Capítulo 191
Esteban había planeado inicialmente jugar al misterioso y, de paso, sacarle algo a Romeo, Sin embargo, el que Romeo hubiera adivinado por si mismo era suficiente confirmación de sus intenciones hacía Irene.
El doctor ajustó sus lentes con una sonrisa maliciosa.
-Conocí a David en el extranjero. Me echó la mano en una situación complicada y le debía una. Pero para que yo tratara a Daniel, no solo canceló ese favor pendiente, sino que se comprometió a deberme uno nuevo.
La mandíbula de Romeo se tensó visiblemente.
-¿Y aceptaste así nada más?
-Ya estaba tratando a Daniel. ¿Por qué no matar dos pájaros de un tiro?
Romeo apretó los dientes hasta que su afilado perfil se marcó como una navaja contra la tenue luz del consultorio. No lograba entender por qué David se tomaba tantas molestias por Irene. ¿Sería solo por Natalia? Una sensación incómoda, como ácido corroyendo metal, se expandió por su pecho. Era como si alguien estuviera poniendo sus ojos en algo que le pertenecía. Después de todo, Irene era su esposa. ¿Por qué necesitaría la ayuda de David?
Su expresión se fue oscureciendo gradualmente, como nubes de tormenta acumulándose en el horizonte. Esteban empezó
a sentirse nervioso. Por fortuna, ya le había avisado a David sobre lo ocurrido con Daniel, y él no había…
El estruendo de la puerta al abrirse interrumpió sus pensamientos. David irrumpió en la oficina, el pecho agitado y la respiración entrecortada.
-Doctor Morales, ¿cómo está Daniel? Irene vino…
Su voz se congeló al encontrarse con la mirada glacial de Romeo.
Esteban se ajustó las gafas, ocultando su incomodidad.
-Sí, ya llegó. Fue a revisar las cámaras de seguridad.
Tomó unos documentos del escritorio mientras mentalmente encendía una veladora.
Voy a revisar un paciente. Ustedes… pueden platicar.
El silencio nocturno del hospital se colaba por las ventanas junto con una brisa helada que hizo descender la temperatura varios grados. Romeo se aflojó la corbata con un movimiento pausado y tomó asiento, señalando otra silla con un gesto despreocupado que no engañaba a nadie.
-Adelante, Presidente Aranda. Tome asiento.
David soltó el marco de la puerta y se acercó con paso medido.
-El doctor Morales me informó del intento de suicidio de Daniel. Solo vine a ver cómo estaba.
-¿Qué es lo que tanto te preocupa? -Romeo cruzó las piernas y entrelazó los dedos sobre ellas. ¿Hay algo de lo que debas arrepentirte?
La hostilidad en su voz era tan densa que podría cortarse con un cuchillo. David, que lo conocía desde hacía años, percibió por primera vez una emoción diferente al pragmatismo profesional en él.
-Si ayudar a Irene es hacer algo malo, creo que te estás ahogando en un vaso de agua. Solo lo hice por Nati.
Romeo se reclinó en su asiento, aparentemente más relajado, aunque la tensión seguía vibrando en el aire.
-No tienes por qué sentirte incómodo, Presidente Aranda. Solo sugiero que mantengas tu distancia.
David se levantó con cautela, reconociendo que cualquier palabra adicional solo empeoraría las cosas, especialmente con Romeo en ese estado.
-Ya que estás aquí, me retiro.
Se giró hacia la puerta, pero la voz de Romeo lo detuvo.
¿Y si te pidiera que te mantuvieras completamente al margen de sus asuntos, incluido el trabajo? ¿Podrías hacerlo?
David se detuvo y giró la cabeza. Su ceño fruncido y su mirada intensa revelaban la seriedad de su respuesta.
Ella a toma su trabajo muy en serio. Nunca he interferido. No la presiones más de lo que ya lo haces.
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Solo le di una oportunidad“, pensó. “Irene apenas comenzaba y no destacaba. Todo lo que ha logrado ha sido por mérito
propio.”
Qué comprensivo, Presidente Aranda -la mirada de Romeo se tornó aún más oscura-. ¿Tan difícil es para ella Conformarse con ser la señora Castro?
-Cada uno tiene derecho a elegir su camino. Incluso estando casada contigo, merece que respetes sus decisiones.
David no podía imaginar a Irene viviendo perpetuamente bajo la sombra de Romeo.
-Es una mujer extraordinaria. Si no sabes valorarla, vas a arrepentirte.
¿Arrepentirse? La mano que Romeo mantenía en su mandíbula se cerró en un puño. Esa palabra no existía en su vocabulario. Sin embargo, en ese breve intercambio, su instinto le gritaba que el interés de David por Irene iba mucho más allá de un simple favor a Natalia.