Capítulo 21
-¡Ay, Dios mío! -Milagros se llevó dramáticamente la mano a la frente, consciente de la mirada penetrante de su nieto-. ¡Tantito más y termino rostizada! Ya hasta vi a tu abuelo haciéndome señas desde el más allá.
Irene permaneció en silencio, removiéndose incómoda en su asiento. La mirada escrutadora de Romeo se había posado sobre ella varios segundos antes de dirigirse a Milagros, y ese escrutinio la había dejado inquieta. Se mordió el labio inferior, intentando mantener una postura serena mientras observaba la actuación teatral de la anciana. Prefería no analizar el significado oculto tras esa mirada de Romeo.
Romeo avanzó hacia ellas con pasos medidos, su traje hecho a la medida acentuando cada movimiento. Su presencia imponente pareció absorber toda la luz de la habitación, dejando a Irene en una penumbra metafórica. A pesar suyo, no pudo evitar seguirlo con la mirada, como hipnotizada por su figura. Su visión se tornó ligeramente borrosa, pero aun así, resultaba magnética, imposible de ignorar.
-Mi nieto adorado -Milagros entrecerró los ojos con astucia, mirando a Romeo entre sus dedos-, ¿quieres saber qué me dijo tu abuelo mientras me hacía señas?
Romeo se erguía como una estatua viviente, sus rasgos finamente cincelados destacando bajo la luz artificial. Milagros siempre había pensado que nadie estaba a la altura de su nieto, hasta que conoció a Irene. En ella había encontrado la pareja perfecta: una belleza delicada, como una muñeca de porcelana. Su presencia y aura complementaban tan naturalmente a Romeo que resultaba imposible no imaginar la hermosura de sus futuros hijos.
-Me advirtió que no quiere irse sin conocer a su bisnieto, así que ni se me ocurra partir todavía.
Romeo apenas movió los labios, su mirada fija sutilmente en Irene. El cabello de ella caía como una cascada de seda sobre sus hombros, sus labios rojos contrastando con la blancura de sus dientes mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante. El movimiento casual reveló un atisbo de piel en su escote, provocando que Romeo tragara saliva imperceptiblemente, su cuerpo tenso por el deseo contenido.
Milagros chasqueó los dedos con picardía, sus ojos bailando entre ambos.
-¡Exactamente! Entonces, ¿para cuándo me van a dar la noticia?
Irene ya estaba acostumbrada a las indirectas de Milagros sobre los nietos, pero esta nueva táctica resultaba tan cómica como incómoda. El rubor se extendió por sus mejillas mientras buscaba una salida diplomática. Normalmente, Milagros la presionaba directamente a ella, dejándola inventar excusas. Ya había agotado su repertorio de pretextos. Entre seguir mintiendo o evadir, optó por pasarle la batuta caliente a Romeo.
-Abuelita, eso mejor pregúntaselo a él.
La mirada de Romeo se intensificó ante sus palabras.
Capitulo 21
-¿De verdad vas a dejar que me presente ante tu abuelo sin poder darle esta alegría? -Milagros estiró el cuello hacia Romeo, como una ave inquisitiva.
Romeo ajustó sus puños con un gesto estudiado.
-Si vas a usar un bisnieto como amenaza de muerte, prefiero que no veas al abuelo todavía. Así que no habrá bebé.
Milagros abrió los ojos como platos, momentáneamente sin palabras.
-Señora, la cena está servida -anunció oportunamente una empleada.
—¡Ay, vamos a comer! -Milagros aprovechó la interrupción para escapar del momento incómodo—. No sea que nos quedemos sin cenar y terminemos todos visitando al abuelo. Ya no te presiono más… aunque quizás él mismo venga a convencerte un día de estos…
Desde que había propuesto el divorcio, Irene experimentaba una tensión constante en presencia de Romeo. El encuentro desagradable en la entrada del restaurante seguía fresco en su memoria, y no deseaba repetir una escena similar. Afortunadamente, la locuacidad de Milagros mantuvo un ambiente distendido durante la cena.
Después de cenar, Milagros enganchó su brazo con el de Irene.
-Ya preparé tu habitación. Tus padres no vuelven esta noche, así que ustedes dos se quedan a hacerme compañía.
-Este… -Irene buscó instintivamente la mirada de Romeo.
Quedarse implicaba compartir habitación, una perspectiva incómoda considerando que su divorcio estaba programado para el próximo miércoles.
-¿Por qué lo consultas con él? -Milagros endureció su tono-. ¡En esta casa mando yo!
Al final, tanto Irene como Romeo se vieron obligados a quedarse. Sin embargo, apenas subieron, Romeo se dirigió al estudio, donde evidentemente pasaría la noche. Este gesto de consciencia sobre su inminente divorcio no pasó desapercibido para Irene mientras se dirigía a su habitación para ducharse.
Diez minutos después, emergió del baño envuelta en una toalla, con gotas de agua aún deslizándose por su piel.
2/2