Capítulo 154
La voz familiar cortó el silencio del pasillo como un cuchillo. Irene levantó la mirada lentamente, sus pestañas húmedas y pegadas por las lágrimas. Gabriel la observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad profesional.
En la esquina del pasillo, parcialmente oculto por las sombras, Romeo permanecía inmóvil como una estatua. Una mano descansaba en el bolsillo de su impecable traje negro, mientras la otra se cerraba en un puño apenas perceptible.
Sus miradas se encontraron a través de la distancia. Los ojos de Irene, enrojecidos y brillantes por el llanto, contrastaban con el moretón que comenzaba a formarse en su frente. Su cabello, usualmente tan cuidado, caía en mechones desordenados alrededor de su rostro manchado por las lágrimas.
El ceño de Romeo se frunció involuntariamente. Por un momento, algo pareció atravesar la máscara de indiferencia que siempre portaba.
Irene lo miraba como si fuera un salvavidas en medio de una tormenta. Toda su angustia, todo su dolor parecía buscar refugio en él. Una parte de ella, esa que aún no había aprendido a callar del todo, anhelaba que él atravesara el pasillo, que la envolviera en sus brazos, que le susurrara que todo estaría bien, que Daniel se recuperaría…
-Romeo…
La voz de Inés, suave como seda pero afilada como una navaja, destrozó la burbuja de las fantasías de Irene. La mujer emergió del elevador con la gracia de una bailarina, sus tacones marcando un ritmo preciso contra el suelo. Primero dirigió una mirada calculadora hacia Irene, antes de deslizarse hasta Romeo y entrelazar su brazo con el suyo en un gesto que parecía casual pero estaba perfectamente estudiado.
Se inclinó hacia él, sus labios rozando apenas su oído.
-James O’Malley está arriba. Su condición sigue siendo delicada, deberíamos ir a verlo.
Los músculos de la mandíbula de Romeo se tensaron visiblemente.
-Vayan ustedes.
Estaba apartando el brazo de Inés cuando ella añadió, con voz apenas audible:
-Vi algunos reporteros cuando entré. Se colaron al hospital… seguramente te venían siguiendo…
Romeo se paralizó. La niebla de emoción en sus ojos se disipó instantáneamente, reemplazada por su habitual frialdad calculadora. Se volvió hacia Gabriel.
-Mantén vigilada a la señora. Cualquier cambio, me informas de inmediato.
Sin otra palabra, giró sobre sus talones y subió las escaleras con Inés aún aferrada a su brazo.
12-20
Capitulo 154
La luz en los ojos de Irene se extinguió como una vela en el viento. Lo observó alejarse con Inés y una verdad amarga se cristalizó en su corazón: Romeo siempre sería el hombre que consolara a Inés con ternura, que secara sus lágrimas con delicadeza. Pero nunca sería quien estuviera ahí para ella en sus momentos de oscuridad.
Ese anhelo inconsciente que aún palpitaba en lo profundo de su ser no era más que un reflejo, un eco de lo que alguna vez sintió. Cuando estaba lúcida, ese mismo sentimiento se convertía en su mayor fuente de dolor y rabia.
-Señora.
Los zapatos perfectamente lustrados de Gabriel aparecieron en su campo de visión. Irene mantuvo la mirada fija en el suelo, contando las líneas en el linóleo como si contuvieran las respuestas que buscaba.
La puerta de la habitación se abrió antes de que Gabriel pudiera decir más. Un asistente médico emergió, ajustándose la bata.
-Señorita Llorente, el doctor Bravo ya sedó a su hermano. Está dormido. ¿Quiere pasar a verlo?
-Sí.
Irene se incorporó usando la pared como apoyo. Dirigió un breve asentimiento hacia Gabriel antes de entrar a la habitación. Ya no le importaba la supuesta preocupación de Romeo. Después de todo, ¿no se había limitado a enviar a su asistente en su lugar?
-Buenas tardes. Me gustaría informarme sobre el estado del paciente Daniel Llorente.
Gabriel permaneció en el pasillo, extendiendo su tarjeta de presentación al asistente médico. Al ver el logotipo de Alquimia Visual, el joven comenzó a relatarle detalladamente la condición de Daniel.
En el piso superior, Romeo se detuvo frente a la puerta de la habitación de James, su mano congelada sobre el picaporte. La imagen de Irene, vulnerable y rota, se negaba a abandonar su
mente.
-Ve tú sola.
-¿No vas a entrar? -La alarma en la voz de Inés era palpable—. ¿Vas a bajar a ver a Llorente? ¿No mandaste a Gabriel para eso?
-¿Y eso qué? -El tono de Romeo se volvió cortante como el hielo-. ¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones de lo que hago?
El rostro de Inés perdió todo color, pero se esforzó por mantener un tono neutral.
-Por supuesto que no, pero James es nuestro cliente más importante. No me siento capaz de manejarlo sola… ¿podrías acompañarme, por favor?
12-29