Capítulo 149
El jarrón, que en realidad no valía ni cincuenta pesos, fue presentado por el dueño de la tiendal como una reliquia invaluable de esos jarrones antiguos chinos que según traían los galeones de Manila. Sin dudarlo un segundo, Simón autorizó el cargo de cinco millones de pesos a su tarjeta negra.
Para Simón, el dinero nunca había sido un problema. Al tratarse de una tienda de antigüedades, Violeta sabía que cualquier cantidad menor no habría sido creíble, así que había calculado la suma perfecta para que él asumiera que el objeto destruido era verdaderamente valioso.
Con la prisa de atender asuntos urgentes de la empresa, Simón se marchó sin hacer más
preguntas.
En cuanto la puerta se cerró tras él, el dueño de la tienda se volvió hacia Violeta con una sonrisa aduladora.
-Señorita Rosales, se nota que el señor Rivero la aprecia muchísimo. Mire que pagar cinco millones así nomás, sin cuestionar nada…
Una risa cruel escapó de los labios de Violeta mientras jugaba distraídamente con un mechón de su cabello. Sus pensamientos eran amargos: por más que Simón fuera generoso con ella, ese dinero seguía siendo suyo. Solo podía gastarlo cuando él decidía regalárselo, y si quería más, tenía que recurrir a artimañas como la de hoy.
“Si todo ese dinero fuera mío, ¿para qué necesitaría inventar excusas? ¡Lo gastaría como se me diera la gana!“, pensó mientras mordía suavemente su labio inferior.
A pesar de haber crecido junto a Simón, y que en la familia Rivero nadie se atreviera a tratarla como a la hija de un empleado, Violeta nunca olvidaba su verdadera posición. Su nivel de vida principesco dependía enteramente de la bondad de Simón y Carmen.
Desde pequeña, le resultaba insoportable tener que conseguir el favor de otros para vivir bien. Anhelaba que ese dinero fuera suyo por derecho propio, sin necesidad de complacer a nadie. Por eso, su mayor ambición siempre había sido casarse con Simón y hacer suya la fortuna de
los Rivero.
Sin embargo, antes de poder ejecutar su plan, sus padres fallecieron y terminó con los Miranda, quienes se negaron a adoptarla legalmente. El matrimonio Miranda y Jonathan siempre la trataron con especial deferencia, mimándola incluso más que a su propia hija, manipulados por su aparente fragilidad.
Pero el verdadero poder en la familia Miranda lo ostentaba Amparo. Todos, incluida ella misma, dependían de la matriarca para subsistir.
Violeta apretó los puños, recordando su error de cálculo. Cegada por su desesperación por obtener independencia financiera, apostó todo a su juventud y belleza, convencida de que Federico, quien desde su adolescencia la miraba de manera peculiar, caería rendido ante sus
encantos.
Capítulo 149
Un matrimonio con Federico le habría entregado el control total de la familia Rivero. Pero las cosas no salieron según lo planeado.
La ira ardía en sus ojos al recordar cómo Federico la había abandonado después de apenas tres meses de matrimonio. Si hubiera elegido a cualquier otro hombre, y no al padre de Simón, su situación actual sería muy diferente.
El dueño de la tienda, percibiendo la intensidad de su furia, la observaba con cautela.
Violeta, recomponiéndose rápidamente, bajó la mirada con fingida timidez.
-Señor, procedamos a dividir el dinero.
Después de entregar cincuenta mil pesos de comisión al dueño de la tienda, Violeta se dirigió sigilosamente a encontrarse con Carlos, llevando consigo los cuatro millones y medio restantes en efectivo. Le entregó el dinero con instrucciones precisas de abandonar el país
inmediatamente.
“Mira nada más“, pensó Luz con amarga ironía mientras revisaba los documentos del caso. “Simón siempre jurando que solo me ama a mí, que solo sería bueno conmigo. ¿Y qué hace? Usa mi dinero para financiar a Violeta, dándole los medios para intentar matarme. Ese tipo de amor… ¡que se lo regale a quien quiera!”
La investigación avanzaba lentamente. Los abogados más prestigiosos del círculo legal tenían agendas imposibles de coordinar. Para salvarla, todos habían pospuesto compromisos importantes. Ahora, para agradecerles su ayuda, Luz decidió que lo más sensato sería reunirse con cada uno por separado, evitando causarles más inconvenientes.
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