Capítulo 240
Irene solo anhelaba una cosa: terminar de una vez por todas con ese matrimonio. Dos años que pesaban como una losa sobre sus hombros, dos años que no podía esperar a dejar atrás para comenzar una nueva vida.
No le pasó desapercibido cómo Inés intentaba dirigir la conversación hacia ella
deliberadamente. Al ver que su estrategia había fracasado, Irene optó por la indiferencia como mejor defensa.
Después de la comida, Inés acompañó a Begoña al estudio para discutir asuntos laborales. Milagros e Ismael llamaron a Romeo, dejando a Irene con la oportunidad perfecta para planear su escape durante la siesta de la abuela.
Buscando refugio, se dirigió al invernadero del jardín. A pesar del frío exterior, el sol de la tarde creaba un ambiente cálido y acogedor entre las plantas. Se dejó puesto el abrigo, lista para partir en cualquier momento, notando cómo sus palmas comenzaban a humedecerse por el calor.
El teléfono vibró en su bolsillo. Era Natalia.
-¿A qué hora vas al hospital?
-En un rato, como a las dos y media. -Irene consultó la hora en su celular.
-Dame chance y paso por tu casa. -La risa de Natalia resonó a través del auricular-. Así nos echamos un ratito más de plática.
Irene se mordió el labio, sin saber cómo explicarle que estaba en casa de los Castro. Conociendo el carácter explosivo de su amiga, seguro se pondría furiosa.
Mientras observaba el resplandor del sol a través de los cristales del invernadero, solo alcanzó
a balbucear sin lograr articular una explicación coherente.
Natalia, con esa intuición que siempre la caracterizaba, fue directo al grano.
-No estás en tu casa, ¿verdad?
-Mmm…
-Estás en casa de los Castro, ¿no es así? -La perspicacia de Natalia era aterradora.
-Es que la abuela todavía no sabe lo del divorcio. -Irene bajó la voz hasta casi susurrar-. Como tiene la presión alta, me pidió que le trajera sus medicinas cuando vine a la comida familiar.
La risa sarcástica de Natalia cortó el aire.
-Ya, claro. ¿Y ahora qué pasó?
Era una pregunta válida. Desde que Irene había mencionado el divorcio, cada encuentro con Romeo o visita a la casa de los Castro terminaba en desastre.
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Capitulo 240
-Nada del otro mundo. Solo que Romeo trajo a Inés a comer.
El sol de la tarde entraba a raudales por los cristales, obligando a Irene a levantar una mano para protegerse los ojos. Las sombras de sus dedos dibujaban patrones cambiantes sobre su rostro mientras intentaba mantener la compostura, luchando para que la amargura no la consumiera.
Pero Natalia siempre sabía dónde golpear para despertar sus emociones más profundas.
-¿Qué tiene que pasar para que dejes de minimizar todo con ese “solo“? ¿Vas a esperar a encontrarlos en tu cama para admitir que te duele?
El silencio cayó como una losa. Los oídos de Irene comenzaron a zumbar mientras una oleada de amargura amenazaba con ahogarla. Su garganta se movía, pero las palabras se negaban a
salir.
-Ahorita voy por ti a casa de los Castro. Si quieres llorar, lloras en mi carro, pero por ahora
aguanta.
La voz de Natalia se suavizó al final, como arrepintiéndose de su dureza anterior. La llamada terminó con un pitido seco.
Los ojos de Irene se enrojecieron, sin saber si era por el cariño brutal de Natalia o por todas las emociones que luchaba por contener.
Apenas había guardado el celular en su bolsillo cuando una sombra imponente oscureció la luz frente a ella. Romeo, vestido con una camisa negra que acentuaba sus facciones esculpidas, la observaba con intensidad.
Al notar sus ojos enrojecidos, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
-¿Por qué llora la señora Castro?
-No has visto bien. -Irene bajó la mirada, intentando ocultar la evidencia de su vulnerabilidad.
-¿Ah, no? -Romeo se acercó, levantando una mano para pellizcar su mejilla con una familiaridad que ya no le correspondía.
Sus labios se curvaron en un gesto pensativo mientras la estudiaba. Esos ojos brillantes que tanto lo habían cautivado ahora mostraban un destello de tristeza y dolor. Por él. La satisfacción de saberlo se mezció con una inquietud que le impedía disfrutarlo plenamente.
-Hablemos claro. ¿La verdadera razón por la que no quieres abrir la empresa es que no puedes dejar a David?
ૐ