Capítulo 200
Milagros observaba a su nuera desde la distancia, sus ojos entrecerrados destilando un juicio silencioso. En su mente, Irene no era más que una sombra débil junto a su hijo, como un perrito faldero buscando atención. El disgusto se le acumulaba en la garganta cada vez que la veía.
“Una mujer así no es digna de mi hijo“, pensaba mientras sus dedos arrugados se aferraban al bastón. “No tiene la fortaleza necesaria para estar al lado de un Castro.”
Un escalofrío le recorría la espalda al contemplar la posibilidad de que Romeo hubiera heredado la frialdad de su padre. Pero lo que verdaderamente le helaba la sangre era ver en su nuera los mismos rasgos calculadores y distantes de Begoña, esa obsesión enfermiza por el trabajo que había destruido tantas cosas en el pasado.
La matrona dejó escapar un suspiro pesado. No importaba hacia dónde mirara, las preocupaciones la perseguían como sombras persistentes.
El reloj de la villa Castro marcaba las diez de la noche cuando Romeo cruzó el umbral. Su presencia era cada vez más escasa desde que había tomado las riendas de la empresa y
contraído matrimonio.
Sus pasos apresurados resonaron en el piso de mármol. La preocupación le tensaba el rostro mientras avanzaba hacia la sala principal.
-¿Qué pasó? ¿Por qué la urgencia? -preguntó, sus ojos oscuros moviéndose entre los rostros de sus padres.
Ismael deslizó un vaso de whisky sobre la mesa hacia su hijo.
-Necesitamos hablar sobre el incendio en tu casa matrimonial -hizo una pausa, sus dedos tamborileando sobre el cristal-. ¿Por qué estaba Inés viviendo ahí?
La mención del incidente golpeó a Romeo como una bofetada. El divorcio con Irene era una herida reciente que el trabajo apenas lograba adormecer. La irritación le subió por el pecho mientras se quitaba el pesado abrigo y lo arrojaba con brusquedad sobre el respaldo del sofá.
-No tenía dónde quedarse. Sus vecinos la estaban acosando–se pasó una mano por el rostro tenso-. Solo fue algo temporal.
El puño de Milagros se estrelló contra la mesa. El sonido retumbó en las paredes como un disparo.
-¡Eres un imbécil! -sus ojos relampagueaban de furia-. ¿Por qué no la metiste directo a tu cama con Irene? ¿No había otro maldito lugar en todo México donde pudiera quedarse? ¿Te largaste con todo el cerebro a la empresa o qué?
-Madre, por favor…
Ismael intentó intervenir, temiendo por la salud de la anciana.
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Capitulo 200
-Dejemos que nos explique.
-¡No quiero sus excusas! -Milagros clavó su mirada en Romeo-. Lo único que quiero saber es si Irene estaba enterada.
Romeo se pasó la lengua por los labios resecos.
-Se enteró después. No dijo nada.
-¡Claro que no dijo nada! ¡¿Qué iba a decir cuando la casa ya estaba hecha cenizas?! -Milagros se pellizcó el puente de la nariz, conteniendo apenas su indignación.
Se giró hacia Ismael y le propinó un puñetazo en el hombro.
-¡Todo esto es tu culpa! Siempre pegado a las faldas de tu mujer… ¡Si le hubieras heredado aunque sea un poco de tu vileza, tu hijo no andaría haciendo estas pendejadas!
-Ay, madre… -Ismael encogió los hombros bajo los golpes-. Déjeme hablar yo con él, ¿sí?
Milagros, con la respiración agitada, finalmente se dejó caer en su sillón.
-Meter a otra mujer en tu casa matrimonial no es cualquier cosa -la voz de Ismael adquirió un tono severo-. Se hace con el consentimiento de tu esposa. ¿Te pusiste a pensar aunque sea un momento en cómo se sentiría Irene?
-Fue un malentendido -Romeo se aflojó la corbata con dedos impacientes-. Me enteré de que Inés estaba viviendo ahí cuando ya se había instalado.
“Irene siempre exagerando“, pensó con amargura. “Le expliqué todo y aún así busca cualquier pretexto para hacerse la víctima.”
-¿Y ahora qué? -Ismael se inclinó hacia adelante-. ¿Cómo piensas explicarle lo de la casa?
-Ya no hay nada que explicar -Romeo se detuvo abruptamente, las palabras atoradas en su garganta.
El orgullo le impedía confesar que Irene había pedido el divorcio. Que lo había dejado. Que había perdido.
Los ojos de Milagros se entrecerraron, captando el peso del silencio.
-¿Qué están ocultando? -su voz cortó el aire como un látigo-. ¡¿Se divorciaron?!
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