Capítulo 297
Bastó escuchar el apellido Castro para que el corazón de Irene diera un vuelco. La siguiente
frase solo confirmó sus temores.
Lucas la observó con curiosidad.
-¿Es el cliente de ayer?
-No–respondió Irene. No había planeado cómo manejar esta situación, pero su instinto le gritaba que se distanciara de Romeo-. No lo conozco. Te equivocaste de persona. Dile que no estoy aquí.
Victoria miró asustada hacia el área de descanso. Romeo ya se había instalado ahí, rodeado por Margarita y otros diseñadores. Su presencia imponente parecía llenar todo el espacio.
-Solo le dije que venía a avisarte -murmuró Victoria, negando con la cabeza.
-Perdón, gerente. Yo me encargo de esto -Irene no lograba descifrar el motivo de la visita de Romeo. La palabra “cliente” era seguramente solo una etiqueta conveniente que Victoria y los demás habían decidido usar. Romeo despreciaba este lugar, esta pequeña tienda que
consideraba inferior. Tenía que haber algo más.
Lucas le indicó que se ocupara del asunto, y ella siguió a Victoria.
Desde su posición, observó cómo Margarita y varios diseñadores rodeaban a Romeo, manteniéndose a una distancia prudente. La presencia dominante del hombre los mantenía en
un estado de incómoda cautela.
Margarita intentó romper el hielo.
-Señor Castro, ¿qué tipo de habitación tiene en mente? ¿Algún requisito específico para el
diseño?
Romeo ignoró la pregunta. Su mirada atravesó al grupo hasta fijarse en Irene, que acababa de entrar a la oficina de Lucas. La observó detenidamente: su chaqueta de plumas color crema, el cabello recogido en un moño elegante, el maquillaje discreto que realzaba su aire distinguido. Ahí estaba ella, convertida en una simple empleada, dependiendo del salario de otros, ganando en un mes menos de lo que él solía darle de propina.
“¿Te crees muy valiente, apostando a que me equivoco sobre tu acusación de infidelidad?“, pensó Romeo. “Si aclaro todo esto, ¿volverías?” La idea lo irritaba aún más. Ya estaba harto de sus miradas severas, de ese resentimiento que acumulaba día tras día.
Romeo sentía crecer su propia amargura. Él era inocente, y la actitud de Irene le resultaba
intolerable.
Irene se quitó la chaqueta, dejó su bolso y se acercó al grupo. Margarita, al verla aproximarse, interrumpió sus intentos de conversación. El grupo se dispersó discretamente.
-¿Necesitas algo? -Irene dudó antes de continuar-. Si era urgente, pudiste haber llamado.
1/2
14:56 1
Capipla 50
Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de Romeo.
Los Llorente y su mala memoria. Me bloqueaste, recuerdan?
Irene se mordió el labio. Era cierto. Siempre que necesitaba algo de Romeo, lo desbloqueaba temporalmente. El día que pidió el divorcio, lo bloqueó y nunca más lo desbloqueó. Ahora que el decía tener los resultados de la investigación sobre la infidelidad, mientras esperaban la notificación de divorcio, mantenerlo bloqueado era insostenible.
Ya tienes los resultados?
Estuvo a punto de desbloquearlo, pero se contuvo. Si él ya tenía los resultados, con esa actitud, podrian ir directamente por el acta de divorcio. No había necesidad de sacarlo de la lista negra. Además, ¿qué importaban ya los resultados de la investigación?
-Llorente, soy un cliente -la corrigió Romeo con voz cortante, Cuida tus palabras y tu actitud.
Su comportamiento de la noche anterior todavía le ardía. Quizás, si no lograba aclarar el asunto de la infidelidad, ella mantendría esa actitud desafiante. Había pasado la noche en vela, buscando la manera de que Irene volviera a ser la de antes: dulce y complaciente. Y de paso, evitar que dependiera demasiado de la “caridad” de los Aranda.
Irene lo miró fijamente durante unos segundos.
-Romeo, ¿perdiste la cabeza?
¿De verdad se había presentado fingiendo ser un cliente? ¿En serio esperaba que ella diseñara una casa para él?