Capítulo 121
Estas figuras imponentes, cada una catedrática en las facultades de derecho más prestigiosas del país, habían formado generaciones enteras de juristas brillantes. Sus exalumnos dominaban no solo el ámbito legal, sino cualquier esfera que rozara la justicia. La élite de la élite.
Decir que no existía caso que no pudieran resolver no era una exageración, sino una verdad
absoluta.
El más veterano se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con determinación.
-Confía en nosotros y cuéntanos todo su voz transmitía una calidez paternal-. Nosotros creemos en ti, como tú debes creer en tus maestros.
Bajé la cabeza mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas. Era la primera vez que sentía una confianza tan pura, tan incondicional.
Desde que Violeta apareció en mi vida, siempre fui la sospechosa, la que inspiraba desconfianza. Mis propios padres, mi hermano, incluso Simón, el hombre con quien compartí siete años de matrimonio… todos actuaron igual. Sin preguntarme, sin darme la oportunidad de explicar dónde estaba el error. Simplemente asumieron lo peor de mí.
Con el tiempo, la duda se instaló en mi propia mente como un veneno lento. Aunque sabía que un verdadero trastorno bipolar no funcionaba así, las supuestas “evidencias” me golpeaban una y otra vez, sembrando la incertidumbre. ¿Y si realmente había hecho algo tan terrible?
Pero aquí estaban ellos, prácticamente desconocidos, ofreciéndome su confianza absoluta.
Las palabras se me atoraban en la garganta mientras relataba todo entre sollozos.
Cuando mencioné la caída del acantilado y la pérdida parcial de memoria, el profesor se quitó las gafas, limpiándolas con un pañuelo para disimular su emoción.
-Ahora entiendo por qué andas tan tranquila -una sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro-. Antes, nomás veías la nieve y te ponías como changuita, deslizándote por todos lados a toda
velocidad.
Se ajustó las gafas de nuevo.
-Y mírate ahora, caminando más lento que un pingüinito.
El profesor había notado algo diferente en mí desde hacía tiempo, pero no sabía cómo preguntarme sin lastimarme. Intuía que algo grave me había ocurrido para cambiar tanto, pero jamás imaginó la magnitud.
Agaché la cabeza mientras las lágrimas fluían con más fuerza.
-No llores, mijita -su voz se suavizó-. Tus maestros están aquí para apoyarte.
“Con una sola llamada hubiera bastado“, pensé. Pero había convocado a todos, queriendo dejar claro que su estudiante no estaba sola, que nadie podía intimidarla. Tenía un respaldo sólido.
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Сарпио
¡Y qué respaldo!
El mensaje era claro: si alguien intentaba dañar a su estudiante, que tanto le había costado recuperarse, él se encargaría de destruirlos primero.
Después de escuchar toda la historia, los maestros comenzaron a movilizarse.
Cuando Simón se enteró de los pesos pesados que me defenderían, volvió a buscarme. Las ojeras bajo sus ojos delataban noches sin dormir.
-¿Ni siquiera con todas estas pruebas puedes aceptar que lo hiciste? -su voz sonaba ronca por el cansancio.
Se pasó una mano por el cabello despeinado.
-¿Por qué no puedes creerme aunque sea un poco?
Sus ojos reflejaban desesperación.
-¿Has pensado en cómo se sentirán tus maestros cuando movilizaron a tanta gente y al final resultes culpable? ¿Cómo afectará esto su reputación en sus últimos años?
Me erguí, fortalecida por la fe inquebrantable de mi profesor y el análisis minucioso que los juristas habían hecho de los videos.
-No tienes que preocuparte por eso.
Ya no temía. Ahora lo sabía con certeza absoluta.
Yo, Luz Miranda, definitivamente no había hecho tal cosa.
-Luz, tú… -Simón intentó decir algo más, pero mi mirada firme lo silenció.
La impotencia se dibujó en su rostro exhausto.
-Luz… ¿estás tan segura porque la enfermedad te hizo olvidar? ¿Es por eso por lo que estás tan convencida…?
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