Capítulo 45
Irene se inclinó para recoger los fragmentos de la cuchara de porcelana esparcidos por el suelo, mientras lanzaba una mirada furtiva hacia la entrada del comedor. Su corazón latía con
fuerza contra sus costillas.
El comedor yacía vacío, sin rastro alguno de la presencia que había creído sentir. Un escalofrío le recorrió la espalda.
¿Estaría su conciencia jugándole una mala pasada? ¿Se estaba volviendo paranoica por ocultar su alegría?
Desechó los restos de la cuchara y, con pasos cautelosos, se asomó al comedor. El silencio confirmaba que estaba sola. Solo entonces sus hombros se relajaron y regresó a la cocina, intentando concentrarse en la preparación de la cena.
En la esquina superior del salón, casi imperceptible contra el techo oscuro, una cámara de seguridad parpadeaba con su ojo rojo, testigo silencioso de cada uno de sus movimientos. Las imágenes viajaban directamente a la computadora de Romeo.
Aunque la distancia impedía que Romeo escuchara con claridad sus palabras, la sonrisa que había iluminado su rostro momentos antes era inequívoca. Hacía tanto que no la veía reír así en su presencia que la curiosidad lo carcomía por dentro.
Sin pensarlo, había dejado escapar ese comentario mordaz, esa necesidad de saber qué la hacía tan feliz. Pero apenas las palabras abandonaron sus labios, la conclusión lo golpeó como una bofetada.
No debería estar vigilándola obsesivamente.
Irene había vuelto, sí, pero algo en ella era diferente. Una chispa de independencia que antes no existía. Por eso necesitaba comprobar si seguía siendo la misma mujer dócil y obediente.
Y ahí estaba ella, preparando la cena como si nada hubiera cambiado. Incluso su actitud desafiante de la noche anterior parecía haberse esfumado.
Le daría el beneficio de la duda. Los cambios en su comportamiento durante los últimos días le resultaban irrelevantes mientras cumpliera con su papel.
Apagó el monitor de las cámaras y su mirada se perdió en la ventana. La noche había caído sobre la ciudad, que ahora brillaba con un mosaico de luces de neón.
Un susurro de tela llamó su atención. Inés emergió de la sala de descanso, envuelta en una bata blanca que parecía flotar a su alrededor.
-Romeo, ¿me podrías acompañar este fin de semana a ver algunas casas?
Romeo se quitó sus lentes dorados con un gesto estudiado y masajeó el puente de su nariz.
-Tengo varias propiedades. Escoge la que quieras para quedarte.
Inés rodeó el escritorio con movimientos felinos. La bata se entreabrió ligeramente, revelando
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Capitulo 45
la blancura de su piel. Se inclinó hacia adelante con una casualidad calculada.
-Ya es demasiado que me dejes quedarme en tu oficina. ¿No sería muy atrevido mudarme a una de tus casas?
-¿Por qué habría de serlo? -Romeo arqueó una ceja, su mirada deliberadamente distante.
Los labios de Inés se curvaron en una sonrisa apenas perceptible mientras se enderezaba.
-Entonces perfecto. Voy a pedir la cena para que comas algo antes de irte.
Romeo apoyó su dedo índice en la barbilla, evitando conscientemente que su mirada se detuviera demasiado en la figura de Inés.
-No es necesario…
-Es el cumpleaños de Carmen -lo interrumpió Inés-. Dice que si alguien más comparte su sopa de tortilla, tendrá un año de buena fortuna. Insistió en que cenaras con nosotras.
Al mencionar a su hermana, el rostro de Inés se suavizó con una mezcla de cariño y resignación estudiada.
-Como aquí no hay cocina, no puedo prepararte nada yo misma. Pero podríamos pedir algo… Has estado ayudándome tanto últimamente, déjame invitarte aunque sea la cena.
Las excusas de Inés, hábilmente tejidas alrededor de Carmen, tocaron una fibra sensible en Romeo. Tras unos momentos de silencio, tomó su celular y tecleó un mensaje para Irene, avisándole que trabajaría hasta tarde.
-Pide lo que quieras -dijo finalmente.
-Claro. -Inés se acomodó frente a él y comenzó a navegar en su celular.
Además de dos órdenes de sopa de tortilla, seleccionó varios platillos que sabía eran los favoritos de Romeo. La cena llegó en cuestión de minutos.
El escritorio de Romeo se transformó en un festín improvisado. Él comía con la precisión de un cirujano, mientras Inés, sentada al otro lado, salpicaba la cena con risas suaves y conversación ligera, inclinándose periódicamente para servirle más comida.
A mitad de la cena, Inés sacó su celular con un movimiento estudiado.
-¿Te molesta si tomo una foto para Carmen?
-Adelante.
Romeo no solo accedió sino que colaboró, dejando sus cubiertos y apoyando el codo en la mesa con una pose casual pero elegante, su mirada fija en la cámara.
La fotografía capturó a una Inés radiante y a un Romeo que, aunque mantenía su característica expresión fría, el simple hecho de haber accedido a ser fotografiado hablaba volúmenes sobre la naturaleza especial de su relación.