Capítulo 279
Irene alzó la mirada, forzada a encontrarse con aquellos ojos que la taladraban sin piedad. La neblina que nublaba su visión se fue disipando mientras lágrimas ardientes se deslizaban por las comisuras de sus ojos.
Podía sentir la furia emanando de él en oleadas, pero ¿acaso no era ella quien había sido traicionada? Yolanda no solo había destruido su dignidad, sino que le había dado a Romeo otra excusa más para humillarla.
Para sus padres, el honor de su hija era irrelevante mientras siguiera siendo parte de la familia Castro. No les importaban los medios, ni cuán despreciable o vulgar pudiera parecer ante los ojos de Romeo.
-No estoy embarazada -declaró con voz firme.
Ya no le importaba si él le creía o no. Ella no había cambiado las medicinas. Lo primordial ahora era desmentir esta mentira.
Romeo la estudiaba con una mirada indescifrable. A pesar de su habilidad para detectar el engaño en otros, de pronto se encontraba incapaz de descifrar a la verdadera Irene. ¿Era aquella que siempre lo recibía con una sonrisa? ¿La que ahora lo miraba con frialdad? ¿O la que últimamente mostraba tanto desdén por todo lo que él representaba?
¿Cuál de todas estas máscaras ocultaba a la verdadera Irene? ¿Qué pretendía conseguir?
Las líneas de tensión en su rostro se profundizaron mientras su mano, aún enganchada al delicado cuello de ella, aumentaba gradualmente la presión.
-¿Crees que todavía puedo confiar en algo de lo que dices?
El aire comenzaba a escasear en los pulmones de Irene. Sus dedos se aferraron a la muñeca de Romeo mientras su rostro se teñía de un rojo intenso.
-Si no me crees… llévame al hospital… para hacerme los análisis -logró articular entre jadeos.
Una sonrisa sardónica se dibujó en los labios de Romeo.
-¿Qué quieres demostrar? ¿Que de verdad quieres el divorcio y no estás usando esto como otra de tus tretas para impedirlo?
La soltó abruptamente y se giró para sacar un cigarrillo del bolsillo. Lo colocó entre sus labios, pero cuando estaba a punto de encenderlo, algo lo detuvo. El encendedor aterrizó con un golpe sordo sobre la mesa.
El aroma tenue de la nicotina del cigarrillo sin encender no lograba apaciguar el torbellino de emociones que lo consumía.
Irene se recargó contra la pared, su mirada cayendo sobre el frasco de medicinas derramado en el cajón. Las diminutas pastillas marcadas con “VC” eran casi imperceptibles a simple vista.
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Capítulo 279
Durante las últimas semanas, las había tomado mecánicamente, demasiado absorta en su amargura para prestar atención.
Jamás hubiera imaginado que alguien sustituiría sus anticonceptivos. Pero al menos no estaba embarazada. Si lograba desmentir esta mentira, aún había esperanza. Esperanza de
obtener el divorcio.
Ya no le importaba cuánto pudiera llegar a odiarla Romeo.
-Romeo, ¿qué necesito hacer para que creas que realmente quiero divorciarme?
Él permanecía de espaldas junto a la ventana, su figura imponente recortada contra la luz. Su espalda ancha y cintura estrecha dibujaban una silueta que alguna vez la había cautivado. Se giró parcialmente, sus ojos atravesándola como dagas..
-¿Qué esperas? ¿Verme rogándote que te quedes?
En su mente, la insistencia de Irene solo podía significar que esperaba verlo humillarse, suplicarle que no lo dejara.
Irene se quedó inmóvil, las palabras atoradas en su garganta. ¿Cómo podía convencerlo de que sus intenciones eran genuinas? ¿Cómo hacerle entender que realmente quería el divorcio?
La tensión en la habitación era asfixiante. Deseaba huir, pero con las acusaciones del embarazo y el divorcio pendientes, no podía simplemente marcharse.
Observó en silencio al hombre frente a la ventana, notando la rigidez en su cuello, la manera en que la situación lo había descolocado por completo.
El silencio se extendía como una sombra entre ellos.
-Creas lo que creas, no estoy embarazada -rompió finalmente el silencio-. Iré al hospital ahora mismo a hacerme los análisis. Se lo explicaré a los abuelos y después retomaremos lo del divorcio.
Su voz no dejaba lugar a dudas. Aclarar el asunto del embarazo era prioritario, incluso más urgente que el divorcio mismo.
Romeo la miró con una mezcla de emociones que no lograba descifrar. Sus miradas se encontraron, y por un momento, Irene sintió el impulso de explicarle todo, de intentar que entendiera. Pero se contuvo. ¿Para qué molestarse? Cuanto más la odiara, más probabilidades habría de que finalmente accediera al divorcio.
-Está bien, ve–Romeo arqueó una ceja con desdén-. Si logras convencerlos, nos divorciamos
de inmediato.