Capítulo 249
A pesar de los regaños, el rostro de Irene permaneció sereno. Su mirada se había fijado en la expresión de Romeo, que parecía haber mordido un limón particularmente agrio. Verlo así, como si alguien lo hubiera humillado públicamente, le provocaba una satisfacción culposa que mantuvo oculta tras una máscara de indiferencia.
Optó por el silencio, observando cómo Gabriel se alejaba discretamente del epicentro del conflicto, como quien retrocede al ver una granada sin seguro.
La tensión se volvía cada vez más densa, como una nube tóxica que amenazaba con
asfixiarlos a todos.
El jefe, con gotas de sudor perlando su frente, no lograba descifrar la extraña actitud de Romeo. Su mente maquinaba diversos castigos: desalojar al comerciante, degradarlo, multarlo… cualquier cosa para congraciarse con el presidente Castro. Pero algo no cuadraba. ¿Por qué este personaje tan importante permanecía en silencio?
Aquella mirada penetrante de ojos marrones seguía clavada en Irene, como un depredador evaluando a su presa.
-¿Y tú qué esperas? ¡Llama a tu esposo! -insistió el jefe, su voz traicionando su nerviosismo.
Irene alzó ligeramente el mentón, su voz clara y firme.
-Lo siento, no tengo esposo -un destello de desafío brilló en sus ojos-. Es mi primer día aquí, y si el señor se siente mal, puede ir al hospital a revisarse. Yo cubriré los gastos.
Intentaba darle una salida digna a Romeo, incluso si él decidía aprovecharse de la situación. Sin embargo, apenas terminó de hablar, sintió un tirón brusco en su muñeca. Romeo la arrastró fuera del centro comercial hacia el estacionamiento, sus dedos dejando marcas rojas sobre su piel pálida.
-¡Oiga! -el jefe hizo ademán de seguirlos.
Gabriel lo detuvo con un gesto suave pero firme.
-Dejemos que el presidente Castro se encargue. Yo continuaré la inspección en su lugar.
El jefe asintió a regañadientes.
-Está bien, por aquí, por favor.
Romeo la condujo hasta un Cullinan último modelo. El interior era más amplio que el del Maybach, con asientos traseros que se nivelaban elegantemente con el resto de la cabina. Pero ni siquiera ese espacio extra bastaba para mantener distancia cuando Romeo la acorraló contra una esquina.
El frío metal de la puerta se sentía como hielo a través de la delgada tela de su blusa. Romeo, vestido solo con una camisa que delineaba sus músculos tensos, apoyó una mano junto a su cabeza, encerrándola efectivamente entre sus brazos.
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Capitulo 249
-¿Sin esposo? -su voz surgió como un gruñido bajo, peligroso.
Irene se había preparado para gritos o extorsión, pero no para esa pregunta cargada de posesividad. Su rostro se contrajo en una mueca de fastidio.
-¿Qué querías que dijera? ¿Que eres mi esposo?
No era eso. Su matrimonio era secreto, pero existía. Romeo no podía comprender cómo ella había declarado “no tengo esposo” con tanta naturalidad, como si realmente fuera cierto. La ligera resistencia en su expresión encendió aún más su irritación.
-¿Te molesta que trabaje aquí? Entonces deberías cortar lazos conmigo de una vez -sus palabras salieron afiladas como cuchillos-. ¿Para qué me traes aquí?
En un movimiento fluido, Romeo la sujetó por la cintura y la sentó sobre sus piernas. Era una posición familiar, íntima, que la dejaba sin escape en el reducido espacio. El aroma característico de Romeo -una mezcla de pino y tabaco fino- la envolvió por completo, despertando memorias que prefería mantener enterradas.
Esperaba otra reprimenda, pero él permaneció en silencio, sus ojos oscuros estudiando cada detalle de su rostro. Romeo se había quedado sin palabras, sorprendido por su propio impulso. Al escucharla negar su matrimonio, algo primitivo dentro de él lo había empujado a traerla aquí, necesitando reafirmar una verdad que ella parecía empeñada en negar.
Él era su esposo.
Su mirada descendió por el cuello de Irene, delicado como el de un cisne, y cuando finalmente habló, su voz surgió suavizada por una emoción que no quería nombrar.
-¿Cómo llegaste a estar aquí?
Irene frunció el ceño, la irritación coloreando sus mejillas.
-¡Me trajiste tú!
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