Capítulo 5
Natalia tamborileó los dedos sobre el volante mientras miraba de reojo a su amiga.
-¿Me vas a decir que todo este teatro es por la dichosa fiesta que le organizó a Inés?
El video ya era viral, y Natalia, como todos los demás, lo había visto. Irene mantuvo la mirada fija en la ventana, observando las luces nocturnas que se desdibujaban en la oscuridad.
-No es un teatro, Nat. Me voy a divorciar.
Sus ojos, normalmente brillantes y expresivos, lucían opacos como cristales empañados, pero su voz no tembló al pronunciar las palabras. Natalia se mordió el labio inferior, dividida entre la preocupación y la cautela.
-¿No crees que deberías hablar con él primero? A lo mejor todo esto es un malentendido…
-¿Un malentendido? Mejor júzgalo tú misma.
Con dedos temblorosos, Irene desbloqueó su celular y se lo extendió a Natalia. No necesitaba mencionar la infidelidad explícitamente; la evidencia hablaba por sí sola.
Natalia echó un vistazo rápido a la pantalla. Sus ojos se abrieron como platos y, con un movimiento brusco, orilló el auto hasta detenerse por completo.
-¡Hijo de su…! -El cabello rojo de Natalia parecía encenderse con su furia-. ¿O sea que el muy cínico te engaña y todavía tiene los huevos de correrte de la casa a estas horas? ¡No, pos qué bonito! ¡Deberías quedarte con todo!
Irene guardó el celular en su bolso, evitando la mirada ardiente de su amiga.
-Todavía no le he reclamado nada de esto.
-¿Y por qué no? Si tenemos las pruebas en la mano, ¿qué más necesitas?
-¿De qué sirve armar un escándalo? La única que va a quedar como la tonta soy yo.
Sus palabras flotaron en el aire como una verdad amarga. ¿Qué ganaría exhibiendo la infidelidad de Romeo? ¿Hacer que se fuera de la casa sin nada? Imposible.
La familia Llorente no tenía el poder para enfrentarse a los Castro, y sus propios padres no la respaldarían. Al final del día, los Llorente seguían dependiendo económicamente de los
Castro.
Natalia abrió la boca para protestar, pero al ver la expresión derrotada de su amiga, tragó sus palabras y volvió a encender el auto. Como heredera de los Aranda, otra familia prominente de Puerto del Oeste, entendía perfectamente las implicaciones sociales.
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No por nada sus padres le habían comprado un lujoso departamento en el corazón de la ciudad apenas se graduó.
El cielo comenzaba a aclararse cuando llegaron al departamento. Irene se desplomó en el sofá,
Capitulo 5
su mirada perdida en algún punto indefinido de la pared. Natalia la observó, preocupada.
-¿Y ahora qué piensas hacer?
-Primero voy a llamar a Gabriel para agendar la cita del divorcio.
Irene hizo una pausa, sus dedos jugando nerviosamente con el dobladillo de su blusa.
-Y necesito conseguir trabajo. Ya.
Los cincuenta mil pesos mensuales que Romeo le daba para gastos podrían parecer una fortuna para cualquiera, suficientes para que una persona común viviera dos años. Pero entre administrar la casa, mantener el estilo de vida que Romeo exigía, las cenas familiares semanales en la Villa Castro y los regalos para la familia política, nunca le quedaba nada. Ahora solo tenía cinco mil pesos en su cuenta.
Natalia se enderezó de golpe, como si acabara de recordar algo.
-¡Ya sé! ¡Vente a trabajar conmigo! -Sus ojos brillaron con entusiasmo. El pianista que contraté me acaba de cancelar.
Natalia manejaba varios restaurantes de lujo de la familia Aranda, donde cada noche se presentaban pianistas reconocidos. Irene, con su nivel diez en piano, era prácticamente una profesional.
Una pequeña sonrisa, la primera en horas, se dibujó en los labios de Irene. Entendía perfectamente que su amiga intentaba mantenerla ocupada para que no se hundiera en la depresión.
-Va.
-Perfecto. Descansa un rato y en la tarde te vas directo a la sucursal de la zona este. Yo ando hasta el cuello de trabajo, así que no podré pasar por ti.
-No te preocupes, yo me las arreglo.
La amistad entre ellas, forjada desde el jardín de niños, era demasiado sólida como para necesitar formalidades. Ni siquiera la separación durante la universidad había logrado
debilitarla.
Después de que Natalia se fue, Irene tomó su celular y marcó el número de Gabriel Ferrer, el asistente de Romeo.
-¿Señora? -La voz de Gabriel sonaba confundida-. ¿De qué está hablando? Si necesita algo, ¿por qué no espera a que el licenciado regrese a casa?
La nariz le empezó a picar y sintió cómo se le nublaba la vista.
-Quiero agendar una cita para tramitar el divorcio.
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