Capítulo 125
El profesor Luján apoyó su mano sobre mi hombro con ese gesto paternal que siempre me hacía sentir protegida. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y preocupación.
-De ahora en adelante, guardate ese corazón para ti misma -Su voz sonaba firme pero cálida-. Enfocate en tus estudios y en la investigación. El mejor regalo que me puedes dar es verte convertida en alguien valioso para el país y la sociedad.
No pude responder. Un nudo se formó en mi garganta mientras las lágrimas amenazaban con desbordarse. Mis ojos ardían.
Mi mentor me estudió por un momento, como si pudiera leer las cicatrices invisibles que el miedo había dejado en mi alma.
-¿Te sentías acorralada, verdad? -Su voz se suavizó-. Creías en tu inocencia pero pensabas que era imposible probarlo tan rápido. Hasta te habías mentalizado para ir a prisión.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras asentía en silencio.
-Piensas así porque renunciaste a todo por Simón -continuó con gentileza-. Te quedaste sin herramientas propias, sin una red de apoyo.
Sus palabras resonaban con una verdad que me dolía reconocer.
-Si hubieras terminado tus estudios, si te hubieras convertido en una experta en tu campo, nadie habría podido tumbarte tan fácil. Con problemas o sin ellos, la gente habría salido a
defenderte.
Se detuvo un momento, permitiendo que sus palabras se asentaran.
-Solo cuando construyes tu propia fuerza, tu felicidad es verdadera y duradera -Su voz adquirió un tono más serio-. La felicidad que depende de otros puede esfumarse en cualquier
momento.
Mi mirada se perdió en un punto distante mientras procesaba sus palabras.
-Cuando te abandonas a ti misma -continuó-, le das permiso a otros para que hagan lo
mismo.
Una sonrisa triste se dibujó en sus labios.
-¿Ves? Lo que creías imposible de resolver, eso que pensabas te costaría diez años de tu vida, se solucionó en cuestión de días. Ese es el poder del conocimiento y las conexiones correctas.
Podía sentir su preocupación, ese temor de que mi corazón volviera a traicionarme. No hice promesas vacías. Mi determinación se demostraría con hechos, no con palabras.
El destino tiene un sentido del humor peculiar. Al salir de detención, me encontré con una escena que jamás imaginé: mi padre y Violeta siendo escoltados por la policía.
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La confusión inicial se disipó cuando Simón me mostró el expediente psiquiátrico. Como había notado antes, mi comportamiento en el video era extraño, como si estuviera en trance. Los sintomas coincidían perfectamente con el supuesto diagnóstico de trastorno bipolar
La revelación me golpeó como una bofetada: durante esos episodios donde supuestamente lastimaba a Violeta, no estaba consciente. Y solo había una persona con el conocimiento y el acceso necesario para drogarme: mi propio padre.
La bilis me subió a la garganta mientras las piezas encajaban. Como especialista en farmacología, mi padre había desarrollado una droga llamada ‘elixir de obediencia“. Una sustancia que podía robar la voluntad temporalmente, convirtiendo a la persona en una marioneta sin recuerdos posteriores.
Un escalofrio me recorrió al comprender la profundidad de su manipulación. Mientras que muchos hombres pueden abandonar a sus hijos sin remordimiento al no haber experimentado el vinculo fisico del embarazo, las madres suelen desarrollar un lazo inquebrantable con sus bebés durante esos nueve meses de gestación.
Al principio, mi madre no sentía especial afecto por Violeta. Conmigo, su hija biológica, mantenía una relación cálida y cercana.
La mandíbula se me tensó al entender el plan retorcido de mi padre. Para conseguir que mi madre prefiriera a Violeta y me detestara a mí, su propia hija, me administraba el “elixir de obediencia y me hacía realizar actos menores pero hirientes contra Violeta.
Cuando mi madre me confrontaba, yo naturalmente negaba todo porque no tenía memoria de esos eventos. Mis negativas solo alimentaban su desprecio, convenciéndola de que además de cruel era mentirosa.
Años después, cuando comencé a cuestionar y buscar respuestas, mi padre, temiendo que la verdad saliera a la luz, sobornó a un psicólogo para que me diagnosticara un falso trastorno bipolar intermitente.
Las manos me temblaban mientras procesaba la magnitud de la traición. Mi propio padre había envenenado no solo mi cuerpo, sino también el amor de mi madre.
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