Capítulo 67
El entusiasmo abandonó el cuerpo de Irene como si le hubieran arrojado una cubeta de agua helada. Sus hombros se tensaron mientras procesaba la sugerencia de Vicente.
-Mejor avísame cuando se apruebe la visita por los canales normales, ¿sale?
Su tono dejaba claro que no pensaba pedirle ningún favor a Romeo. Seguiría el procedimiento oficial, aunque tardara más.
Vicente captó el mensaje de inmediato.
-Como digas.
Durante los días siguientes, Irene se dedicó metódicamente a borrar cualquier rastro de Romeo de su vida cotidiana. Sus dedos temblaron ligeramente mientras desinstalaba la aplicación de noticias de su celular. Ya no quería toparse con su nombre ni su rostro por accidente.
La mención casual que hizo Vicente desató una avalancha de emociones que había estado conteniendo. Un detalle importante surgió entre el torbellino de sentimientos: aún no había entregado el acuerdo de divorcio en Alquimia Visual.
Sus manos se cerraron en puños sobre su regazo. A ese lugar que una vez llamó hogar, no volvería jamás. Quizás solo así, recibiendo los papeles en la empresa, Romeo entendería que
hablaba en serio.
El pensamiento de encontrarse cara a cara con él hizo que su estómago se retorciera. Después de considerarlo detenidamente, preparó otra copia del acuerdo y la envió a través de un servicio de mensajería local.
El fin de semana transcurrió entre libros y apuntes. Las invitaciones de Natalia para salir quedaron sin respuesta. Mañana empezaría en Estudio Píxel & Pulso y necesitaba estar preparada.
El diseño de interiores era como montar en bicicleta: aunque llevaba dos años sin practicarlo, las tendencias y conceptos regresaron a ella con naturalidad mientras repasaba.
El lunes a las ocho en punto, Irene cruzó las puertas de Estudio Pixel & Pulso. La recepcionista la guio por el laberinto de cubículos hasta detenerse frente a uno.
-Señorita Llorente, este es el espacio de la señorita Torres. Ella será su mentora.
El cubículo estaba vacío, pero una fotografía sobre el escritorio capturó su atención. Mostraba
a una mujer de cabello corto a la altura de las orejas, con una mirada que irradiaba competencia profesional.
Lisa Torres, treinta años, un nombre que resonaba en la industria por sus numerosos premios de diseño. Una estrella en ascenso.
Irene asintió cortésmente.
Capítulo 67
-Gracias. ¿Y dónde voy a trabajar yo?
-La señorita Torres se encargó de asignar su lugar. No debe tardar, fue al baño.
La recepcionista se alejó, dejándola sola en el espacio que aún dormitaba. Los diseñadores normalmente llegaban a las ocho y media; solo otra joven ocupaba un cubículo en el extremo del departamento, lanzándole miradas discretas.
Irene correspondió con una sonrisa educada antes de adoptar una postura paciente. Poco al poco, el espacio comenzó a despertar con la llegada del personal. Algunos la saludaban con calidez, otros apenas asentían, y varios pasaban de largo como si fuera invisible.
Lisa seguía sin aparecer.
De pronto, un murmullo eléctrico recorrió la oficina. Lisa apareció en la entrada como una tormenta, carpeta en mano y el rostro contraído en una máscara de disgusto. Sus ojos se clavaron en Irene como dagas antes de dirigirse a zancadas hacia la oficina del director de
diseño.
-¿Cuántas veces tengo que repetirlo? ¡No quiero princesitas de aparador en mi equipo!
Los gritos atravesaban las paredes de cristal.
-¡No la quiero aquí!
-¿Qué pretenden? ¿Hacerme renunciar? ¡Sin mí este departamento se va al caño!
El rostro de Irene palideció bajo el maquillaje, aunque la base y el rubor ayudaron a mantener una fachada de dignidad. A su alrededor, las miradas oscilaban entre la lástima y el morbo
mal disimulado.
Su preocupación no era por la vergüenza, sino por la posibilidad de perder esta oportunidad apenas conseguida.
Después de lo que pareció una eternidad, la voz del director logró calmar la tormenta. Lisa emergió de la oficina, aún con el ceño fruncido, y arrojó su maletín sobre el escritorio. Sin mirar a Irene, señaló un rincón alejado.
-Tu lugar está allá.
-Gracias.
Irene mantuvo la compostura. La gente talentosa siempre ocupaba la cima, y alguien como Lisa, que mostraba su desagrado abiertamente, era preferible a alguien como Romeo, que ocultaba puñales tras sonrisas perfectas.
“Mientras me dejen quedarme, aguantaré lo que sea“.
Su nuevo espacio colindaba con el de la joven que había visto antes. Al tomar asiento, la muchacha le dedicó una sonrisa genuina, sin el peso de la lástima. Sus miradas se encontraron en un momento de entendimiento silencioso.
Irene comenzó a organizar metódicamente su escritorio. Cuando todo estuvo en su lugar,
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Capítulo 67
encendió la computadora, lista para enfrentar lo que viniera.
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