Al Mal esposo 81

Al Mal esposo 81

 

Capítulo 81 

La noche caía sobre la ciudad mientras Romeo, sentado en la parte trasera de su auto negro, observaba la escena que se desarrollaba en la acera. Con un movimiento deliberadamente lento, subió la ventana polarizada y giró la cabeza hacia el frente, sus facciones endurecidas por una máscara de indiferencia que apenas ocultaba su creciente irritación

-Gabriel, ve por ella ordenó, su voz fría y controlada como siempre

Gabriel, un hombre de mediana edad que llevaba años al servicio de los Castro, apagó el motor sin vacilación. El sonido de sus zapatos contra el asfalto resonó mientras se dirigía hacia la multitud que se había formado alrededor de César e Irene

El corazón de Irene dio un vuelco al ver aproximarse a Gabriel. Instintivamente, intentó retroceder, buscando perderse entre la gente, escapar de aquella situación que la hacía sentir como una niña acorralada. Pero la mano de su padre, como una garra de hierro, se cerró alrededor de su brazo, manteniéndola firmemente en su lugar

César, con el rostro enrojecido por la ira, apretó aún más su agarre

-¿Me estás escuchando? ¡Te vas a regresar a la casa de los Castro ahora mismo

La presión en su brazo, el tono autoritario de su padre, la humillación pública, todo se acumuló hasta que algo dentro de Irene se quebró. Ya no era la misma mujer sumisa que agachaba la cabeza ante las órdenes de los demás

-¡Ya te dije que no voy a regresar! ¡Deja de meterte en mi vida de una vez por todas

El silencio que siguió fue denso, pesado. César se quedó paralizado por unos segundos, sus ojos desorbitados ante la insubordinación de su hija. La multitud contuvo el aliento, anticipando lo que vendría

-¡Pero qué insolente te has vuelto! -rugió César, su voz retumbando en la calle-. ¡Tu madre no supo educarte, pero hoy mismo te voy a enseñar a respetar

Con un movimiento brusco, tiró de Irene hacia él. Su mano se alzó en el aire, lista para descargar toda su furia contenida. Desde que había tomado las riendas de la familia Llorente, nadie, excepto Daniel, se había atrevido a desafiarlo de esa manera

Irene se mantuvo erguida, sus ojos fijos en la mano que descendía hacia su rostro. Por un instante, cerró los párpados, resignada. ¿Qué más daba una humillación más? Romeo, que seguramente observaba todo desde su auto, no movería un dedo para defenderla. Solo sentiría más desprecio por ella, por su debilidad

De pronto, una sombra cubrió su rostro. El aroma familiar de una colonia cara inundó sus sentidos antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo. David se había 

materializado frente a ella como un escudo humano, su mano deteniendo el golpe de César en el aire

-Señor Aranda-La voz de César perdió toda su fuerza

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Capítulo 81 

Bajo la mirada penetrante de David, César soltó el brazo de Irene como si quemara. El cambio en su actitud fue instantáneo, como si alguien hubiera girado un interruptor

David mantuvo su postura protectora frente a Irene, su voz firme pero mesurada

-Señor Llorente, esto se puede resolver dialogando

Una sonrisa falsa se dibujó en el rostro de César, su personalidad transformándose completamente

-Mi hija está malcriada por culpa de su madre. Si yo no la corrijo, ¿quién lo hará? Pero tienes razón, me ocuparé de ella en casa. Ustedes hablen, yo tengo que retirarme

Sin más palabras, César se apropio del auto de Irene y se alejó del lugar. La multitud, al ver que el espectáculo había terminado, comenzó a dispersarse

Gabriel permanecía de pie a una distancia prudente, observando la situación con cautela. Al otro lado de la calle, Romeo había descendido del auto en algún momento durante el altercado. Se apoyaba contra la carrocería con aparente despreocupación, las manos hundidas en los bolsillos de su traje hecho a medida, pero sus ojos no se apartaban de la 

escena frente a él

El cabello negro de Irene, usualmente impecable, caía en mechones desordenados sobre su rostro, algunos adheridos a sus mejillas por las lágrimas contenidas. Su piel, naturalmente pálida, lucía casi translúcida bajo la luz amarillenta del farol, y sus ojos, ligeramente enrojecidos, le daban un aire de vulnerabilidad que contrastaba con la determinación que había mostrado minutos antes

Desde su posición tras David, Irene lo miraba como si fuera su único punto de anclaje en medio de la tormenta. El tiempo pareció detenerse mientras permanecían así, ajenos a todo lo demás, mientras el ceño de Romeo se fruncía progresivamente

Gabriel rompió el momento acercándose con cautela

-Señora, el presidente Castro solicita que suba al auto

La familiaridad con la situación matrimonial de Romeo e Irene le permitía hablar con tal franqueza. David dirigió su mirada hacia donde se encontraba Romeo, reconociendo su presencia con un asentimiento cordial antes de volver su atención a Irene

Ella se frotaba distraídamente la muñeca, donde comenzaban a formarse marcas rojizas. 

-David, gracias¿Me acompañas a tomar un café

Su voz temblaba ligeramente, y de manera deliberada evitaba mirar en dirección a Romeo, ignorando la intensidad de su mirada

Los labios de David se curvaron en una sonrisa suave

-Por lo menos ya no me diste las gracias otra vez. Ya es tarde, mejor no tomo nada, sube

-Está bien, te invito a cenar otro día

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Capitulo 81 

Irene bajó la mirada, ignorando completamente el comentario previo de Gabriel, y se gíró para emprender el camino hacia Colinas Verdes. Gabriel, cumpliendo con su deber, la siguió de 

inmediato

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