Capítulo 229
-¿Cómo no voy a estar aquí si es la casa de mi hija?
Una sonrisa radiante iluminaba el rostro de Yolanda mientras se abría paso entre Natalia y entraba presurosa al departamento, como si temiera que alguien pudiera impedírselo. El eco de sus pasos apresurados resonó por el pasillo.
Irene emergió de su habitación al escuchar el alboroto, pero ya era demasiado tarde. Su madre había tomado posesión del espacio como si fuera propio.
Yolanda depositó dos bolsas rebosantes de pan dulce sobre la mesa de la cocina. Sus manos temblaban ligeramente mientras acomodaba las compras..
-No te preocupes por mí, mi amor. Tú vete tranquila a trabajar -dijo, evitando el contacto visual con su hija mientras se movía con fingida naturalidad hacia el refrigerador.
El tono forzadamente alegre de su voz y sus movimientos nerviosos delataban sus verdaderas intenciones: no pensaba marcharse pronto. Con meticulosa dedicación, comenzó a llenar el refrigerador vacío con los platillos favoritos de Irene, aquellos que solía prepararle cuando era
niña.
Natalia puso los ojos en blanco y le dirigió un guiño cómplice a Irene, su expresión una clara pregunta sobre qué estaba sucediendo.
Irene observó a su madre con una mezcla de frustración y compasión anidándose en su pecho. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde de su blusa.
-No es nada -murmuró, aunque la tensión en su mandíbula sugería lo contrario.
A pesar de la rabia que le provocaba esta invasión a su espacio, no podía evitar sentir lástima por su madre. Era un sentimiento agridulce que le impedía ser dura con ella, incluso cuando la situación lo ameritaba.
Después de guardar meticulosamente cada artículo, Yolanda les dedicó una sonrisa tensa y se refugió en el cuarto de visitas, cerrando la puerta tras de sí como quien busca esconderse del mundo.
Natalia se acercó a Irene, bajando la voz hasta convertirla en un susurro.
-¿Tu mamá se está quedando aquí? -sus ojos se dirigieron hacia la puerta cerrada—. ¿Y toda esta comida? ¿No será incómodo?
La presencia de Yolanda, aunque confinada a su habitación, flotaba como una nube densa sobre ellas, limitando su libertad para hablar.
Irene se mordió el labio inferior, considerando sus opciones.
-Mejor vamos por barbacoa afuera.
-Perfecto -Natalia recuperó ágilmente su bolso del sofá y se apresuró a ponerse su abrigo.
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Capítulo 229
Justo cuando se disponían a escapar, David apareció en el umbral, cargando dos bolsas pesadas de ingredientes. Su mano se había detenido a medio camino hacia el timbre.
Natalia dio un paso atrás, incómoda ante la situación.
-¿Hermano? ¿Qué haces aquí?.
Por instinto, Irene extendió sus manos hacia las bolsas.
-Déjame ayudarte, David.
-Yo puedo solo -los nudillos de David estaban blancos por el esfuerzo de cargar no solo los ingredientes para la barbacoa, sino también una selección de cocteles suaves que había elegido pensando en ellas.
Esquivó el gesto de ayuda de Irene y se dirigió directamente a la mesa, donde depositó su carga con un suspiro de alivio. Al girarse, notó sus abrigos y expresiones de huida.
-¿A dónde van?
Natalia señaló discretamente hacia el cuarto de visitas y luego a Irene.
-Su mamá -susurró.
David frunció el ceño.
-No deberíamos hablar así…
-No, no es eso, yo… -Natalia se retorcía las manos, buscando las palabras adecuadas.
Las mejillas de Irene se tiñeron de rosa mientras explicaba:
-Es que mi mamá está aquí. ¿Y si mejor nos llevamos todo esto a casa de Nati?
No podía evitar pensar en el costo de las compras. Aunque sabía que para la familia Aranda el dinero no era problema, la idea de desperdiciar la comida le pesaba en la consciencia.
-Sería muy molesto llevar todo eso a casa de Nati -la voz de Yolanda atravesó el silencio como un cuchillo.
La puerta del cuarto de visitas se había entreabierto, revelando la mitad de su figura. Sus ojos
se clavaron en David.
-Pueden comer aquí. Yo no los molestaré, me quedaré en mi cuarto.
-Señora – David inclinó la cabeza respetuosamente antes de dirigir una mirada de disculpa
hacia Irene.
El ambiente se volvió denso con la indecisión de Irene, que permanecía de pie con su abrigo puesto, atrapada entre quedarse o huir.
Al percibir su vacilación, Yolanda abrió la puerta por completo.
-Yo les ayudo ofreció, su voz teñida de una alegría forzada-. No sean tímidos, están en su
casa.
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Capitulo
Sin esperar respuesta, se dirigió a la cocina y comenzó a hurgar entre los ingredientes, buscando la olla para la barbacoa. El tintineo de platos y utensilios llenó el espacio.
Irene se quitó el abrigo con un suspiro de resignación.
-Yo me encargo, mamá.
Yolanda soltó una risa nerviosa mientras abría un armario en busca de platos.
-Sé dónde está todo, es solo que… mi memoria no es tan buena como antes, olvidé… ¡Ay!
El estrépito de porcelana rompiéndose contra el suelo interrumpió sus palabras. Los platos se habían escapado de sus manos temblorosas, estallando en mil pedazos que parecían reflejar la fragilidad del momento.
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