Capítulo 111
Irene sentía el peso de las lágrimas contenidas nublando su visión mientras observaba a David. Su corazón reconocía la sinceridad en aquella oferta de ayuda desinteresada. La propuesta que él estaba a punto de hacerle seguramente sería algo simple, algo que no la comprometería demasiado.
Los ojos de David, oscuros y profundos como tinta derramada, la estudiaban con una intensidad creciente, pero ella no le había permitido siquiera expresar sus pensamientos. En medio de su crisis, él se contenía, temiendo que cualquier presión extra la alejara más.
David dio un paso hacia ella, su voz suave como terciopelo.
-Si no quieres aceptar mi ayuda, al menos déjame prestarte mi hombro para desahogarte.
Irene levantó la mirada hacia él, observando aquellos hombros anchos y firmes que prometían el refugio que tanto necesitaba. Sus pestañas aletearon suavemente antes de que, en un movimiento casi imperceptible, reclinara su cabeza contra el hombro de David. Las lágrimas comenzaron a caer, una tras otra, empapando la camisa verde oscuro y dejando manchas que parecían pequeños lagos de tristeza. Su cuerpo se estremecía con cada sollozo mientras liberaba todo el dolor acumulado: la angustia por Daniel, el peso de la preocupación, la impotencia ante su situación.
David alzó la mano, el impulso de abrazarla ardiendo en sus dedos, pero las palabras de ella resonaron en su mente: “Ya no puedo divorciarme“. Su brazo descendió lentamente, quedando suspendido en el aire como una promesa sin cumplir.
Cuando por fin las lágrimas se agotaron, David le extendió un pañuelo. Irene se limpió el rostro con movimientos delicados, sus ojos ahora hinchados y enrojecidos por el llanto.
Su voz sonaba rasposa cuando habló.
-Voy por compresas de hielo para los ojos. Me ayudarán a desinflamarlos.
Tomó una respiración profunda, intentando recuperar el control. Este día debería haber sido diferente. Había pedido permiso en el trabajo soñando con obtener su acta de divorcio, con iniciar una nueva vida dividida entre su pequeño departamento y su carrera. Pero el destino tenía otros planes…
A pesar de que los médicos habían recomendado evitar visitas que pudieran alterar a Daniel, David insistió en acompañarla primero a la clínica por las compresas y luego a ver a su hermano. Con los cuidadores del hospital y la familia de Yolanda y César ya retirados, Irene no pudo quedarse mucho tiempo.
Al salir del hospital, David se ofreció a llevarla, pero antes de que pudiera responder, la figura de Gabriel apareció junto al auto de Romeo, su presencia tan inevitable como una sombra al
mediodía.
Irene sacudió la cabeza hacia David.
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Capitulo 111
-No… no voy a regresar a Colinas Verdes.
David observó el auto negro, recordando todas las veces que lo había visto estacionado a distancia, con Romeo dentro, vigilando como un halcón. Pero esta vez fue diferente. Esta vez, Irene se dirigió voluntariamente hacia él.
Gabriel abrió la puerta trasera e Irene se deslizó dentro. El amplio asiento la mantenía a una distancia considerable de Romeo, el espacio entre ellos cargado de tensión no dicha. Romeo, con una expresión indescifrable en su rostro, observaba a David a través del cristal polarizado.
Después de unos segundos que parecieron eternos, desvió su atención hacia Irene. Contrario a lo que esperaba sentir al verla subir a su auto, no experimentó la usual satisfacción del control recuperado. Los ojos hinchados de ella y su postura encogida la hacían parecer más frágil que nunca, como una pequeña coneja asustada.
Con un movimiento suave pero firme, le quitó las compresas de hielo de las manos.
-Ven acá, recuéstate -dijo, dando una palmada suave en sus piernas.
Había estado al tanto de la condición de Daniel. El único hijo varón de los Llorente en ese estado era un golpe devastador para todos. Incluso él, con toda su frialdad calculada, no era inmune al dolor de la situación. Por esta vez, decidió no confrontarla sobre el caos de las
últimas semanas.
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