Capítulo 189
A medida que Daniel crecía, la preferencia descarada de sus padres por Irene se había vuelto dolorosamente evidente. Pero en lugar de alimentar resentimiento, esto solo había fortalecido el vínculo entre los hermanos. Daniel no solo se había convertido en el aliado incondicional de Irene, sino que había multiplicado su afecto hacia ella, como si quisiera compensar la frialdad de sus padres.
Para Irene, Daniel representaba el último destello de color en su mundo cada vez más gris. La sola idea de perderlo le resultaba insoportable.
Sus manos temblaban mientras se aferraba a la mano inerte de su hermano. Las lágrimas, gruesas y pesadas, caían sobre las sábanas blancas del hospital, creando pequeñas manchas oscuras que se expandían como flores de tinta.
-¿Qué tengo que hacer para que te quedes conmigo? -su voz se quebró-. ¿De verdad ya no quieres a tu hermana?
‘Pip-‘
Un escalofrío recorrió la habitación cuando uno de los monitores emitió un zumbido agudo. Esteban, que garabateaba notas en su expediente, levantó la cabeza de golpe.
-No pares, sigue hablándole.
-Está bien–Irene observaba confundida los símbolos parpadeantes en la pantalla, sin entender su significado.
Siguiendo su instinto y las instrucciones del doctor, continuó susurrando al oído de Daniel, dejando que sus lágrimas y palabras fluyeran libremente.
Diez minutos después, Esteban guardó su pluma con un movimiento decidido.
-Es suficiente. Lo mantendremos en observación dos horas más. Deberías ir a descansar un
rato.
Irene se incorporó, sus ojos brillantes de esperanza.
-¿Ya está fuera de peligro?
Esteban asintió mientras la estudiaba con atención profesional.
-Por ahora, sí. Dime, ¿eres su hermana, verdad? ¿Tu relación con él es mejor que la de tus padres?
Irene se mordió el labio, incapaz de describir la compleja dinámica familiar desde la perspectiva de Daniel.
-Somos muy unidos.
-Su caso es delicado -Esteban se ajustó las gafas-. Si fuera posible, me gustaría que
participaras en su terapia psicológica. Los estudios que realicé demuestran que el apoyo
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familiar puede duplicar la efectividad del tratamiento.
-¿Podríamos hacerlo por la noche? -las palabras salieron antes de que Irene pudiera pensarlas mejor.
Su trabajo durante el día era una prioridad, pero inmediatamente recordó que los médicos no suelen atender de noche.
Para su sorpresa, el rostro de Esteban se iluminó.
-Por supuesto. De ocho a diez. Así puedo absorber la esencia de la medicina en la tranquilidad
nocturna.
Irene parpadeó, desconcertada.
-¿Nos va a cobrar tarifa nocturna?
-¿Entre colegas? ¿Qué clase de médico sería? -Esteban levantó la mano como para darle una palmada amistosa, pero se detuvo en seco al notar su figura, retrayendo el gesto.
Su curiosidad profesional se despertó, no tanto por la relación entre Irene y David, sino por su
conexión con Romeo.
-Señorita Llorente, ¿conoce al señor Romeo Castro?
La pregunta no tomó a Irene por sorpresa. Romeo era una figura conocida en todos los círculos. Ya tenía preparada su respuesta.
-Sí, pero no somos cercanos.
Esteban arqueó una ceja, escéptico. ¿No cercanos? ¿Entonces cómo explicar que Romeo pudiera contactarlo desde el otro lado del mundo para atender a Daniel?
Más tarde, cuando cuestionó a Romeo sobre su relación con los hermanos Llorente, este le ordenó tajantemente que no indagara más y mantuviera la boca cerrada.
-Salgamos -Esteban le dio instrucciones a una enfermera para el cuidado de Daniel y guio a Irene hacia la salida.
Apenas cruzaron la puerta, César y Yolanda se abalanzaron sobre ellos. Empujaron a Irene a un lado para interceptar al doctor.
-¡Doctor! ¿Cómo está mi hijo?
-¡Por favor, sálvelo! ¡Es sangre de mi sangre!
Esteban observó de reojo a Irene, quien había sido bruscamente apartada, y frunció el ceño con disgusto.
-Su hijo no necesita sus coches, ni sus casas, ni su dinero interminable. Lo único que le importa es su hermana. Bastaron unas palabras de la señorita Llorente para que sus signos vitales mejoraran notablemente. Ya está fuera de peligro.
Una sonrisa de alivio iluminó el rostro de Yolanda.
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-¡Gracias a Dios! ¡Gracias, doctor!
César aprovechó para estrechar la mano de Esteban, deslizando discretamente una tarjeta en su palma.