Capítulo 37
Irene se pasó los dedos por el cabello negro, deteniendo el movimiento a medio camino. Sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y resignación.
-No pude tramitar el divorcio -sus dedos se enredaron nerviosamente en un mechón suelto-. Vamos a tener que reagendarlo para otro día.
Natalia, quien había estado conteniendo su indignación toda la noche, finalmente explotó. Sus mejillas se encendieron mientras gesticulaba enfáticamente con las manos.
-¡Cómo no! Romeo está demasiado ocupado defendiendo al perrito de su amante en la corte. ¡Imaginate nada más! Armando todo un circo por un perro, mientras su cuñado está metido en problemas legales de verdad. ¡Pero ahí lo tienes, defendiendo a un lomito con la columna rota!
Irene se recogió el cabello en una cola de caballo con movimientos mecánicos. Sus párpados aletearon levemente, un gesto que intentaba disimular su dolor. Una sonrisa forzada se dibujó en sus labios.
-Mejor así. De todos modos, tampoco tenía tiempo para andar en esos trámites.
Tomó su bolsa y se dirigió a la puerta. Tenía pensado pasar por la estación de policía; había escuchado que estaban revisando las cámaras de seguridad de la zona del incidente y quería ver si encontraba alguna pista que pudiera ayudar a Daniel.
Apenas se había incorporado al tráfico cuando su celular comenzó a sonar. Al ver el nombre de Yolanda en la pantalla, un escalofrío le recorrió la espalda. Después del ultimátum de esa mañana, una llamada suya solo podía significar problemas.
Deslizó el dedo para contestar. La voz alterada de Yolanda se mezcló con gritos y maldiciones que venían del fondo.
-¡Irene, vente para el Hospital General ahorita mismo! ¡Nos quieren agredir estos tipos…!
La llamada se cortó abruptamente. Irene apretó el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos. ¿Quiénes serían “esos tipos“? ¿Los familiares del fallecido? ¿O la turba furiosa del internet?
Con un giro brusco, dio vuelta en U y aceleró hacia el Hospital Puerto del Oeste. Por suerte, el departamento de Natalia quedaba cerca; no tardó ni diez minutos en llegar.
Antes de poder entrar al hospital, la escena la paralizó: un grupo de personas rodeaba el coche de César, lanzando huevos y hojas de lechuga contra las ventanas, impidiendo que avanzara. A través del parabrisas manchado, apenas distinguía las siluetas tensas de su padre y Yolanda,
Bajó de su coche con la intención de buscar ayuda de los guardias. No había dado ni dos pasos cuando la ventanilla del auto se bajó ligeramente.
-¡Ahí está mi hija, con ella desquítensel -la voz de César resonó con desprecio.
Un huevo podrido voló por la ventana, estrellándose contra su rostro. La ventanilla subió de
Capitulo 37
inmediato, dejándola sola frente a la turba.
-¿Qué hacemos, Irene? —la voz temblorosa de Yolanda apenas se escuchó desde el interior.
César soltó una risa amarga mientras se limpiaba la boca.
-¡Bah! Está joven, aguanta unos golpes. ¿Qué tanto ha sufrido ella? A ver si así entiende que tiene que resolver lo de Daniel rápido. Tu hermano está encerrado, sufriendo más que tú…
El motor rugió cuando César pisó el acelerador, abandonándola a su suerte mientras la multitud se dispersaba en su dirección.
No eran los familiares del fallecido, sino activistas del internet, sus rostros deformados por una violencia contenida. Usaban la muerte del joven como excusa para descargar su propio
resentimiento contra el mundo.
Irene intentó escapar, pero sus pies se enredaron. Cayó sentada sobre el asfalto mientras una Iluvia de lechugas, botellas de agua y objetos punzantes la golpeaban por todos lados.
Los guardias llegaron corriendo, dispersando a la turba que, cobarde, solo se atrevía a agredir desde lejos. Los curiosos murmuraban; algunos, compadecidos, llamaban a la policía.
La multitud se disolvió al ver las patrullas. Irene permaneció en el suelo, el cabello empapado pegado a su rostro, las rodillas sangrando.
Una enfermera se acercó corriendo, sus ojos llenos de compasión.
-Señorita, ¿está bien? Venga conmigo para curarle esas heridas.
La mirada de Irene se desvió hacia la entrada del hospital, donde una pareja observaba la escena. Quizás era porque él siempre destacaba entre la multitud, o tal vez porque ella siempre podía encontrar a Romeo sin importar dónde estuviera.
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