Capítulo 193
Lavoz desesperada de Yolanda atravesó el auricular del teléfono.
-¡Por favor, aguantate tantito! Consuélalo aunque sea un mes más antes de hablar de divorcio.
El pánico en su voz era evidente. Si se divorciaban ahora y resultaba que no estaba embarazada, todo se vendría abajo. El divorcio sería definitivo, irreversible.
Irene recargó la cabeza contra el asiento del auto, sus dedos presionando con fuerza su sien hasta dejar marcas rojizas en la piel. El dolor fisico era preferible al torbellino de emociones que amenazaba con consumirla.
-No puedo más. Ya no aguanto ni un día más de esta farsa.
El tono de Yolanda cambió bruscamente, adoptando un matiz calculador que hizo que a Irene se le revolviera el estómago.
-¿Él es el que quiere divorciarse? Mira, si no se está portando a la altura, amenázalo. Y si aún así insiste, pues vas con su familia. Ve con los Castro y arma un escándalo. Total, él fue el que quiso casarse contigo, ¿no? Ahora no puede nada más decir que ya no te quiere y…
parloteo incesante de Yolanda llenaba el reducido espacio del auto, haciendo que el aire se volviera denso, irrespirable. rene sentía que se ahogaba con cada palabra manipuladora de su madre.
Sus nudillos se tornaron blancos al apretar el volante. Con voz gélida, cortó el monólogo de Yolanda:
-La cuenta del hospital de Daniel se pagó hace dos días. Tienen un mes para vender la casa. Todo ese dinero va directo a la cuenta del hospital, para asegurar que si algo le pasa a la familia Llorente, Daniel tenga para su tratamiento. Si no hacen lo que les digo, se van a arrepentir.
Sin esperar respuesta, colgó. En el fondo de su mente, sabía que César y Yolanda no se atreverían a arriesgar el bienestar de Daniel.
Arrojó el celular al asiento del copiloto con desprecio, se abrochó el cinturón y enfiló hacia Valle Aureo. El viento helado de las once de la noche aullaba contra las ventanas del auto, empañando los cristales hasta casi impedirle ver el camino.
Fue entonces cuando notó que ni siquiera había encendido la calefacción. Un detalle que revelaba su estado mental. Activ el sistema con un movimiento brusco y limpió el parabrisas con la mano, continuando su camino con determinación
renovada.
Una hora después, la silueta de Valle Aureo emergió en la oscuridad. La villa, sumida en sombras, parecía aguardar su llegada como un testigo silencioso.
Bajo del auto, sus dedos rozando la familiar barandilla mientras abría la puerta del jardín. De pie en medio del patio, contempló la totalidad de la villa, y los recuerdos la golpearon con fuerza. La primera vez que pisó este lugar, el jardín era un desastre de maleza y escombros. Ahora, cada planta, cada arbusto, había sido plantado por sus propias manos.
“Cuántas noches soñé con vivir aquí“, pensó con amargura. “Pero alguien más se me adelantó.”
Subió los escalones con paso decidido. Sus ojos se detuvieron en la cerradura electrónica, cuyo código había sido cambiado, pero una sonrisa curvó sus labios mientras sacaba una llave de repuesto de debajo de una maceta.
Al entrar, encendió la luz del vestíbulo. Sobre el mueble de la entrada, un encendedor masculino descansaba, solitario Era idéntico al que había visto tantas veces en casa de Romeo. Lo tomó entre sus dedos, el metal frío contra su piel, y se dirigió a la sala.
Se acercó a las ventanas y, sin titubear, acercó la llama a las cortinas. La tela gruesa ardió lentamente, pequeñas lenguas de fuego lamiendo el tejido con voracidad contenida.
Se movió metódicamente por la habitación, dejando pequeños focos de fuego a su paso. Finalmente, regresó al vestíbulo y activó la alarma contra incendios.
El penetrante sonido de la alarma inundó la villa.
‘Wuu wuu wuu~‘
Pero ella ya estaba afuera, observando cómo las llamas crecían con languidez. El frío y la humedad de la noche impedirían que el fuego se propagara demasiado, pero ese no era su objetivo.
Con las manos en los bolsillos, contempló a Inés bajando las escaleras a tropezones, vistiendo solo una fina pijama de seda. El humo hacía que sus ojos lagrimearan mientras marcaba frenéticamente en
én su teléfono.
19:54
Sapiteld 19
Romeo, hay fuego…!
rebe observó la escena con desprecio. “¿Acaso Romeo es bombero?“, pensó con sarcasmo mientras Inés suplicaba ayud por teléfono.
Al verla de pie en el patio, Inés cortó la llamada. Sus ojos se abrieron con terror al reconocerla.
-¡Estás completamente loca, Irene!
La frialdad en la voz de Irene podría haber congelado el fuego que ardía dentro.
-Agradece que Daniel está vivo, porque si no, esta noche no salías de aquí. Puedo aguantar todo lo que me hagas, pero con Daniel no te metas.
El viento helado de medianoche cortaba como navajas, haciendo que la fina pijama de seda de Inés fuera tan útil como papel. Su cuerpo temblaba, pero no solo de frío.
Negó frenéticamente con la cabeza, el miedo evidente en su voz.
-¡Lo de Daniel no tiene nada que ver conmigo! ¡Te van a meter a la cárcel por esto!