Capítulo 15
Los dedos de Simón tamborileaban nerviosamente sobre la mesa mientras ajustaba su corbata con la otra mano.
-Luz, ya te lo he dicho mil veces. Entre Violeta y yo no hay absolutamente nada, te estás imaginando cosas. Y ya deja de usar el divorcio para manipularme, que no voy a mandar a Violeta a ningún lado.
“Otra vez lo mismo“, pensó Luz mientras una risa amarga amenazaba con escapar de sus labios. Era como hablar con una pared. Ahí estaba él, torciendo todo para hacerla quedar como la villana, como si ella fuera la que estaba usando el divorcio para amenazarlo.
La frustración le quemaba la garganta. Sus cicatrices parecían arder bajo la ropa mientras respiraba profundamente, buscando paciencia.
-Simón, mírame bien. No estoy jugando. No te estoy amenazando ni chantajeando con el divorcio. Tampoco me importa si mandas a Violeta a Marte o a Júpiter.
Una sonrisa fría se dibujó en sus labios mientras lo miraba directamente a los ojos.
-De todo corazón, espero que sean muy felices juntos.
Las venas en las manos de Simón se marcaron como cuerdas tensas mientras sus puños se cerraban con fuerza. El recuerdo lo golpeó como una bofetada: aquella vez, hace tanto tiempo, cuando ella le había dicho que quería mostrarle su corazón para que viera cuánto lo amaba. Y ahora… ahora usaba las mismas palabras para “bendecir” su supuesta relación con otra mujer. La rabia le nubló la vista. Era obvio que Luz era la culpable de todo. Desde que Violeta había regresado, Luz no había hecho más que causar problemas, cada vez peores, y él, tratando de ser paciente, nunca la había obligado a disculparse.
Incluso ahora, cuando ella lo había amenazado con el divorcio y había involucrado a sus padres en todo este circo, él, después de emborracharse, había permitido que lo trajeran aquí para darle una oportunidad de rectificar. Pero ella, en lugar de aprovechar su generosidad, seguía con esta actitud.
“¿Acaso cree que nunca aceptaré el divorcio, sin importar lo que haga?“, pensó mientras su rostro se endurecía como granito.
-Muy bien, Si tanto quieres el divorcio, nos atendremos al acuerdo prenupcial que firmamos.
Luz frunció el ceño. Un escalofrío de advertencia le recorrió la espalda.
-¿Acuerdo prenupcial?
Los labios de Simón se curvaron en una sonrisa que no llegó a sus ojos.
-Exacto. Cuando nos casamos, acordamos que quien pidiera el divorcio perdería todo. Y como tú lo estás pidiendo…
La sangre de Luz se heló mientras revisaba el documento. El sello oficial parecía burlarse de ella.
La indignación le hervía en las venas. Podría aceptar menos dinero para acelerar el divorcio, pero… ¿quedarse sin nada? ¿Después de haberle entregado todos sus bienes, incluida la empresa heredada de su tía, convertida en propiedad conjunta en un momento de amor ciego? “Ni loca“, pensó mientras sus ojos se entrecerraban peligrosamente.
Su dedo señaló una cláusula específica del documento.
-Aquí dice que si el divorcio es por mutuo acuerdo, los bienes se dividen equitativamente.
-Cierto, pero yo no estoy de acuerdo.
-¿Por qué no? -Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera contenerlas.
El rostro de Simón se contrajo en una mueca de disgusto.
-¿Y por qué tendría que estarlo?
Una risa sarcástica brotó de la garganta de Luz.
-No sé, dímelo tú. Tú y Violeta se mueren el uno por el otro. ¿O qué? ¿Prefieres que sea tu amante toda la vida?
“Si no fuera porque después de un mes investigando no encontré pruebas concretas de su Infidelidad…“, el pensamiento quedó flotando en su mente.
El rostro de Simón enrojeció de furia.
-¡Ya basta, Luz! ¡Te he dicho mil veces que entre Violeta y yo no hay nada! ¡No puedo estar con ella! ¡No es mi amante! ¿Por qué insistes en insultarla así?
Luz arqueó una ceja, su voz goteando veneno.
-Ay, por favor. Los vi casi besándose en el reservado y todavía tienes el descaro de negarlo.
