que la eligiera a ella por obligación. Ver a Violeta siendo llevada al hospital como una extraña cualquiera, lejos de satisfacerla, la llenaba de una rabia inexplicable.
Sus pensamientos eran un torbellino de contradicciones. ¿Dónde estaba el Simón que trataba a Violeta como si fuera de cristal? ¿Cómo podía enviarla al hospital con un empleado cuando antes no la dejaba dar un paso sin su protección? Violeta parecía genuinamente frágil esta vez, como si su cuerpo no pudiera soportar un golpe más.
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Capítulo 161
Después de que el auto se alejó, Simón se giró hacia ella. La ausencia de reproche en su mirada la desconcertó aún más. ¿Por qué no la culpaba por casi lastimar a su preciosa
Violeta?
Sus hombros se tensaron cuando él comenzó a hablar.
-Luz, no era que yo eligiera a Violeta sobre ti–su voz sonaba casi suplicante-. Solo estaba salvando su vida.
Sin darle oportunidad de responder, continuó:
-Nunca te he explicado bien mi relación con Violeta, por eso tienes tantos malentendidos sobre nosotros. Yo la crie desde pequeña, su madre es como…
-No necesitas decirme más -lo cortó Luz, su voz cortante-. No me interesa ni quiero oírlo. Lo de hoy no va a terminar solo porque Violeta se haya desmayado. Mientras no devuelva lo que se robó, mandaré gente todos los días. Haré que todos se enteren, y si no devuelve nada, la demandaré.
Luz esperaba que estas amenazas lo hicieran reaccionar, que finalmente mostrara su verdadera cara. Que defendiera a Violeta como siempre lo había hecho. Sin embargo, después de un momento de silencio que pareció eterno, Simón simplemente dijo:
-Haz una lista detallada. Haré que Violeta devuelva todo.
Luz se quedó sin palabras. ¿Estaba enfermo? ¿O realmente había perdido la cabeza?
-Luz, sé que actúes así por mi culpa -continuó él, su voz suave pero firme-. Por cómo me comporté antes. Si necesitas desahogarte, jadelante! Desahógate todo lo que quieras.
Lo observó fijamente. Este Simón que ahora la entendía y la consentía, igual que antes había entendido y consentido a Violeta cuando ella la odiaba, le pareció repentinamente patético. No quería seguir hablando con él, pero podía escuchar sus pasos siguiéndola mientras se alejaba.