Capítulo 13
Las manos de Luz temblaban mientras retrocedía varios pasos, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. La figura imponente de Simón se alzaba frente a ella, tambaleándose peligrosamente. El aroma a whisky emanaba de él como una nube tóxica.
“No está fingiendo“, pensó con un escalofrío recorriéndole la espalda. “Está completamente ebrio… y eso lo hace más peligroso“.
Los ojos vidriosos de Simón la enfocaron con dificultad. Su rostro, normalmente controlado y frío, mostraba una vulnerabilidad que ella nunca había visto.
-Luuuuuuuz… ya llegué -balbuceó mientras se lanzaba hacia ella con la coordinación de un niño pequeño.
El instinto de supervivencia se activó en Luz. La masa muscular de Simón, combinada con su altura, representaba un peligro real. Si la derribaba, quedaría completamente a su merced. Con un movimiento ágil, se deslizó hacia un lado, esquivándolo por centímetros.
El cuerpo de Simón se desplomó contra el suelo con un estruendo que hizo vibrar las paredes. Por un momento, Luz contuvo la respiración, esperando que se levantara furioso.
-Luz… -murmuró él desde el suelo, su voz quebrada por una tristeza infantil que le erizó la piel.
La mirada dolida de Simón le recordó a un niño rechazado por su madre. Por un instante, sintió una punzada de compasión atravesarle el pecho. Su rostro, aún apuesto a pesar del desaliño, era exactamente el tipo que siempre la había cautivado.
“Con razón la antigua yo se enamoró perdidamente“, reflexionó mientras los recuerdos ajenos flotaban en su mente. Imágenes de fuegos artificiales iluminando la ciudad entera, solo porque ella había mencionado que le gustaban. Largas horas de espera bajo el sol para conseguirle aquella figura de acción que tanto deseaba. El momento en que, sin dudarlo, se había lanzado hacia las llamas para salvarla.
Un amor así dejaba cicatrices profundas en el alma. Pero ella ya no era esa mujer ingenua que confundía la obsesión con el amor verdadero. La nueva Luz había aprendido que la compasión hacia hombres como él solo traía desgracias.
Observó el cuerpo inmóvil de Simón, calculando fríamente si debería noquearlo para garantizar su seguridad. No necesitaba pensar demasiado: su integridad física era la prioridad.
Sin embargo, antes de que pudiera actuar, la respiración de Simón se volvió pesada y regular. Se había quedado profundamente dormido. Con cautela, le dio un par de empujones suaves con el pie para confirmar su estado. Satisfecha, regresó a su habitación, aseguró la puerta de acero que había instalado precisamente para estas situaciones, y se metió en la cama.
“Mañana será un día decisivo, pensó mientras se arropaba. “Necesito descansar“.
A medianoche, el sonido de cristales rompiéndose la despertó. No se movió. Las puertas
Capitulo 13
reforzadas la mantendrían a salvo. Los problemas de Simón ya no eran los suyos.
La luz de la mañana se filtraba por las ventanas cuando Simón comenzó a despertar. El sonido de pasos familiares hizo que una sonrisa inconsciente se dibujara en su rostro aún sin abrir los ojos. Extendió la mano automáticamente.
-Luz… me duele tanto la cabeza… -murmuró con voz ronca.
Los recuerdos lo inundaron: el caldo para la resaca que ella siempre le preparaba, servido a la temperatura perfecta. El líquido milagroso que aliviaba instantáneamente su malestar. Las mañanas en que ella, preocupada por su estado, se lo daba a beber personalmente. Esos momentos que él aprovechaba para robarle un abrazo, un beso, una caricia.
Habían pasado más de tres meses desde la última vez. El anhelo por ese caldo, por esa rutina, por ella, le oprimió el pecho. “Tal vez debería darle otra oportunidad“, pensó. “Dejar que se disculpe, que todo vuelva a ser como antes“.
Los segundos pasaron. Su mano seguía extendida en el aire, vacía. El ceño se le fue frunciendo gradualmente mientras la realidad se abría paso entre la niebla del alcohol.
Al abrir los ojos, la confusión lo golpeó como una bofetada. No estaba en su cómoda cama king size, sino tirado en el suelo como un vagabundo. A su alrededor, fragmentos de cristal brillaban bajo la luz matinal, como pequeños puñales. El dolor punzante en su mano lo hizo bajar la mirada: tenía varios cortes sangrantes en la palma y los dedos.
La desorientación lo mantuvo inmóvil mientras intentaba reconstruir los eventos de la noche anterior. Recordaba haber insistido a sus amigos que lo trajeran con Luz. ¿Lo habían hecho? ¿O se había equivocado de casa en su estado?
Entonces la vio. Sentada tranquilamente a la mesa, desayunando como si él no existiera. Como si no estuviera tirado en el suelo de su casa, herido y confundido.
La imagen era tan surreal que por un momento creyó estar alucinando. Ni siquiera en sus peores pesadillas había imaginado algo así. Su Luz, la mujer que lo había amado
incondicionalmente, jamás lo habría dejado pasar la noche en el suelo, sin importar cuán enojada estuviera.
La conclusión lo golpeó con más fuerza que la resaca: esta mujer que desayunaba con indiferencia no era su Luz. Ya no.