Capítulo 135
Yolanda examinó el frasco con detenimiento. La etiqueta prometía seguridad superior a los anticonceptivos comunes, sin efectos secundarios para la mujer. Sus dedos tamborilearon contra el vidrio mientras su mente trabajaba a toda velocidad. “Seguro fue Romeo quien la obligó“, pensó, su mandíbula tensándose. “De otro modo, ¿cómo se atrevería esta tonta a evitar el embarazo? ¿Acaso no sabe que sin un hijo la van a echar de la casa?”
La frustración se acumulaba en su pecho mientras observaba el frasco. Esta hija suya… siempre dándole dolores de cabeza, necia como ella sola y sin la menor idea de cómo jugar sus cartas. Por su culpa, ella misma casi pierde su posición como Señora Llorente.
Sus ojos se detuvieron en la pequeña píldora blanca dentro del frasco. Con movimientos calculados, sacó de su bolso un frasco de vitamina C. Las pastillas eran ligeramente más grandes, pero servirían. Sin titubear, intercambió los medicamentos. Después de todo, ¿cuándo volvería a tener una oportunidad así?
Apenas había guardado el frasco en su bolso cuando Irene salió del baño, el vapor escapando tras ella.
Sus ojos se estrecharon con sospecha al ver a su madre junto a la cama.
-¿Qué haces aquí?
Yolanda se sobresaltó ligeramente, pero recuperó la compostura de inmediato.
-Yo… te traje algo para la fertilidad.
Con dedos temblorosos, sacó un amuleto de su bolso y lo deslizó bajo la almohada.
-Dicen que tiene que ir debajo de la almohada para que funcione.
Irene contuvo un suspiro de fastidio y se dirigió al vestidor. No valía la pena discutir. Al regresar, encontró a Yolanda aún de pie junto a la cama, una sonrisa enigmática bailando en sus labios. -Vámonos.
Irene tomó la delantera hacia las escaleras, sus pasos resonando contra la madera.
-¡No vayas a tirar el amuleto! -Yolanda la siguió apresuradamente-. Me costó mucho conseguirlo.
-Ya entendí.
En la entrada, Irene se cambió los zapatos con movimientos precisos.
-Déjame donde pase un taxi para ir a la villa Castro.
Yolanda escaneó el patio vacío con ojos inquisitivos.
-¿Y tu coche? ¿Dónde está?
10.07
Capitulo 135
El viento frío agitó el cabello de Irene mientras tiraba de la manija del auto.
-Se descompuso.
El rostro de Yolanda se contorsionó en una mueca mientras se abrochaba el cinturón.
-¿Cómo pudiste descomponer el coche? Nomás dándole problemas a Romeo. Menos mal que era uno barato… ¡imaginate si hubiera sido uno caro! ¡Romeo estaría furioso!
Irene reprimió el impulso de bajarse y caminar. Estaba agotada y la parada del autobús quedaba a media hora. Se recostó contra la ventana, pretendiendo absorta en su celular.
-Bueno, lo importante es que estás bien -continuó Yolanda-. Para la próxima te compras uno mejor. No digo de millones, pero algo digno de una Señora Castro. No puedes andar avergonzando a la familia.
El auto de Yolanda había costado más de ochocientos mil. No era de los mejores, pero con la situación actual de los Llorente, ni siquiera se atrevía a sugerirle a César cambiarlo.
Un suspiro escapó de sus labios.
-Digo, si te compras un coche de varios millones y en un par de años ya no lo quieres… pues me lo das a mí. Mi coche ya tiene sus años y no espero que me compres uno nuevo. Con el usado me conformo… aunque la verdad, no puedo contar contigo para nada…
Su voz seguía y seguía, impidiendo que Irene se concentrara en su celular. Como siempre, Yolanda encontró forma de llevar la conversación hacia el tema de los hijos.
-El valor de una mujer está en sus hijos. Si tienes una niña, sigue intentando. Los Castro necesitan un varón. Con eso, tendrías la vida resuelta.
Irene se masajeó las sienes, el dolor de cabeza amenazando con intensificarse.
-Mejor ponga sus esperanzas en Daniel.
-¿El mismo Daniel que está en tratamiento? -La mirada de Yolanda destilaba desprecio-. Si te pusieras las pilas y le dieras un hijo a Romeo, ¿crees que estaría aquí perdiéndote el tiempo?
Era inútil intentar razonar. Irene volvió su atención hacia la ventana. A principios del invierno, los plátanos que bordeaban la calle lucían un amarillo marchito. El auto avanzaba veloz, aplastando las hojas caídas contra el asfalto. A través del espejo retrovisor, observó esas hojas destrozadas, sintiendo que su corazón se hacía pesado.
Como si los problemas con Romeo no fueran suficientes… Con Daniel en ese estado, ¿cómo podría siquiera considerar tener hijos?
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