Capítulo 175
La penumbra envolvía la habitación como un manto de terciopelo negro. Las cortinas, cerradas herméticamente, apenas dejaban filtrar un tenue resplandor que dibujaba sombras danzantes en las paredes. El silencio era casi tangible, roto únicamente por el suave ritmo de una respiración acompasada.
Irene permaneció inmóvil al pie de la cama, sus ojos adaptándose lentamente a la oscuridad hasta distinguir la figura de Romeo. Su corazón dio un vuelco involuntario al observarlo dormir, tan vulnerable y a la vez tan distante. Los rayos de luz que se colaban por las rendijas de las cortinas acariciaban sus facciones, resaltando aquella expresión de dignidad que nunca lo abandonaba, ni siquiera en sueños.
Sus dedos se crisparon instintivamente, resistiendo el antiguo impulso de acercarse y acariciar su rostro. “Qué patética“, pensó, recordando todas las tardes en que él trabajaba desde casa y ella fingía tener algo que hacer en la habitación, solo para observarlo dormir durante sus siestas vespertinas.
Durante los dos años de matrimonio, la rutina había sido invariable: Romeo llegaba tarde a casa, cenaba en silencio y se retiraba a dormir. De las escasas diez horas que compartían bajo el mismo techo, la mayoría transcurrían en un silencio sepulcral, con él sumido en un sueño profundo y ella contemplándolo en la oscuridad, resistiéndose al cansancio para robarle unos minutos más a la noche.
Un nudo se formó en su garganta mientras la realidad de su matrimonio la golpeaba una vez más. Desde el princípio, ella había sido la parte más débil de esta ecuación desequilibrada. No podía culpar a nadie más que a sí misma por haberse precipitado ciegamente hacia este abismo emocional, por no haber visto las señales, por haberse conformado con migajas de atención.
Sus emociones oscilaban como un péndulo enloquecido entre la desesperación y una calma forzada. “Solo un poco más“, se repetía como un mantra silencioso. En cuanto Daniel mejorara, podría liberarse de estas cadenas invisibles. Mientras tanto, ¿qué sentido tenía hacer miserable a Romeo? Después de todo, cada vez que él se enfadaba, era ella quien
terminaba sufriendo las consecuencias.
Se giró sobre sus talones y abandonó la habitación, sus pasos silenciosos sobre la alfombra. En la cocina, sus manos se movían con precisión mecánica mientras preparaba una cena elaborada: seis platillos y una sopa, cada uno meticulosamente elegido según los gustos de Romeo. El aroma de las especias llenaba el aire, mezclándose con el sabor amargo de sus pensamientos.
amarg
El timbre de su celular cortó el silencio. Un número desconocido parpadeaba en la pantalla. Sus dedos temblaron ligeramente mientras deslizaba el pulgar para contestar.
-Irene, mañana tienes que ir al hospital a pagar los gastos médicos de Dani.
La voz de Yolanda, fría y cortante, atravesó la línea. A pesar de haber bloqueado su número, su madre había encontrado otra forma de alcanzarla, de clavar sus garras en su conciencia.
El solo mencionar los gastos médicos hizo que Irene presionara sus dedos contra las sienes, masajeando en círculos para aliviar la tensión creciente. “No debí discutir con Romeo“, se reprochó internamente.
-¿Te comió la lengua el gato o qué? -La voz de Yolanda destilaba veneno-. Me vale que tengas broncas con nosotros pero Dani no tiene la culpa. El negocio de tu padre está en la ruina y tú ni sus luces. ¿Ya ni te importa tu hermano? De haberlo sabido, mejor ni te hubiéramos tenido…
La amargura en la voz de su madre reflejaba la frustración de César. El imperio Llorente se desmoronaba día a día, y los gastos médicos de Daniel eran un pozo sin fondo. Todo porque Romeo se negaba a intervenir. Y Romeo se negaba porque Irene había fallado en su papel de esposa perfecta: no lograba embarazarse, no sabía mantener contento a su marido. La única solución que encontraban era presionar a Yolanda para que la llamara, para que la hiciera sentir culpable.
Irene apretó el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Un torrente de emociones contenidas durante años finalmente se desbordó.
-¿Saben qué? Desde chica me criaron con las sobras, me partí el lomo trabajando mientras estudiaba, y desde que me casé con Romeo, lo que le he dado a la familia Llorente alcanzaría para mantenerme cien vidas. ¿De verdad creen que fue un error tenerme? ¿Todo se reduce a dinero? ¿La sangre no vale nada para ustedes?
Un silencio sepulcral se instaló al otro lado de la línea. Yolanda, sin palabras por primera vez en su vida, miró a César, cuyo rastro se había transformado en una máscara de furia.
Esonido del teléfono siendo arrebatado precedió a la voz atronadora de César:
10.17
Capitulo 175
Si tanto te importara la familia, ¿crees que Daniel estaría así? ¿Crees que los Llorente estaríamos en la ruina? ¡Y todavía te atreves a presumir tus años de universidad! Si me hubieras hecho caso con estudiar finanzas, ahorita no estarías en desventaja con Romeo. Hasta de su secretaria la hubieras hecho mejor que de arrimada en su casa. ¡Pero no, tenías que Recear con esa pendejada del diseño! ¿Y de qué sirvió…?
Irene cerró los ojos, transportándose momentáneamente a aquellos días universitarios, cuando la decadencia de los Llorente apenas comenzaba. Incluso entonces, César ya tejía sus planes, preparándola meticulosamente para ocupar el lugar de la señora Castro.