Capítulo 118
Lisa no perdió tiempo en mostrar sus verdaderas intenciones. Su figura se cernía sobre el escritorio de Irene como una sombra amenazante.
-¿Crees que por tener un contrato con Natalia ya tienes tu lugar asegurado aquí? palabras destilaban veneno apenas contenido.
Irene alzó la vista de su monitor. Sus dedos dejaron de teclear por un momento.
-Reconozco mi error. Pueden aplicar el descuento correspondiente según el reglamento. No tengo ninguna objeción.
La firmeza en su respuesta tomó a Lisa por sorpresa. Las palabras de reproche se le atoraron en la garganta como espinas.
-Por supuesto que se te descontará -logró decir después de un momento-. Que no vuelva a
suceder.
Irene volvió su atención al diseño de Valle Aureo, ignorando la mirada furiosa de Lisa. La cabeza de Pilar apareció sobre el monitor vecino.
-Caíste redondita en su trampa -susurró, lanzando una mirada furtiva hacia la oficina de Lisa. Se refería al proyecto que Lisa le había asignado directamente. La noticia ya corría por los pasillos de la empresa como pólvora: Lisa buscaba un pretexto legal para despedirla.
-Tal vez no sea una trampa -murmuró Irene sin despegar los ojos de la pantalla.
Pilar torció los labios con escepticismo.
-Llevo casi un año aquí y jamás mè han dejado manejar un cliente sola. Las cosas no son tan sencillas como crees.
“Las cosas no son tan sencillas“, las palabras resonaron en la mente de Irene. Pero tampoco eran el laberinto imposible que Lisa imaginaba. Si lograba satisfacer al cliente, su posición quedaría asegurada y las hostilidades cesarían. Y si no… bueno, las normas de la empresa la protegían de un despido injustificado.
Lisa, en su prisa por tenderle una trampa, había apostado todas sus cartas a la inexperiencia de Irene. Mientras no violara ningún protocolo, el éxito o fracaso del proyecto era secundario. La premisa era simple: no cometer errores básicos.
El plazo para el diseño de Inés era de diez días. No había tiempo que perder. Irene se sumergió en el trabajo, agradecida por la distracción que mantenía a Romeo fuera de sus pensamientos.
Lo que ella no sabía era que Romeo sí pensaba en ella. Su imagen lo asaltaba en los momentos más inesperados: su perfil distante durante la cena, la manera en que sus tacones de cinco centímetros resonaban contra el piso al salir hacia el trabajo.
Antes de su regreso, la inquietud lo consumía. Ahora que había vuelto, ¿por qué seguía
1/2
Capítulo 118
sintiendo esa ansiedad sin nombre?
Ese sentimiento persistió hasta que una noche, al volver a casa, antes de poder quitarse los zapatos, la vio. Irene caminaba hacia él con paso ligero, vistiendo una camisa blanca impecable y una falda negra que revelaba sus rodillas. También acababa de llegar del trabajo y aún llevaba su ropa de oficina.
Al acercarse, sus ojos brillaron con un destello de alegría. No era la luz radiante de antes, pero superaba con creces la frialdad del día anterior. La inquietud en el pecho de Romeo se disipó como niebla bajo el sol.
La observó tomar su maletín y estirarse para ayudarlo con el abrigo.
-¿Acabas de llegar? -sus movimientos eran fluidos mientras le quitaba el pesado abrigo negro y lo colgaba.
Se agachó para traerle sus pantuflas. La falda se tensó sobre sus formas de una manera que no pasó desapercibida para Romeo. Él permaneció inmóvil, extendiendo las manos en un gesto familiar.
Irene entendió la señal. Sus dedos ágiles aflojaron el nudo de su corbata.
-Preparé tu caldo de pollo. El que tanto te gusta -susurró cerca de su oído.
-Mmm–la satisfacción en su respuesta era evidente.
Ella había permanecido en su ropa de trabajo solo para tener lista su sopa favorita, caliente y reconfortante para cuando llegara.
Durante la cena, Irene lo atendió con una dedicación que le recordaba a los primeros días de su matrimonio. Después subieron juntos. Ella le entregó ropa limpia para su ducha nocturna.
Cuando Romeo salió del baño, descubrió que Irene ya se había duchado en el cuarto contiguo. La pijama de satén azul claro se adhería suavemente a su figura. Su cabello húmedo dejaba rastros oscuros sobre el tejido brillante, y algunas mechas rebeldes se pegaban a su cuello como pinceladas de tinta. Sin maquillaje, su belleza natural resplandecía con más fuerza.
Se acercó a él y tomó la toalla con la que se secaba el cabello. Sus ojos, claros y diferentes a los de siempre, lo miraron fijamente.
-Necesito decirte algo.
2/2