Capítulo 158
Una opresión invisible se cernía sobre Irene en aquel pasillo mal iluminado del hospital, como una sombra que se negaba a abandonarla. El aire pesado se mezclaba con el aroma característico a desinfectante.
Cerró los ojos y respiró profundo, intentando calmar el torbellino de emociones que amenazabal con ahogarla.
-Ya entendí -murmuró, más para sí misma que para su madre, antes de alejarse por el pasillo con pasos que intentaban parecer firmes.
Al regresar a la zona de los elevadores, donde Romeo la esperaba, las puertas se abrieron con un suave timbre metálico. Entró primero, sintiendo la presencia de él como una sombra que se cernía a sus espaldas.
Romeo la observaba desde su altura. Sus ojos oscuros se detuvieron en la hinchazón de su frente, apenas disimulada por algunos mechones de cabello. La marca rojiza le provocó una punzada de irritación que intentó disimular.
-Daniel… -su voz grave rompió el silencio.
Irene mantuvo la mirada fija en las puertas metálicas del elevador.
-Gracias por preocuparte. Estará bien.
Su voz sonaba suave, casi frágil, pero había en ella una determinación silenciosa que no pasó desapercibida. Dos pensamientos se enfrentaban en su mente: uno le susurraba que debía tragarse su orgullo, soportar cualquier humillación por esos cien mil pesos mensuales que tanto necesitaba; el otro le gritaba que tenía dignidad, que como esposa de Romeo tenía derecho a exigir explicaciones sobre Inés, a mostrar su enojo.
La batalla interna se reflejaba en su tono: cortés pero inflexible.
Romeo apretó la mandíbula, irritado. “¿Ahora se atreve a ponerse difícil conmigo?“, pensó. “¿Por qué no mostró esa misma resistencia cuando César intentó golpearla?”
Irene finalmente alzó la mirada, encontrándose con el reflejo de Romeo en las paredes metálicas. Hasta ese momento no había entendido por qué apareció de repente en la habitación de Daniel. La comprensión llegó cuando lo vio dirigirse a su auto: solo había ido por ella porque necesitaba transporte.
El tráfico de la hora pico convertía las calles en ríos de metal y luces. Los destellos de neón se colaban por las ventanas del auto, creando un juego de luces y sombras en el rostro pétreo de Romeo. La mitad de sus facciones quedaba iluminada por los brillos artificiales; la otra se perdía en la penumbra, como una metáfora de su propia dualidad.
El silencio en el auto era denso, casi tangible. La aparente armonía de los últimos días se había evaporado, dejando tras de sí un frío glacial. Irene sentía que debía recalibrar constantemente su comportamiento para mantener una apariencia de normalidad con él.
12:30
Capitulo 158
Al llegar a casa, notó que María Jesús no había preparado la cena, probablemente siguiendo instrucciones de Romeo. El departamento estaba frío y silencioso. Se quitó el abrigo y se dirigió a la cocina, intentando actuar con naturalidad.
-Parece que no hay mucha comida. ¿Qué te parece si preparo una sopa?
Sacó un par de chiles verdes del refrigerador mientras esperaba la respuesta. Romeo permanecía de pie en la entrada del comedor, con una muñeca apoyada casualmente en el respaldo de una silla. La observaba con atención, notando cómo había dejado de lado su actitud defensiva para adoptar un papel más conciliador.
“No fue en vano traer a Esteban“, pensó, recorriendo con la mirada la figura de su esposa. Había adelgazado notablemente; la falda que antes le entallaba perfectamente ahora colgaba suelta en su cintura. Sus piernas, largas y esbeltas como los utensilios de la cocina, se movían con una gracia involuntaria bajo la tela.
-Está bien–respondió finalmente, su voz áspera como arena.
Mientras Irene comenzaba los preparativos para la cena, Romeo subió a lavarse. El timbre de su celular interrumpió sus pensamientos.
-Presidente Castro -la voz de Gabriel sonaba a través del altavoz-. Ya está todo listo para traer a Esteban en el avión privado. Si todo sale bien, llegará mañana temprano, pero… está haciendo un drama por el desfase horario. Dice que irá al hospital hasta dentro de una
semana.
Esteban, tres años menor que Romeo y de la misma edad que Irene, era uno de los
beneficiarios de sus proyectos filantrópicos. Un genio médico que, tras graduarse, se había dedicado a investigar enfermedades mentales y psicológicas, trabajando exclusivamente en laboratorios privados. Pocos dentro o fuera del país conocían su existencia, pero en su campo era una eminencia indiscutible.
Romeo soltó una risa sarcástica.
-Mañana mismo lo quiero instalado en el Hospital San Rafael. Y si se atreve a negarse… -su voz adquirió un filo amenazante-, que se vaya despidiendo de su laboratorio en el extranjero.