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Capítulo 115
“¿Por qué te casaste así, tan de repente? ¿La amas?”
Las preguntas de Inés resonaban en la mente de Romeo mientras contemplaba el atardecer desde su oficina. Hace dos años, su madre, Milagros Castro, no dejaba de insistir en que sentara cabeza, aunque él no tenía la menor intención de hacerlo. Pero la situación familiar se había vuelto tan insostenible que, acorralado, recordó aquel viejo compromiso de la infancia.
No era la primera vez que veía a Irene cuando fue a pedir su mano. La había investigado minuciosamente: una mujer sumisa, obediente con sus padres a pesar de que estos no fueran precisamente ejemplares. Justo el tipo de esposa que necesitaba. No le desagradaba en absoluto, ni su figura ni su rostro. De hecho, la primera vez que la vio, sintió una chispa de interés que no supo explicar.
Los dos años después de la boda transcurrieron en perfecta armonía, confirmando que su elección había sido acertada. Y si hubo momentos de rebeldía, eso ya era cosa del pasado. Eran compatibles, ¿no? De pronto, se encontró añorando aquellos días rutinarios: ella preparando la cena cuando él llegaba del trabajo, el agua caliente lista para su baño, su ropa impecablemente planchada por sus propias manos.
La tarde se hacía eterna. Después de revisar incontables documentos y consultar el reloj obsesivamente, por fin dieron las seis. Romeo condujo hasta su casa, estacionó frente a la villa y bajó del auto. Las luces del salón estaban encendidas, creando un resplandor acogedor que contrastaba con la penumbra exterior.
Se agachó para quitarse los zapatos, esperando escuchar los pasos familiares de Irene acercándose para ayudarlo como siempre…
-¿Ya regresó, señor?
María Jesús apareció usando un delantal floreado similar al que solía usar Irene, extendiendo las manos para tomar su maletín.
-La cena está lista. ¿Prefiere bañarse primero o cenar?
Romeo permaneció en silencio unos segundos mientras se quitaba el reloj y lo depositaba en la caja de la entrada.
-¿Dónde está mi esposa?
-¡La señora está arriba! -respondió María Jesús, quien llevaba años sirviendo fielmente a la familia Castro. Con ella ahí, Irene ya no tenía que ocuparse de esas tareas domésticas.
Romeo comenzó a desabotonarse la camisa mientras subía las escaleras.
-Me voy a bañar primero.
Al llegar a la habitación, empujó suavemente la puerta. Irene estaba trabajando en una pequeña mesa junto al ventanal, rodeada de documentos y con su laptop abierta. Al escucharlo entrar, giró levemente la cabeza.
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Capítulo 115
-Ah, ya llegaste -su tono era distante, casi indiferente. Su rostro, antes siempre iluminado por una sonrisa al verlo, ahora permanecía serio y concentrado en su trabajo.
-Ajá respondió él secamente, dirigiéndose al baño.
El sonido del agua corriendo interrumpió los pensamientos de Irene. Estaba inmersa en el diseño de decoración de Valle Aureo, y cada detalle le traía recuerdos de cuando diseñó esta casa hace dos años. La misma intensidad con la que había sido feliz entonces, ahora se transformaba en una profunda tristeza.
Sus ojos se desviaron hacia la esquina inferior, derecha de su pantalla, donde parpadeaba un titular de noticias corporativas: “Presidente de Alquimia Visual defiende a la señora Núñez, desafiando a los accionistas“. La noticia, publicada apenas dos horas antes, ya la había leído una vez. Rodrigo, el entrevistado, criticaba con sarcasmo cómo Romeo, por defender a Inés, había faltado al respeto a la junta, incluso presionándolos para vender sus acciones.
“A mi edad, solo quería ganar dinero tranquilamente“, declaraba Rodrigo, “pero me veo obligado a lidiar con esto. Lo menciono porque temo que Romeo esté cegado por Inés, quien claramente carece de las habilidades necesarias y solo obtuvo el puesto de vicepresidenta gracias a él. Me preocupa que un día se convierta en un tirano“.
Irene recordaba que Inés era la directora de relaciones públicas. Resultaba irónico que, mientras la crisis mediática escalaba, el departamento de relaciones públicas permaneciera
en silencio.
El sonido de la puerta del baño la sacó de sus reflexiones. Romeo salió envuelto en una bata que colgaba descuidadamente de sus hombros. Al verla todavía absorta en su trabajo junto al
ventanal, se acercó.
-No quiero que sigas trabajando después de tu horario normal, aunque tengas pendientes.
Irene sabía que aquellas palabras no nacían de una genuina preocupación por ella, pero comenzó a recoger sus cosas de todos modos.
-Está bien, María Jesús ya tiene lista la cena. Bajemos.
El vestido negro que llevaba puesto, aunque elegante, no tenía nada de provocativo. Era simplemente una prenda más de su guardarropa, tan distante como ella misma se sentía ahora de Romeo.
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