Capítulo 16
Romeo se reclinó en su silla ejecutiva, su mirada fija en un documento que descansaba en la esquina del escritorio. La luz que se filtraba por el ventanal resaltaba el oscurecimiento repentino en sus ojos, como nubes de tormenta acumulándose en el horizonte.
Su mandíbula se tensó mientras sus labios se apretaban en una línea recta, el gesto involuntario de quien acaba de recordar algo desagradable.
Inés acomodó su falda antes de hablar.
-No había nadie, pero hace rato el asistente de Gabriel me comentó que alguien vino a dejarte unos papeles. Ya los revisé, son para la conferencia de prensa de esta tarde.
Se movió con gracia estudiada para pararse junto a él, su perfume caro inundando el espacio entre ambos.
-Ha de haber sido doña Begoña quien mandó a alguno de los muchachos del servicio. ¡Qué falta de educación! Mira que nada más dejar los documentos así y largarse. ¿Qué tal si no llegan a tus manos?
Un músculo saltó en la mandíbula de Romeo. Así que había sido Irene quien trajo los documentos. La ira le trepó por el pecho como una enredadera venenosa, mientras una risa amarga amenazaba con escapar de sus labios. ¡Qué ingenuidad la suya, haber desperdiciado dos horas en una reunión esperando confrontarla!
Sus dedos tamborilearon sobre el escritorio mientras su mandíbula se tensaba aún más.
-Definitivamente no saben ni cómo comportarse.
El recuerdo de su boda con Irene le atravesó la mente como un relámpago. La había elegido precisamente por eso: por su docilidad, por esa disposición a seguir órdenes sin cuestionarlas. Pero desde aquella noche, cada una de sus acciones había sido un desafío directo a su autoridad. ¡Era el colmo! Ni siquiera sabía cumplir con su papel de esposa.
Inés comenzó a ordenar meticulosamente los documentos sobre el escritorio.
-Te acompaño a la conferencia de prensa, como siempre. Si surge cualquier cosa, me la dejas
a mí. Yo me encargo.
Sus dedos se demoraron más de lo necesario sobre los papeles mientras su voz adoptaba un tono meloso, alejado de su usual eficiencia profesional.
-¿Qué te parece si cenamos juntos esta noche?
Romeo intentó sacudirse la irritación que Irene le había dejado como un mal sabor en la boca. Sus ojos, afilados corno navajas, se suavizaron apenas un poco.
-Va, tú escoge el lugar.
En el fondo, seguía convencido de que Irene regresaría arrastrándose, suplicando su perdón. Pero cuanto más tiempo pasara, más le haría entender el verdadero significado del
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arrepentimiento.
El rostro de Inés se iluminó con una sonrisa triunfal antes de salir de la oficina en busca de Gabriel.
-Gabriel, necesito que reserves una mesa en el restaurante donde cenaron Romeo y James la última vez. Para Romeo y para mí.
Gabriel sacó su celular de inmediato para hacer la reservación.
Inés se apoyo casualmente contra el escritorio, su sonrisa profesional perfectamente calculada.
-Gracias, has estado matándote estos días. Cuando acabes tu turno, vete temprano a descansar. Romeo y yo nos iremos directo al restaurante.
Gabriel levantó la vista de su celular, la sorpresa evidente en su rostro.
-¿El licenciado Castro dio esa orden?
Inés negó con un movimiento suave de cabeza.
-No, esa soy yo tomando la iniciativa. Ya sabes cómo es de adicto al trabajo, capaz que después de cenar te hace quedarte hasta la madrugada. Mejor vete por tu lado. Si pasa cualquier cosa, yo me hago responsable.
El agotamiento de los últimos días pesaba sobre los hombros de Gabriel como una capa de plomo. Apenas si dormía cinco horas por noche.
-Se lo agradezco mucho, señora Núñez.
Aunque trabajaba directamente bajo las órdenes de Romeo, Gabriel era perfectamente consciente de que la relación entre su jefe e Inés iba más allá de lo profesional. Si ella decía que podía manejarlo, ¿quién era él para rechazar un respiro?
La familia Llorente había conocido tiempos mejores, cuando vivían en una residencia en la zona exclusiva del este de la ciudad. La caída en desgracia los había empujado a un modesto departamento dúplex de tres niveles en una zona de condominios. En Puerto del Oeste, donde el metro cuadrado valía su peso en oro, la propiedad seguía representando varios millones, pero era un descenso notable desde sus días de gloria.
Irene se encontraba sentada en la sala, su mente vagando muy lejos de allí.
Su madre, Yolanda Fuentes, llevaba varios minutos hablándole sin obtener respuesta. La frustración le tensaba las facciones.
-¿Me estás escuchando, Irene? ¿Te peleaste con Romeo o qué?
Irene parpadeó varias veces, como despertando de un trance.
-No, para nada.
Capítulo 16
Yolanda entrecerró los ojos, estudiando el rostro de su hija.
-Entonces algo te traes, no me engañas.
Irene sacó su celular, buscando una excusa para evadir el interrogatorio.
-Ay, mamá, mejor ni preguntes. No lo entenderías.
-Mira, yo no pregunto si no quieres, pero no puedes andar con esa cara todo el tiempo. Romeo se parte el lomo trabajando todo el día, llega muerto de cansancio a la casa ¿y qué se encuentra? ¡Tu cara de velorio! Y ni siquiera es por él. ¡No puedes andar amargándole la vida
así nomás!
Con un movimiento brusco, Yolanda le arrebató el celular y lo arrojó al sillón.
-¿Me estás poniendo atención?
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