Capítulo 221
Irene agitó la mano con un gesto nervioso, sus dedos trazando pequeños círculos en el aire.
-De verdad no es necesario, abuela. Solo es una molestia en el estómago.
Las visitas diarias al hospital habían sembrado en ella una aversión visceral hacia ese lugar. El recuerdo del metal frío de los instrumentos y el aroma penetrante del desinfectante le oprimían el pecho, dificultándole la respiración sin darse cuenta.
Milagros se acercó a ella con pasos cortos pero decididos. Sus dedos arrugados se cerraron sobre la mano de Irene con la firmeza que solo las abuelas poseen. Lanzó una mirada imperativa a Romeo.
-Ve por el coche, m’hijo.
Romeo se movió con reluctancia hacia la puerta, su mandíbula tensa revelando su descontento por recibir órdenes.
Un destello de astucia cruzó por los ojos de Irene.
-Es que… estoy en mis días, abuela…
Las palabras brotaron de sus labios como una mentira automática, respaldada por la certeza de que siempre tomaba la píldora después de estar con Romeo. Pero apenas terminó de pronunciarlas, una conclusión se instaló en su estómago: llevaba un retraso de diez días.
El pensamiento la golpeó como un rayo. Había estado tan absorta en sus problemas que ni siquiera lo había notado.
-¿Ah?-Milagros soltó su mano con evidente desilusión, pero su preocupación maternal persistió. De todos modos, un dolor de estómago no es cosa de juego. Es mejor atenderlo antes de que empeore.
-Encontraré el momento para llevarla al médico.
La mirada penetrante de Romeo se clavó en el rostro de Irene como un láser. En su mente, calculaba las fechas con precisión matemática, recordando perfectamente cuándo debería haber ocurrido su periodo.
Milagros guio a Irene de vuelta al sofá con gentileza.
-María Jesús, ¿podrías preparar algo ligero para el estómago? Un caldito, tal vez. Nos quedamos a comer.
María Jesús asintió y se dirigió a la cocina. Sus movimientos eficientes la llevaron directo al refrigerador, pero lo que encontró la dejó perpleja. El electrodoméstico estaba completamente vacío, sin rastro siquiera de las frutas “congeladas” que Irene había mencionado.
Abrió el congelador solo para encontrar algunos alimentos que no deberían estar allí, guardados de manera desordenada.
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Romeo apareció en el umbral de la cocina como una sombra silenciosa.
-He estado muy ocupado con la empresa estos días -su voz se redujo a un murmullo calculado-. Casi no he vuelto a casa, y como la señora fue a casa de sus padres, no hemos surtido la despensa.
María Jesús tuvo que contener una mueca. Conocía demasiado bien la tensa relación entre Irene y su familia para tragarse esa excusa. Sin embargo, años de experiencia le habían enseñado cuándo era mejor guardar silencio.
-No se preocupe, licenciado. Justamente traigo algunos vegetales en el coche de la nana. Voy por ellos.
Romeo inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento estudiado.
-Te lo agradezco.
María Jesús sonrió con diplomacia.
-¡No es nada, señor!
En la sala, Milagros e Irene compartían la bebida de flores, ajenas al silencioso intercambio en
la cocina.
-¿Cómo sigue tu hermano, mi niña?
La pregunta hizo que Irene fijara la mirada en el líquido amarillo pálido de su taza, una opresión familiar instalándose en su pecho.
-Sigue en tratamiento.
La compasión suavizó las arrugas alrededor de los ojos de Milagros.
-Con lo avanzada que está la medicina hoy en día, seguro mejora. ¿En qué hospital lo están atendiendo? ¿Es un buen doctor? Si necesitas cualquier cosa, sea apoyo o dinero, no dudes en decirnos, ¿me oye’s?
El ofrecimiento flotó en el aire como una promesa cruel. La familia Castro podría conseguir al mejor especialista del mundo, podrían cubrir hasta el último centavo de los gastos médicos. Pero incluso si no estuviera al borde del divorcio… Irene sabía, con una certeza que le dolía en los huesos, que Romeo no movería un dedo para ayudar.
-Está en el Hospital San Rafael, con el doctor Esteban Morales. Acaba de regresar del extranjero. No es muy conocido, pero es muy capaz.
-¿Esteban? -la sorpresa iluminó el rostro de Milagros-. ¿Cuándo regresó?
Irene sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
-Creo que hace poco… ¿Lo conoce, abuela?
Una sonrisa nostálgica suavizó las facciones de la anciana.
-¡Cómo no voy a conocerlo! Vi crecer a ese muchacho. Y mira nada más, ha vuelto y ni
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Capítulo 221
siquiera ha venido a saludar a esta vieja.
El tono cariñoso revelaba una familiaridad que hizo que el estómago de Irene se retorciera. Si Milagros lo conocía tan bien, entonces Romeo… El recuerdo de aquella noche en emergencias cobró un nuevo significado. La llamada de Romeo, la manera en que Esteban la había dejado entrar a ver a Daniel, sus preguntas veladas sobre su relación con Romeo.
Una presión inexplicable le atenazó el pecho. “No importa“, se dijo. “No importaba antes y no importará después“. Pero las palabras sonaban huecas incluso en su propia mente.
-Mi nieto–Milagros hizo un gesto imperioso hacia Romeo-. ¿Por qué no me dijiste que
Esteban había vuelto?
Romeo se acercó con la gracia desinteresada de un gato y se dejó caer en el sofá frente a ellas, su rostro una máscara de indiferencia estudiada.
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