Capítulo 42
Romeo extendió su mano hacia ella, tomando la que descansaba sobre sus piernas. Sus dedos ásperos acariciaron el dorso de su mano con una delicadeza calculada. Se inclinó hacia ella, y el calor de su cuerpo comenzó a envolverla gradualmente como una trampa invisible.
-Regresa a casa conmigo.
Su respiración pesada llenaba el espacio entre ellos. El aroma intenso de su colonia cara mezclado con su presencia masculina envolvía a Irene, pero paradójicamente, su mente nunca había estado tan clara.
En ese momento de lucidez cristalina, Irene sopesaba sus opciones. ¿Habría otra manera de conseguir esos expedientes médicos de los hospitales de Puerto del Oeste si rechazaba a Romeo? La respuesta era dolorosamente obvia: no la había.
Su cuerpo se mantuvo rígido, inmóvil, mientras los labios fríos y delgados de Romeo se posaban sobre ella. La tensión dentro del auto se transformó gradualmente en algo más denso, más sofocante.
La primera lluvia del otoño llegó sin aviso. Los faros del auto iluminaban el camino desolado, proyectando sombras fantasmales a través de las gotas que resbalaban por el parabrisas como lágrimas silenciosas. El golpeteo rítmico de la lluvia se entremezclaba con la respiración cada vez más pesada de Romeo.
Su mano, antes apoyada sobre el pecho de ella, ahora la sujetaba con firmeza. Después de días sin contacto, su deseo era evidente, casi animal. Nunca lo habían hecho en el auto, y él quería
marcar ese territorio también.
Sin importarle la resistencia pasiva de Irene, quien aún no había pronunciado palabra de consentimiento, la levantó para colocarla sobre él. En su mente, ella no lo rechazaría; a pesar de los problemas recientes, ella sabía aprovechar las oportunidades que él le concedía.
Irene no se resistió, consciente de que no podía permitirse las consecuencias de un rechazo. Pero tampoco accedió verbalmente. Mientras mantuviera ese silencio, una vez resuelto lo de Daniel, podría pedir el divorcio sin ser acusada de traición.
Romeo, perdiendo el control, la desordenó completamente. Ella sabía que él disfrutaba de su cuerpo, pero era solo eso: deseo físico, nada más. Incluso en ese momento, su educación de clase alta lo mantenía dentro de ciertos límites, considerando que estaban en un lugar público. Condujo de regreso a casa mientras las gotas de lluvia seguían golpeando la ventana, reflejando el fuego que ardía en sus ojos oscuros. El ambiente de deseo que emanaba de Romeo era tan intenso que ni siquiera notó el dolor en la mirada de Irene.
“Después de tantas veces juntos“, pensaba ella, “¿qué importan unas cuantas más?” Pero cuando llegó el momento, comprendió que la disparidad emocional era imposible de ignorar.
Antes, cuando él la besaba, imaginaba pasión en su rostro, convenciéndose de que estaban
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Capitulo 42
enamorados. Ahora, aunque su rostro distinguido perdiera el control por ella, no podía permitirse caer en la ilusión del amor.
Porque este amor, la continuación de este matrimonio, era una mercancía que Romeo había comprado con su poder. Un simple trato comercial.
Afuera, la lluvia susurraba secretos al viento. Dentro, Irene se mordía el labio mientras cooperaba mecánicamente. Romeo estaba satisfecho, tanto que perdía el control, consciente de que la lastimaba pero incapaz de contenerse. En su mente, lo justificaba como un castigo por su desobediencia reciente.
Además, con las mejillas sonrojadas y la mirada perdida, él se convencía de que ella también lo disfrutaba. Este tipo de castigo, se decía, era un regalo para ella.
Hacia la madrugada, cuando la lluvia amainó, se trasladaron a la villa. Irene solo llevaba puesta la camisa de él, sus piernas largas y blancas expuestas a la penumbra. Al verla así, tan vulnerable, el fuego en Romeo se reavivó instantáneamente.
Una noche sin dormir. Irene flotaba en un estado de seminconsciencia, entre el sueño y la vigilia, cuando escuchó a Romeo atender una llamada. Su voz ronca sonaba urgente:
-Inés, no te muevas de ahí hasta que llegue. ¡Escóndete!
Romeo saltó de la cama y entró al vestidor. En menos de dos minutos emergió completamente vestido con un traje negro y camisa blanca.
Irene, haciendo un esfuerzo con su cuerpo adolorido, se incorporó para sujetar la manga de su
saco.
-Romeo, sobre lo de Daniel…
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