Capítulo 291
Gabriel notó cómo la expresión de su jefe se ensombrecía con cada palabra. Una tensión. familiar se instaló en el ambiente, esa que siempre aparecía cuando se mencionaba a Irene.
-Si–respondió, intentando mantener un tono neutral mientras observaba la mandíbula tensa. de Romeo.
Romeo tamborileó los dedos sobre su escritorio de caoba, un gesto que traicionaba su
aparente calma. Sus ojos oscuros se clavaron en Gabriel con una intensidad que hacía difícil mantener la mirada.
-¿Cómo está ella ahora? -preguntó con una voz controlada que no lograba ocultar del todo su interés.
El silencio que siguió fue interrumpido por el constante zumbido del celular de Romeo sobre el escritorio. La pantalla se iluminaba sin cesar con mensajes del grupo familiar que había creado, un intento desesperado por hacer “explotar” la noticia de su separación. Los regaños de su abuela se acumulaban uno tras otro, mientras que los mensajes más mesurados de sus padres quedaban sepultados bajo la avalancha de reproches.
Romeo apretó los puños bajo el escritorio. “Si tan solo pudiera agregar a Irene al grupo“, pensó con amargura. “Que vean todos el lío que ha causado con sus mentiras“.
Gabriel se aclaró la garganta antes de responder, consciente del terreno minado que pisaba.
-La señora se mudó a un apartamento en Bahía Serena, cerca de su trabajo -hizo una pausa, dudando si continuar-. Hoy cerró un trato por más de trescientos mil, con una comisión bastante considerable…
El silencio que siguió fue tan denso que podría cortarse con un cuchillo. Gabriel se maldijo internamente por su exceso de información.
La mirada de Romeo se perdió en el horizonte nocturno más allá de la ventana. “¿Un apartamento?“, su mente daba vueltas al concepto. “Debe estar pasándola mal
económicamente para vivir en un lugar así“. La idea de Irene sufriendo en un espacio reducido, prefiriendo eso a regresar con él, le revolvió el estómago.
Gabriel, como si algún demonio lo poseyera, agregó:
-Puede alojar a dos personas -tragó saliva-. Tiene cama matrimonial.
Romeo se quedó paralizado, sus nudillos blancos de tanto apretar los reposabrazos de su silla. -¿Qué insinúas? ¿Crees que iría a buscarla? -su voz destilaba hielo.
Gabriel parpadeó nerviosamente.
-Si fuera… no tendría dónde quedarse. La señorita Aranda está instalada ahí.
-Deja de decir estupideces y vuelve a trabajar. Te quedas horas extras -Romeo cortó la
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llamada de golpe.
Gabriel se quedó mirando el teléfono, confundido. “¿En qué me equivoqué?“, se preguntó. “No era mi intención sugerir que el presidente Castro fuera a dormir allí“. Cabizbajo, regresó a su
escritorio.
El aroma a carne asada inundaba el pequeño apartamento cuando David llegó a las siete de la noche. Sus ojos recorrieron el modesto espacio con preocupación mal disimulada.
-El sistema de seguridad aquí deja mucho que desear -comentó, sin poder ocultar su inquietud.
Irene se encogió ligeramente de hombros mientras acomodaba los platos en la pequeña mesa. -No te preocupes, tengo horarios fijos para ir y venir del trabajo. No ando por aquí en horas
poco seguras.
Sus mejillas se tiñeron de rosa mientras miraba alrededor.
-Es solo que… bueno, es más pequeño que Colinas Verdes. No es muy cómodo para cuando quieran visitarme.
El sofá de la sala, apenas suficiente para dos personas, parecía encogerse bajo su mirada apenada. Los recuerdos de las tardes en Colinas Verdes, donde los tres podían charlar cómodamente, pesaban en el ambiente.
David, con movimientos precisos, comenzó a servir las rebanadas de cordero.
-Eso es lo de menos -su voz suave cortó la tensión-. Se acerca fin de año y ando hasta el cuello de trabajo. Si no les molesta, vendré de vez en cuando a cenar. Ya ni tiempo me queda para vida social.
Natalia, con la frente perlada de sudor por la barbacoa picante, soltó un siseo.
-¡Uff! Les voy a avisar a mis papás que me quedo unos días con Irene.
David le pasó una servilleta con gesto protector.
-¿Pretendes que ella te atienda con lo ocupada que está? Quédate un par de días y luego
regresas a casa.
-No me molesta -intervino Irene con una sonrisa genuina-. De todos modos tengo que
cocinar, una boca más no hace diferencia.
-Es que estos días casi no paro en casa -explicó David, su mirada cálida deteniéndose en Irene-. Si Natalia no está, sería muy solitario.
El vapor de la barbacoa creaba un halo suave alrededor de Irene, sus mejillas sonrosadas por el calor. David la observó discretamente, notando cómo parecía más viva, más radiante, como una flor a punto de abrirse.
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Captulo 291
Ella le devolvió la sonrisa.
-A mamá le encanta el bullicio, no aguanta la quietud. Que se quede unos días antes de
volver.
Natalia entrecerró los ojos con suspicacia.
-¿Y tú por qué no te quedas en la casa? -su tono se volvió acusador-. ¿Te corrió papá o qué? ¿Por qué tantas peleas? ¿O nomás quieres que regrese para que me lleve la regañiza?