Capítulo 110
Simón apenas logró articular un débil “Sí“. La confirmación flotó en el aire como una admisión de culpa.
-Aparte de eso -continué, mi voz firme y clara-, jamás he hecho algo que contradiga la moral, mucho menos algo ilegal.
Mis ojos se clavaron en los suyos, estudiando cada pequeño gesto de incomodidad en su
rostro.
-Nos conocemos desde hace ocho años, Simón. Siete de ellos estuvimos enamorados. Y aun así… —Mi voz se quebró ligeramente, pero me recompuse de inmediato. Con solo ver un video que alguien te muestra, sin molestarte siquiera en verificarlo, ya me condenas. ¿Y todavía preguntas por qué me da asco que alguien como tú diga que me ama?
El recuerdo de cómo su actitud hacia mí cambió después de ver ese video que Violeta le mostró me revolvió el estómago. Ni siquiera se tomó la molestia de dudar, de investigar. Simplemente asumió que yo era capaz de lastimar a Violeta.
Simón se ajustó la corbata, un gesto que siempre hacía cuando se sentía acorralado.
-No empieces otra vez con eso, Luz–su tono condescendiente me erizó la piel-. No culpes a los demás por no confiar en ti cuando fuiste tú quien actuó mal.
Se inclinó hacia adelante, como si estuvier
explicándole algo a una niña pequeña.
-Que no hayas hecho nada ilegal ni inmoral, que seas buena con todo el mundo, no significa que hayas tratado bien a Violeta. No significa que no fueras capaz de lastimarla.
Sus palabras destilaban ese paternalismo que tanto había llegado a odiar.
-Desde que Violeta llegó a nuestra familia, no has hecho más que acusarla de robarte el cariño de tus padres…
Lo interrumpí con una risa seca.
-Eres la hija biológica -continuó, alzando ligeramente la voz-. La hija de sangre. Siempre te han querido, siempre te han cuidado. ¿Por qué no puedes ver que si ahora las cosas son diferentes, quizás el problema está en ti y no en los demás?
Sus palabras me golpearon como bofetadas.
-Si de verdad no hiciste nada malo, ¿por qué preferirían a una hija adoptiva sobre ti?
Se pasó una mano por el cabello, en un gesto que pretendía ser conciliador.
-Luz, solo admítelo. La lastimaste porque estabas celosa, porque no soportabas verla feliz.
La familiaridad con la que hablaba, como si entendiera todo, me revolvió el estómago.
-Entiendo que eras muy joven, que estabas demasiado enamorada de mí–su voz se
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suavizó-. Tenías miedo de que ella me alejara de ti, y cometiste un error. No hay nada malo en equivocarse, lo importante es reconocerlo y enmendarlo.
Se inclinó hacia mí, bajando la voz como si compartiera un secreto.
-Si te disculpas con Violeta, podemos dejar todo esto atrás. Empezar de nuevo.
Sus ojos brillaron con lo que él creía era comprensión.
-Violeta incluso dijo que si realmente no quieres disculparte, está bien. Solo pide que no la acoses en el futuro, y aún podemos ser….
-¿Le crees? -lo corté en seco.
Simón se quedó paralizado. Vi el conflicto en sus ojos: quería decir que sí, pero no pudo. La mentira era demasiado evidente incluso para él.
Una risa amarga brotó de mi garganta. Este hombre, que en solo cuatro años había conquistado el mercado, no era ningún tonto. Lo sabía perfectamente.
Sabía que Violeta no era la santa que pretendía ser, que su supuesto amor fraternal hacia mí era una farsa. Sabía que deseaba verme muerta.
Pero aun así, no la consideraba malvada. No creía que ella estuviera equivocada. En su mente, yo era la villana, la que no soportaba la felicidad ajena, la acosadora.
Las palabras de Violeta eran evangelio para él, sin importar cuán absurdas fueran.
Después de un silencio que pareció eterno, Simón habló:
-Sé que Violeta no es tan inocente como aparenta -admitió con reluctancia-. Y sé que no siempre eres tú quien la provoca, pero… ella está así porque sufrió mucho desde muy joven.
Sus ojos se suavizaron al hablar de ella.
-Tú arruinaste su vida, Luz. No puedes esperar que no guarde rencor, que siga siendo pura. Ese tipo de persona no existe.
Una carcajada histérica escapó de mis labios. Era casi poético: admitía saber que cada conflicto, cada incidente entre Violeta y yo había sido orquestado por ella, que me había tendido trampas una y otra vez.
Pero en su retorcida lógica, estaba bien que ella actuara así porque tenía sus razones. Todo lo que había hecho mal era, en última instancia, mi culpa.
Era justo que él la favoreciera, y aunque yo fuera inocente, merecía ser tratada así.
Sentí que algo se rompía dentro de mí, algo que ni siquiera sabía que aún estaba entero.
-Por favor, Simón -las palabras brotaron entre risas amargas-. Te lo suplico, de verdad, te lo suplico: ¡Ve y ama a Violeta! ¡Lo de ustedes sí que es amor verdadero!
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