Capítulo 97
Durante dos años, Romeo jamás se había molestado en preguntar por sus deseos. Sus ojos heterocromáticos, divididos entre el blanco y el negro, ahora transmitían una seriedad inusual que la desconcertó.
Los ojos claros de Irene temblaron suavemente. El sonido de su corazón retumbaba en sus oídos como un tambor desbocado, mientras un escalofrío le recorría la espalda. “¿Por qué ahora?“, se preguntaba, sintiendo que cada latido traicionaba su aparente calma.
Romeo interpretó su silencio como una victoria silenciosa. Su mente, nublada por el orgullo, le recordaba cómo ella siempre cedía ante sus atenciones. En el pasado, bastaban unas cuantas palabras dulces susurradas al oído para que ella se derritiera como nieve al sol.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus ojos mientras se inclinaba hacia ella. Sus labios rozaron sus párpados en un gesto que pretendía ser tierno, pero que a Irene le pareció calculado y frío.
Irene bajó la mirada, observando la línea de su cuello y su clavícula. Un nudo se formó en su garganta mientras las piezas del rompecabezas finalmente encajaban en su mente.
Mordiéndose el labio inferior, encontró la fuerza que no sabía que tenía.
-Romeo, ¿solo me buscas para esto?
La verdad la golpeó como una ola. Las seducciones de Romeo eran como un guion bien ensayado, vacío de sentimiento real. No había amor, solo deseo. No había conexión, solo posesión.
-¿Me vas a rechazar?
Romeo no mostró enojo al ser descubierto. En su mente, desearla era su derecho natural. Eran un matrimonio ante la ley, y en su retorcida lógica, ella le pertenecía. Lo suyo era suyo, y lo de él era de él; el cuerpo era un templo que no se podía desperdiciar.
No se molestó en ocultar su deseo físico por ella. En su arrogancia, consideraba que debería sentirse afortunada; si no fuera por esa atracción, hace mucho que la habría descartado.
-No quiero estar contigo.
Las palabras de Irene cortaron el aire como cristal.
-Pero si insistes, no podré detenerte.
La diferencia de fuerza física entre ambos era evidente. Si él realmente lo deseaba, ella estaba en desventaja. Su honestidad brutal irritó a Romeo, quien se inclinó para silenciarla con un beso posesivo.
“¿Desde cuándo esa boca se volvió tan desafiante?“, pensó con molestia. En su mente, la ecuación era simple: él quería, ella cedía, ambos disfrutaban. No entendía qué más podía pedir.
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Capítulo 97
Se acercó a su oído, su aliento caliente contra su piel.
-¿Te incomodo?
-Sí, me incomodas.
El cuerpo de Irene se tensó como la cuerda de un arco, decidida a no darle la satisfacción que buscaba. Su resistencia pasiva fue erosionando el entusiasmo inicial de Romeo,
transformándolo en frustración.
La luz tenue de la habitación proyectaba sombras sobre su rostro, acentuando la dureza de sus rasgos. Sus ojos, normalmente calculadores, ahora brillaban con una mezcla de deseo y rabia contenida.
Observó a la mujer bajo él, buscando en vano rastros de aquella joven ingenua que temblaba ante su toque, con las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de adoración. En su lugar, encontró una mirada fría y distante que lo desafiaba en silencio.
Romeo era un hombre orgulloso, y ella lo conocía bien. La última vez, bajo los efectos del alcohol, había malinterpretado sus acciones como una seducción deliberada. Pero ahora, enfrentado a su rechazo explícito, su ego herido exigía venganza.
-¿A qué estás jugando? ¡Deberías agradecer que todavía me intereses!
Sus dedos se clavaron en la mandíbula de Irene con fuerza innecesaria, queriendo someterla.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en los labios de ella.
-Romeo, tu ego es más grande que tu corazón.
La ira se acumuló en sus ojos como una tormenta a punto de estallar. ¡Era ella quien no valoraba lo que tenía!
Quizás, pensó, después del escándalo del divorcio, había sido demasiado indulgente al buscarla. Su aparente preocupación solo había servido para alimentar su rebeldía, empujándola a desafiar sus límites una y otra vez.
Ahora se arrepentía de haberla perseguido con tanto ahínco. Debería haberla dejado volver por su propia voluntad, arrastrándose. Ella podría estar confundida temporalmente, pero estar a su lado era un privilegio que había ganado en vidas pasadas.
Sin embargo, no podía permitir que ella desestabilizara el orden de su vida cuidadosamente construido. Si ella insistía en revivir el pasado, él no dudaría en emplear métodos más… persuasivos.
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