Capítulo 152
Acababa de levantar al niño en brazos cuando vi a Simón corriendo hacia nosotros. Había dejado a la embarazada en un lugar seguro, pero sus ojos, inyectados de furia y miedo, me alertaron de que algo andaba mal.
No tuve tiempo de procesar lo que sucedía. En un instante, su cuerpo se abalanzó sobre mí, girándome varias veces hasta cubrirme por completo con su figura imponente.
El estruendo fue devastador.
¡BOOM!
El auto explotó detrás de nosotros, desatando una lluvia de metal y cristales. Las llamas se alzaron hambrientas hacia el cielo nocturno, iluminando todo con un resplandor naranja y
carmesí.
El rugído de la explosión, el calor abrasador de las llamas, todo se fundió en un torbellino de recuerdos que me golpearon sin piedad. Me vi de nuevo en aquel laboratorio durante mi segundo año de universidad, cuando el experimento fallido de un estudiante de primer año desencadenó el caos. Atrapada bajo un pesado armario, las llamas acercándose inexorables, la certeza abrumadora de que moriría calcinada.
Y entonces, como ahora, Simón apareció de la nada para salvarme. Mientras todos huían despavoridos del edificio en llamas, él fue el único que corrió hacia adentro, desafiando a quienes intentaron detenerlo.
Esta noche, la historia se repetía. Sin dudarlo un segundo, se había lanzado a protegerme, escudándome con su cuerpo. Por fortuna, la explosión del auto no fue tan violenta y la distancia nos favoreció; solo algunos fragmentos impactaron contra su espalda.
No como aquella vez en la universidad, cuando al salvarme recibió el impacto directo de una víga en llamas, Las quemaduras en su espalda lo mantuvieron más de un mes en el hospital.
Sus brazos me apretaban ahora con una desesperación que no le conocía, como si temiera que me desvanecería en el aire si aflojaba su agarre. Cuando finalmente logró controlar el temblor de su voz, explotó:
-¡Por Díos, Luz! ¡Cualquier persona normal huye del peligro! ¿Por qué siempre tienes que lanzarte directo hacía él?
Su reproche, la manera en que su voz se quebraba de angustia, me transportó dos años atrás, a aquella tarde en la playa cuando intenté salvarlo de ahogarse y perdí a nuestro bebé. Me había gritado exactamente igual, con la misma mezcla de furia y terror.
“En ese entonces, como ahora“, pensé, “sus gritos nacían de una preocupación que lo desbordaba“.
Las sirenas de policía y ambulancias rompieron la quietud de la noche. A pesar de no tener heridas visibles, mi silencio y mi mirada perdida alarmaron a Simón. Insistió en llevarme al
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Capítulo 152
hospital.
Justo cuando me ayudaba a incorporarme, Violeta, que había permanecido como una sombra silenciosa todo este tiempo, se desplomó teatralmente.
-Simón… su voz apenas un susurro lastimero mientras se retorcía en el suelo. Me duele tanto el estómago… creo que ya no aguanto más…
En cualquier otra ocasión, la más mínima queja de Violeta habría bastado para que Simón me abandonara. Pero esta vez, sus brazos no aflojaron su agarre protector. Con voz firme, le pidió a una enfermera cercana que ayudara a Violeta a subir a la ambulancia.
El rostro ya pálido de Violeta perdió el poco color que le quedaba. Su cuerpo frágil se estremeció varias veces antes de que sus ojos se cerraran en un desmayo perfectamente ejecutado.
Verla así, tendida en el asfalto frío de esta noche invernal, ofrecía una imagen conmovedora y vulnerable que habría derretido el corazón más duro. Sentí cómo los brazos de Simón se tensaban levemente alrededor de mi cintura, y al mirarlo de reojo, pude ver la lucha interna reflejada en sus ojos.
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