Capítulo 113
Una llamada telefónica destrozó las ilusiones de Irene. El mundo pareció detenerse mientras su mano quedaba suspendida en el aire, sosteniendo el cucharón de madera sobre la olla burbujeante. Su rostro, antes iluminado por una tenue esperanza, se transformó en una máscara de serenidad que ocultaba el torbellino en su interior.
Tragándose el nudo en la garganta, mantuvo la voz firme, casi indiferente.
-Come tú, tengo trabajo pendiente.
Romeo frunció el ceño, notando algo extraño en su expresión. Sin embargo, en su arrogancia habitual, lo atribuyó a la preocupación de ella por los asuntos de Daniel. Guardó su celular en el bolsillo del pantalón y, tras lanzarle un par de miradas evaluativas, se dio la vuelta hacia la salida.
El sonido de la puerta al cerrarse resonó como un eco de todas las promesas rotas entre ellos. Romeo, con el rostro tenso por la ansiedad, se apresuró hacia su coche. Sus movimientos bruscos y la forma en que aflojó su corbata revelaban su urgencia por llegar a otra mujer que lo “necesitaba“.
El fuego bajo la olla seguía encendido, convirtiendo la pasta en una masa burbujeante que parecía burlarse de sus esfuerzos. Irene contempló aquel desastre culinario, una metáfora perfecta de su matrimonio. Con movimientos mecánicos, apagó la estufa. Sin probar bocado, se giró hacia las escaleras.
Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios. “¡Qué patética!” pensó, dirigiendo toda su ironía hacia sí misma. “¿Cómo pude ser tan ingenua? ¿De verdad creí que Romeo se convertiría en un esposo atento solo por cocinar una sopa?”
En Alquimia Visual, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Los accionistas de la empresa estaban divididos: solo la mitad permanecía leal a Romeo. La crítica hacia Inés, una ejecutiva cuyo ascenso se debía enteramente a Romeo, crecía como una bola de nieve. Los descontentos, unidos por primera vez, exigían su despido inmediato.
El escándalo había escapado de las paredes corporativas. Una multitud de periodistas asediaba la entrada principal, transmitiendo en vivo cada desarrollo. Romeo, anticipando el circo mediático, entró directamente al estacionamiento subterráneo. Gabriel lo esperaba junto al ascensor en el nivel B1, su postura tensa delatando la gravedad de la situación.
-¿Qué tan mal está? -preguntó Romeo mientras entraban al ascensor.
Gabriel se enderezó, intentando mantener la compostura.
-Los accionistas argumentan que la señora Núñez no está a la altura de su cargo. Dicen que llegó a vicepresidenta por favoritismo y que toma sus responsabilidades a la ligera.
El ascensor ascendía lentamente. Romeo ajustó los puños de su camisa con movimientos
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precisos, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
-Se van a arrepentir.
Gabriel guardó silencio, conociendo demasiado bien el temperamento volátil que su jefe había desarrollado últimamente, exacerbado por los problemas con su esposa. “Estos accionistas cavaron su propia tumba“, pensó.
Al entrar en la sala de reuniones, Romeo localizó inmediatamente a Inés. Vestía un traje beige que resaltaba su vulnerabilidad entre el grupo de hombres que la rodeaban como buitres. Al verlo, sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas.
Rodrigo Herrera, portavoz de la facción opositora, se adelantó con aire triunfal.
-Presidente Castro, la votación está concluida. La mayoría apoya el despido de la señora Núñez, así que…
Romeo lo interrumpió, su voz cortante.
-Solo tienen acciones y dividendos. No tienen voz en las decisiones ejecutivas. Si no les parece, pueden vender sus acciones.
El silencio que siguió fue absoluto. Los accionistas comprendieron, demasiado tarde, que Romeo no era Ismael Castro. Este nuevo líder era más astuto, más implacable. La amenaza velada de “vendan sus acciones” resonó en la amplia sala. Nadie, con dividendos que oscilaban entre millones, estaba dispuesto a dar ese paso.
-¿Alguna otra estupidez que quieran discutir? -La mirada de Romeo recorrió la sala.
-No… no hay más -musitó alguien, rompiendo el tenso silencio.
Rodrigo permaneció rígido, su rostro una máscara de frustración contenida. Los demás, siguiendo su ejemplo, comenzaron a retroceder.
-Solo esperamos que la señora Núñez tome con más seriedad sus responsabilidades -aventuró uno.
-Sí, si esto se repite, tendremos que…
Romeo los ignoró deliberadamente. Lanzó una última mirada amenazante a Rodrigo y se dirigió a la salida.
Al pasar junto a Inés, sin mirarla, murmuró:
-Sígueme.
Inés no dudó un segundo en seguirlo. En el pasillo iluminado por la luz natural, la figura de Romeo se alzaba imponente, proyectando una sombra alargada sobre el suelo pulido. Sus pasos resonaban con autoridad, marcando un ritmo que Inés se apresuraba a seguir