Capítulo 217
El sol de mediodía se filtraba por los ventanales de la villa, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de mármol. Romeo, desde el estudio del segundo piso, había tejido una red invisible para mantener a Irene alejada. La determinación brillaba en sus ojos oscuros mientras firmaba documentos con trazos precisos y controlados.
Gabriel entraba y salía del estudio como una sombra silenciosa, cargando carpetas y documentos que requerían la firma urgente del presidente. El aire vibraba con la tensión del poder que Romeo ejercía sobre todos los que lo rodeaban, una red de control que se extendía como una telaraña invisible.
Irene, sentada en la sala de estar, sentía cómo la frustración se acumulaba en su pecho como una presión insoportable. Las dos horas transcurridas desde su llegada pesaban sobre ella como plomo. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el dobladillo de su blusa mientras contemplaba su próximo movimiento.
Con la mandíbula tensa y los hombros erguidos, se levantó del sillón. Sus pasos resonaron suaves pero decididos mientras subía las escaleras. El guardia de seguridad apareció como una barrera humana apenas alcanzó el recodo.
El hombre extendió su brazo, creando una barrera física entre ella y su destino.
-El licenciado Castro está ocupado en este momento.
Irene apretó los labios, conteniendo la frustración que amenazaba con desbordarse.
-Necesito verlo -sus dedos se cerraron alrededor de la muñeca del guardia, intentando apartar su brazo.
El guardia volvió a bloquear su paso con movimientos mecánicos, como si fuera un autómata programado.
-Si gusta dejar un mensaje, con gusto se lo haremos llegar.
La rabia burbujeó en el pecho de Irene. Romeo había anticipado cada uno de sus movimientos, colocando peones en su camino para mantenerla a raya. Sus labios se curvaron en una sonrisa afilada.
-¿Están seguros de querer hacer de mensajeros?
-Completamente seguros, señora -respondió el guardia con expresión pétrea.
Irene cruzó los brazos, su postura desafiante contrastando con la dulzura venenosa de su voz.
-Entonces díganle que lo extraño, que me muero por verlo -inclinó la cabeza, sus ojos brillando con malicia-. Pero no olviden usar una voz suavecita y sonreír mientras se lo dicen.
El guardia palideció, las gotas de sudor comenzando a perlar su frente.
-Señora, por favor no nos ponga en esta situación.
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Capítulo 217
La mirada de Irene se clavó en él como un láser.
-¿Y si les pidiera que también le den un beso de mi parte? -su voz destilaba sarcasmo-. ¿No eran ustedes los que estaban tan seguros de poder transmitir cualquier mensaje?
El guardia se aflojó el cuello de la camisa, visiblemente incómodo.
-El licenciado Castro probablemente no aprobaría que…
-¿Entonces por qué no me dejan subir y decírselo yo misma?
Los guardias se mantuvieron firmes, formando una muralla humana en la entrada de las escaleras. Sus miradas cautelosas la seguían como si fuera una bomba a punto de estallar.
Derrotada pero no vencida, Irene regresó a la sala. Sus dedos volaron sobre la pantalla del celular mientras tecleaba un mensaje:
-La empresa no me permite seguir trabajando en línea. Si pido más días, me van a correr.
La respuesta de Romeo llegó casi instantáneamente, completamente indiferente:
-No es mi problema.
Un dolor agudo atravesó las sienes de Irene. Sus dedos masajearon los costados de su cabeza mientras una idea comenzaba a formarse en su mente. Su mirada se dirigió hacia el segundo piso, calculadora.
Con pasos silenciosos, se deslizó hacia el comedor. Sus ojos se posaron en el cuadro de la Torre Eiffel que colgaba en la pared. Lo descolgó con cuidado, revelando la caja de fusibles
oculta detrás.
Sin dudarlo, bajó el interruptor principal.
El tiempo se arrastraba mientras esperaba una reacción desde el segundo piso. Los minutos pasaban con una lentitud exasperante, pero el silencio persistía. Romeo parecía inmune a su pequeño acto de rebeldía.
Cuando el reloj marcó el mediodía, pasos firmes resonaron en las escaleras. Romeo descendió con la elegancia de un depredador. Con un gesto displicente, despidió a los guardias.
-Prepara dos almuerzos.
La orden cayó como un látigo en los oídos de Irene. Ella permaneció sentada en el suelo, sus piernas cruzadas en una postura deliberadamente casual que contrastaba con la rigidez de su espina dorsal.
-Dile a María Jesús que los prepare.
Los labios de Romeo se curvaron en una sonrisa fría.
-Ella está en la villa.
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