Capítulo 25
La revelación golpeó a Irene como una bofetada: no había sido más que un adorno, una pieza decorativa que Romeo había llevado a casa para complacer a la familia Castro. El descubrimiento le revolvió el estómago con más violencia que la misma infidelidad.
La sangre abandonó su rostro mientras sus dientes se clavaban con fuerza en su labio inferior. Sus ojos, irritados por el llanto contenido, ardían como si estuvieran inyectados de fuego. El temblor en sus manos delataba la tormenta que se desataba en su interior.
En cuestión de días, su vida se había desmoronado como un castillo de naipes. Había vivido engañada, convenciéndose a sí misma de que tras la frialdad de su esposo se escondía algún tipo de afecto.
Pero la verdad era mucho más cruel: no solo carecía de amor por ella, sino que además la engañaba. Y ahora, como una burla del destino, descubría que su matrimonio había sido una farsa desde el principio, construido sobre los motivos ocultos de Romeo.
La indignación se entrelazaba con su determinación de divorciarse, como una enredadera venenosa que se enroscaba alrededor de su corazón. Poco a poco, mientras las lágrimas se secaban en sus mejillas, sus emociones comenzaron a estabilizarse, dando paso a una claridad que antes no había experimentado.
Sus dedos, aún temblorosos, se deslizaron por su rostro mientras un pensamiento cristalizaba
en su mente.
-No puedo elegir la familia en la que nací -susurró para sí misma, su voz ganando firmeza con cada palabra-, pero tengo todo el derecho de elegir mi matrimonio. No voy a conformarme con uno sin amor.
La orden de Romeo sobre los anticonceptivos cobraba ahora un nuevo significado: ni siquiera la consideraba digna de darle un hijo. Era evidente que, cuando el momento fuera propicio, buscaría el divorcio para casarse con Inés. Si esperaba más tiempo, solo desperdiciaría más años de su juventud, quedando en una posición aún más vulnerable.
Las palabras de Natalia resonaban en su mente: si Romeo planeaba mantener a Inés como su amante secreta mientras ella seguía siendo la señora Castro, tampoco podía aceptar esa humillación, Ser la señora Castro implicaba inevitablemente tener un hijo para satisfacer las expectativas familiares, algo que ni siquiera Romeo podría evadir.
Sus nudillos se blanquearon mientras apretaba los puños.
-No voy a permitir que mi hijo viva en un hogar sin amor
murmuró con determinación-, No como yo lo hice, viendo a mi padre tratar a mi madre como un simple accesorio a su disposición.
Natalia, con ojeras que delataban su noche en vela, se inclinó hacia adelante.
-Está bien, escucha, lo pensé toda la noche. Para atraparlos en su aventura… comenzó a explicar con entusiasmo,
Capitulo 25
Irene levantó una mano, interrumpiéndola suavemente.
-Nati, no quiero atrapar a nadie en su infidelidad. Solo quiero divorciarme.
En una relación destinada al fracaso, lo más doloroso era no poder cortar los lazos de manera limpia. No buscaba evidencia de la infidelidad; quería liberarse a sí misma de un matrimonio que la había degradado y humillado.
-¿Pero así nomás te vas a divorciar? -Natalia frunció el ceño, la preocupación evidente en su voz-. ¿Crees que Romeo te va a dar algo de dinero? Sin eso, itu papá te va a querer casar otra vez! No digo que los atrapemos para exhibirlos, solo para negociar mejor el acuerdo.
Irene negó con la cabeza, una sonrisa triste dibujándose en sus labios.
-No importa cómo lo amenace, jamás podré ganarle si él no está dispuesto a darme nada.
Dos años de matrimonio le habían enseñado bien quién era Romeo Castro. No era un hombre que cediera ante amenazas. Si planeaba darle algo, lo haría por voluntad propia. Si no, tenía mil maneras de neutralizar cualquier intento de chantaje, y probablemente terminaría empeorando su situación.
-Si ese cabrón tuviera tantita decencia, ¿crees que estaríamos en esto? -masculló Natalia, apretando los puños.
Irene se frotó las mejillas adoloridas, intentando despejar su mente. Le dedicó una sonrisa genuina a su amiga.
-Te desvelaste toda la noche por mí. Anda, ve a descansar. No tienes por qué preocuparte tanto por mis problemas.
-¿De qué hablas? -Natalia se golpeó el pecho con orgullo-. Mi vida está tan tranquila que nadie se atreve a meterse conmigo. Ya me hacía falta algo de acción para sacar mi carácter. Si necesitas algo, lo que sea…
La sinceridad en las palabras de Natalia conmovió profundamente a Irene. Guardó ese momento en su memoria, prometiéndose que algún día le devolvería el favor. Solo necesitaba volverse más fuerte. Solo así podría mirar a Romeo a los ojos sin agachar la cabeza.
Aunque después del divorcio sus caminos se separarían -y francamente esperaba no tener que volver a verlo-, estaba determinada a hacerse un nombre en el mundo del diseño. Quería demostrarle a Romeo que, si bien había sido capaz de convertirse en ama de casa por él, también podía brillar por cuenta propia.
La pasión por su carrera se mezclaba con el dolor que Romeo le había causado, nublando por momentos sus pensamientos. Recordó el número desconocido que le había enviado las fotografías y algo hizo clic en su mente: tenía que ser Inés.
Por eso se había comportado con tanta familiaridad en su presencia, ordenando la ropa de Romeo, dejando a la vista medias negras y lencería de encaje sobre la cama matrimonial. No había sido casualidad: cada gesto había sido una declaración de guerra silenciosa.