Capítulo 275
Aunque Natalia había planeado quedarse a comer, apenas dejó el equipaje salió corriendo del departamento.
Yolanda entrecerró los ojos al ver las maletas.
-¿A poco si fuiste a competir? -su tono destilaba desconfianza-. No me digas que me dejaste aquí sola para irte de parranda con Natalia.
Irene arrastró su maleta hasta el interior mientras contenía un suspiro de fastidio.
-¿Y tú qué haces aquí? ¿No te habías ido?
-Pues claro que tenía que regresar -Yolanda ajustó el agarre de su pequeña bolsa, la misma que llevaba cuando visitaba a César-. No puedo contar con tu papá para los gastos médicos de Dani. Tengo que apoyarme en ti.
Irene observó a su madre, notando su determinación por depender económicamente de ella. Sabía que una vez que se divorciara de Romeo, volvería a ser responsabilidad de la familia Llorente. No importaba cuántas veces intentara explicárselo a Yolanda, sería inútil. Así que optó por el silencio, concentrándose en desempacar y luego en limpiar el departamento de
nuevo.
Yolanda tampoco se quedó quieta. El sonido de ollas y sartenes pronto llenó la cocina mientras preparaba la cena.
El aroma de la sopa casera inundaba el ambiente cuando Irene, exhausta y hambrienta después de limpiar, se sentó a la mesa. Justo cuando estaba por tomar la cuchara, Yolanda la detuvo con un gesto brusco.
-¿Has hablado con Romeo últimamente? -sus ojos se clavaron en Irene con una intensidad incómoda..
Era evidente que no la dejaría comer hasta obtener una respuesta.
-No nos hemos llamado, pero nos vimos esta mañana.
La sonrisa de Yolanda se ensanchó mientras le pasaba los cubiertos.
-Ándale, come antes de que te desmayes de hambre -su voz se suavizó-. Nomás tómatelo con calma con Romeo, busca el momento adecuado para regresar…
Irene hundió la cuchara en la sopa humeante, dejando que el calor reconfortante del caldo la distrajera del mismo discurso de siempre. Ya estaba más que harta de escucharlo.
Los días siguientes transcurrieron en un torbellino de actividad. La medición había sido exitosa, y ahora Irene se sumergía por completo en el diseño. Era su primer cliente como profesional, así que se entregó al proyecto con una dedicación absoluta. Incluso sacrificó su fin de semana, trabajando horas extra y revisando los planos una y otra vez hasta que cada detalle fuera perfecto.
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Capitulo 275
El lunes, presentó los diseños a la señora Escobar. Aunque esta tenía algunas sugerencias, su satisfacción con el estilo general y la paleta de colores era evidente.
El martes, Irene pidió el día libre. Era el día señalado para acudir al registro civil a tramitar su divorcio.
A las siete de la mañana, unos golpes resonaron en su puerta.
-Irene, ¿no vas a trabajar hoy? ¿Por qué sigues en la cama?
-Tengo pendientes que resolver.
Irene ya estaba despierta, aplicando un maquillaje sutil frente al espejo. Se había decidido por un vestido largo negro que complementó con un abrigo de plumas color beige claro. La combinación le daba un aire juvenil y vital.
Guardó su identificación y acta de matrimonio en un bolso que dejó en el recibidor antes de abrir la puerta.
-¡Mírate nada más, qué guapa! ¿A dónde vas con tanta prisa? -Yolanda, que se dirigía a la cocina, se detuvo en seco al verla. Sus ojos se entrecerraron al notar el bolso-. ¿Qué traes
ahí?
Irene cerró la cremallera con un movimiento fluido y se colgó el bolso al hombro.
-Voy a tomar medidas donde un cliente. No me da tiempo de desayunar, ya me voy.
Sin más explicaciones, se dirigió a la puerta. Yolanda, sintiendo que algo no cuadraba, se quitó el delantal apresuradamente y la siguió con sigilo.
El invierno se acercaba al Año Nuevo con temperaturas bajo cero. El viento cortante envolvió a Irene apenas puso un pie en la calle, pero ella parecía no notarlo. Su rostro pálido lucía una suave sonrisa mientras subía al autobús que la llevaría al registro civil.
Se acomodó junto a la ventana, donde los rayos del sol hacían brillar su cabello negro con destellos intensos. Esa mañana habían anunciado los resultados de la tercera ronda de Design Space, y su nombre no aparecía en la lista. El rechazo le había amargado el despertar, pero el mensaje de Romeo confirmando que estaría presente para recoger el certificado de divorcio había mejorado considerablemente su ánimo.
Una hora después, Irene esperaba frente al registro civil. Faltaban quince minutos para que abrieran sus puertas a las ocho y media. Sus manos se calentaban sosteniendo un vaso de atole humeante mientras observaba la entrada con determinación.
Finalmente, las puertas del edificio comenzaron a abrirse.