Capítulo 135
El público había devorado cada giro de esta historia como si fuera una telenovela. Mi mejor amiga de toda la vida, transformada de repente en una cazafortunas sin escrúpulos. Luego, en un parpadeo, esa misma cazafortunas descarada se convirtió en una víctima inocente. Y yo, que momentos antes era la víctima de esta tragedia, me convertí en la villana tras las rejas. Las redes sociales ardían con cada nuevo desarrollo.
Este escándalo nos había puesto a Simón, a Violeta y a mí en el ojo del huracán mediático. Mi arresto, en particular, se convirtió en un circo mediático. Todo México estaba pendiente, esperando ver caer a la mujer malvada que, según ellos, no solo se había robado al novio de otra, sino que había llegado al extremo de enviar a esa pobre víctima a la cama del padre de su prometido. Una monstruosidad que había destruido una relación de amor verdadero, creando un abismo insalvable entre ellos.
La indignación no se limitaba al mundo virtual. Una multitud furiosa se había congregado frente a la estación de policía, exigiendo a gritos que me castigaran con todo el peso de la ley. Los periodistas y creadores de contenido transmitían en vivo, alimentando la sed de sangre del público.
A pesar de haber logrado escabullirme por la puerta trasera de la estación, alguna cámara logró captarme. En cuestión de horas, la noticia de mi liberación inundó internet, desatando un tsunami de críticas. Las teorías conspirativas florecían: que tenía conexiones poderosas, que había comprado mi libertad, que las autoridades eran incompetentes o corruptas.
El impacto en la opinión pública fue devastador. Pero en esta era donde la información viaja a la velocidad de la luz, la policía respondió con igual rapidez. Publicaron un comunicado detallado, exponiendo toda la investigación antes de que el linchamiento virtual pudiera consumarse. Las pruebas de mi inocencia eran irrefutables.
La justicia, por fin, mostró su rostro.
El comunicado no solo me exoneraba, sino que anunciaba el arresto de Violeta y mi padre por difamación y experimentación ilegal en humanos. Internet explotó. Nadie esperaba semejante giro en la trama.
Era el momento perfecto. Con los ojos de todo el país sobre nosotros y las redes sociales hirviendo de especulación, lancé mi declaración pública.
“¿Pensaron que iba a dejar que Violeta se saliera con la suya después de humillarme, engañarme, tenderme trampas e incluso intentar matarme?“, pensé mientras preparaba el material.
Si no podía destruirla por completo, al menos me aseguraría de que su reputación quedara por los suelos. Se lo debía a mi yo del pasado, a esa chica ingenua que sufrió en silencio.
Presenté el falso diagnóstico de depresión maníaca junto con los hallazgos policiales. Las pruebas eran contundentes: nunca había envidiado a Violeta ni intentado lastimarla. Cada acusación en mi contra había sido fabricada por mi padre mientras me mantenía drogada con
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sus “medicamentos experimentales“.
Pero eso no era todo. Tenía guardada mi carta del triunfo: pruebas irrefutables de que Simón me había perseguido durante un año entero. Yo nunca me había entrometido entre ellos. No era su dinero lo que lo había atraído hacia mí. Él me había cortejado incansablemente, mostrándome un afecto que ahora sabía falso, hasta que finalmente cedí.
La verdadera intrusa en nuestra relación había sido Violeta, quien bajo la fachada de una relación fraternal, mantenía con Simón todas las intimidades propias de los amantes. Durante esos dos años, su comportamiento excesivamente cariñoso y atento hacia ella había sido tan descarado que reunir evidencia fue ridículamente fácil.
Tres presentaciones de PowerPoint completas, y aun así tuve que dejar fuera montañas de pruebas de su relación clandestina.
Mi respuesta pública y las evidencias que compartí se propagaron como fuego en la red. El caso, que ya era sensacional, se convirtió en el tema de conversación nacional. La verdad, por fin, salía a la luz: cómo Simón me había perseguido, cómo nunca fui “la otra“, cómo vendí la empresa que mi tía me había heredado y abandoné mis estudios para apoyar sus sueños empresariales.
La máscara por fin se había caído.
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