Capítulo 236
-Después del juego, ganes o pierdas, me debes invitar a comer para compensarme.
-No debí haber comido tanto chile anoche -La voz de Natalia sonaba adolorida a través del
teléfono. Me llegó la regla esta mañana y me está matando…
El cuerpo de Irene se tensó al escuchar esas palabras. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras una realización la golpeaba: había olvidado por completo su período. Ya llevaba un retraso considerable.
Sus dedos tamborilearon nerviosamente sobre el lavabo. A pesar de saber que las pastillas anticonceptivas hacían prácticamente imposible un embarazo, la ausencia total de su menstruación le provocaba una inquietud que no podía ignorar.
Antes de que pudiera responder los mensajes, la pantalla de su celular se iluminó con una
videollamada de Natalia.
-¿Qué te pasa? -preguntó Natalia apenas se conectaron, notando al instante la palidez en el rostro de su amiga.
Irene escupió la pasta dental y se enjuagó la boca antes de responder.
-Tengo un retraso muy fuerte, necesito sacar tiempo para ir al hospital -mientras hablaba, sus dedos ya se movían sobre la pantalla, buscando una cita en línea.
Natalia inhaló bruscamente.
-No me digas que… ¿estás embarazada?
-Imposible -respondió Irene con una calma que no sentía, terminando de registrar su cita.
-Además de que no tienes pareja… -Natalia se incorporó de un salto en su cama, como si estuviera lista para salir corriendo- ningún método anticonceptivo es cien por ciento seguro. ¿Cuándo vas? ¡Te acompaño!
-Ya no hay citas para la mañana, tendré que ir en la tarde.
Era sábado y el hospital estaba saturado. La única cita disponible era tan tarde que probablemente no la atenderían hasta el anochecer.
-Te acompaño al doctor, mi hermano no puede quejarse de eso -Natalia sonrió por un momento antes de que su expresión volviera a tornarse preocupada-. ¿Pero qué tal si de verdad estás embarazada?
Irene guardó silencio. “¿Embarazada?” Los rumores sobre Romeo e Inés resonaron en su mente como un eco burlón.
Al otro lado de la puerta, Yolanda pegó más el oído, una sonrisa triunfal expandiéndose en su rostro. Sin esperar a escuchar el resto de la conversación, corrió a su habitación para darle las “buenas noticias” a César. “¡El cambio de medicamento funcionó, Irene debe estar
embarazada!” pensaba, regodeándose en demostrar que no era tan inútil como César siempre
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Capítulo 236
decía.
Apenas terminó la llamada con Natalia, el teléfono de Irene volvió a sonar. Esta vez era Milagros, quien aún desconocía los planes de divorcio.
Le pidió que al regresar a la mansión le llevara un frasco de medicina para la presión.
-Abuela, ¿se siente mal? -La preocupación tiñó inmediatamente la voz de Irene-. ¿Están María Jesús y los demás con usted?
-Hay gente en casa -La voz de Milagros sonaba débil-, solo que se me subió la presión y ya no tengo medicinas. ¿Dónde andas? ¿Podrías comprarme un frasco de camino acá?
La garganta de Irene se cerró. Las palabras de rechazo se atoraron en su garganta, negándose a salir. Aunque quisiera divorciarse de Romeo y dejar atrás la villa Castro, no podía decirlo. Durante esos dos años de matrimonio, Milagros había sido como una verdadera abuela para ella. Cualquier persona con un mínimo de conciencia sería incapaz de rechazarla cruelmente.
-Ahorita mismo se lo llevo.
Colgó y se vistió apresuradamente. Al salir de su habitación, se encontró con Yolanda, quien lucía una sonrisa de oreja a oreja mientras salía del cuarto de huéspedes.
-Irene, ¿tienes hambre?
-No, tengo que salir -respondió escuetamente mientras tomaba su abrigo y se dirigía a la
puerta.
Compró el medicamento en la farmacia de la planta baja y tomó un taxi directo a la villa Castro. Su plan era simple: dejar la medicina y marcharse antes de que Romeo regresara.
Sin embargo, al llegar, Romeo ya estaba allí.
El sol invernal proyectaba sombras danzantes de las ramas sobre el suelo. Apenas bajó del taxi cuando distinguió dos siluetas altas de pie en el jardín.
El lago artificial estaba congelado. Sobre el hielo, dos patos mandarines se acurrucaban el uno contra el otro, buscando calor.
Inés se aferraba al brazo de Romeo como una enredadera, contemplando el paisaje con deleite. -Romeo, hace tanto que no venía a la mansión, casi olvidaba lo hermoso que es todo aquí.
-De ahora en adelante te traeré más seguido -La voz de Romeo era suave y profunda mientras miraba de reojo, sin disimulo alguno, a la figura inmóvil en la entrada.
“Veamos quién gana este juego“, pensó, sosteniendo la mirada de Irene con desafío.
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