Capítulo 265
La mano de Inés tembló ligeramente mientras presionaba el disco de memoria de la cámara. Sus dedos, fríos por el nerviosismo, rozaron el metal frío del dispositivo. Para cuando logró extraerlo, la pantalla ya se había tornado negra, tragándose cualquier evidencia de lo que acababa de capturar.
Con la respiración entrecortada y evitando hacer contacto visual directo, se acercó a Romeo.
-El personal prácticamente me arrancó la cámara de las manos cuando tomé las fotos. No permiten que nadie tome imágenes aquí; tienen miedo de las filtraciones.
Romeo la observó con una mirada penetrante que la hizo encogerse imperceptiblemente. Sus ojos oscuros la estudiaban como un depredador evaluando a su presa, mientras la tensión en su mandíbula delataba su irritación apenas contenida.
-Un error así es imperdonable para alguien en tu posición.
El tono cortante de Romeo resonó en el silencio de la habitación. Alquimia Visual había organizado eventos similares antes, y que la vicepresidenta desconociera protocolos tan básicos era, en su opinión, una prueba más de su incompetencia.
El rostro de Inés perdió color ante el escrutinio implacable. Sus hombros se hundieron mientras bajaba la mirada hacia el suelo, buscando una salida a la tensión del momento.
-Desde la ventana del hotel se puede ver el mar… el mismo mar que tanto le gustaba a Carmen -susurró, su voz quebrándose ligeramente-. Me pidió que le tomara fotos del
amanecer.
La expresión de Romeo se suavizó casi imperceptiblemente, aunque mantuvo su característico aire distante.
-Quédate un día más después del evento.
A pesar de que la idea de romper las reglas le provocaba un profundo disgusto, algo en la mención de Carmen había tocado una fibra sensible en él.
El alivio inundó el rostro de Inés.
-Está bien -murmuró antes de retirarse apresuradamente a su habitación.
Las computadoras de los concursantes estaban bajo estricta vigilancia; cualquier contacto con el exterior estaba prohibido. Solo podían utilizarlas para trabajar en sus diseños. Sin embargo, los equipos del cuarto piso funcionaban sin restricciones.
Con dedos ágiles, Inés envió las fotografías a un correo electrónico intermedio, quien a su vez las reenviaría a la dirección que Cecilia le había proporcionado previamente.
Treinta minutos después, Cecilia recibió las imágenes que Irene había capturado secretamente de Eduardo. A pesar de su rol como jefe principal del concurso, Eduardo se comportaba más como un capitalista que como un juez imparcial. Su visión contrastaba radicalmente con la de
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Cecilia, quien buscaba genuinamente descubrir talentos auténticos. Aunque no podía evitar la manipulación de los capitalistas sobre el evento, Cecilia estaba decidida a aprovechar cualquier oportunidad para ayudar a Irene a sobresalir.
Una hora más tarde, Irene se dirigió al área designada para recibir las reglas y requisitos del concurso. El ambiente era tenso; los participantes se evitaban mutuamente, conscientes de que cada uno representaba una amenaza para los demás.
El panel de jueces permanecía sin cambios, mientras que Romeo y David ocupaban los asientos reservados para los patrocinadores. Ambos vestían trajes negros impecables y se encontraban sentados en un área apartada, donde la tenue iluminación difuminaba sus siluetas, creando un aura de misterio y poder.
Irene apenas se atrevió a dirigirles una mirada fugaz, pero fue suficiente para reconocerlos. Su corazón dio un vuelco al confirmar la presencia de ambos. La intensidad de las miradas que emanaban desde aquella penumbra era tan abrumadora que se vio obligada a desviar la vista, concentrándose en mantener su compostura.
Se sentó en silencio a escuchar las reglas del concurso, y posteriormente se levantó para formarse y recibir los lineamientos de diseño. No hubo ningún intercambio con Romeo, ni siquiera una mirada furtiva. Sin embargo, su presencia dominante llenaba el espacio, haciendo imposible ignorarlo completamente.
Antes del almuerzo, cuando la reunión concluyó y el concurso dio inicio oficialmente, Irene regresó a su habitación con sus pertenencias. Justo cuando estaba por cerrar la puerta, una mano grande y firme detuvo el movimiento.
-Irene Llorente.
El corazón le dio un vuelco al reconocer la voz de David. Abrió la puerta nuevamente,
intentando mantener un tono neutral.
-David.
Él permaneció en el umbral, manteniendo una distancia respetuosa que contradecía la urgencia en su voz.
-Tengo asuntos pendientes en la empresa. Debo partir pronto y no podré acompañarte durante el concurso. Te deseo el mayor de los éxitos.
-Está bien, gracias -respondió Irene, ocultando la punzada de decepción en su voz. Comprendía perfectamente que una vez que alguien abandonaba el evento, no se le permitía
regresar.
David la observó intensamente por unos segundos, como si quisiera grabar su imagen en su
memoria.
-Si llegas a necesitar algo, pídele a la recepción del hotel que me llame.
-Lo tendré en cuenta asintió Irene suavemente.
-Te esperaré en el estacionamiento subterráneo la noche que termine el concurso–mientras
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hablaba, David extrajo un paquete de su abrigo gris oscuro de lana, que aún emanaba un ligero vapor. Nati me pidió que te lo entregara.
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