Capítulo 103
David levantó la mirada del mostrador y sus ojos se clavaron en Irene. Un silencio denso se instaló entre ambos. Las pestañas de ella temblaron como alas de mariposa mientras desviaba la mirada hacia el suelo de la cocina, donde las sombras del atardecer dibujaban patrones irregulares.
-Perdón, no debí meterme en tus asuntos personales.
Sus dedos juguetearon nerviosamente con el dobladillo de su blusa. “Solo quería hablar de trabajo“, pensó ella, recordando que había asumido que David se fue al extranjero buscando mejores oportunidades laborales. Un nudo se formó en su garganta al darse cuenta de que había tocado una fibra sensible.
El ambiente se volvió tan denso que podría cortarse con un cuchillo. David bajó la mirada y continuó picando las verduras, el sonido rítmico del cuchillo contra la tabla resonando en la
cocina.
-No tienes que ser tan formal conmigo, Irene.
-Ajá murmuró ella, convencida de que solo estaba siendo educada.
Sin decir más, dio media vuelta y salió de la cocina. Sus pasos resonaron suaves sobre el piso de madera mientras se alejaba.
Últimamente, Irene no se sentía ella misma. Una parte de ella agradecía las visitas de David, pero otra se removía incómoda ante la idea de que él cocinara y cuidara de ella todos los días. La confusión nublaba sus pensamientos, robándole las ganas de mantener conversaciones
corteses.
“Cuando todo esto del divorcio termine“, se prometió a sí misma, “les agradeceré como se debe a los hermanos Aranda por todo lo que han hecho por mí“.
Una hora más tarde, la cena estaba servida.
Como siempre, Natalia devoraba la comida con entusiasmo mientras soltaba maldiciones contra Romeo entre bocado y bocado. David, en contraste, comía en silencio, levantándose ocasionalmente para servir más comida en los platos de ambas mujeres.
A pesar del constante parloteo de Natalia, Irene parecía perdida en sus propios pensamientos, su mirada fija en algún punto indefinido más allá de su plato apenas tocado.
Después de la cena, llegó el momento de las despedidas.
-¿Por qué me obligas a irme? Quiero quedarme a acompañar a Irene -protestó Natalia mientras David prácticamente la arrastraba hacia la puerta.
Una vez en el auto, David arrancó y enfiló hacia la salida del complejo.
-Lo tuyo no es acompañar, es como clavarle un puñal en el pecho cada vez que abres la boca.
-¿Y por qué le afectaría que hable mal de Romeo? Si ella misma dice que es un patán
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Capitulo 103
-refunfuñó Natalia, hundiéndose en el asiento del copiloto.
La pluma de acceso no se levantó automáticamente. David frenó y bajó del auto para acercarse a la caseta. Le ofreció un cigarro al guardia, un hombre de unos cincuenta y tantos años.
-Joven, usted no vive aquí, ¿verdad?
-No, vengo a visitar a una amiga -respondió David con naturalidad.
El guardia aceptó el cigarro y, después de dar una calada profunda, explicó:
-Ayer se metieron a robar. Ya no podemos dejar pasar a nadie que no viva aquí.
David asintió comprensivamente.
-Entiendo, gracias por avisarme.
Agradecido por el cigarro, el guardia levantó la pluma rápidamente.
Afuera del complejo, un Maybach negro aguardaba en las sombras. Al ver salir la camioneta de David, Romeo por fin habló:
-Vámonos.
No habían avanzado ni dos cuadras cuando su celular vibró. Era un mensaje de Inés:
“Romeo, tu mamá quiere verme mañana a las ocho.”
Romeo apretó el celular con fuerza.
-Entendido.
Inés dudó antes de agregar:
-¿Ya hablaste con ella? ¿Le explicaste la situación?
-No hay nada que explicar cortó él, recargando la cabeza en el asiento. Un dolor punzante comenzaba a instalarse en sus sienes.
Su vida, antes tan meticulosamente ordenada, se había convertido en un caos por culpa de Irene.
-Me preocupa que tu mamá siga molesta. Cuando le sugerí vernos en un café, insistió en que fuera a su casa. Temo… causarte más problemas.
El silencio se instaló entre ellos como una pared invisible. Para una pareja en proceso de divorcio, la falta de comunicación es el pan de cada día. Inés era experta en remover las aguas sin advertencia previa. Su intención era clara: temía que Irene armara un escándalo que perjudicara a Romeo.
Pero él conocía bien a su esposa.
-No va a hacer ningún escándalo. Di lo que tengas que decir.
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Sin ánimo de seguir la conversación, colgó. Una parte de él ardía en curiosidad por ver cómo manejaría Irene el regreso de Inés. Y más aún, quería comprobar qué tan firme era su decisión de divorciarse.
La mañana siguiente, el reloj marcaba las ocho en punto cuando Irene tocó el timbre de Valle Áureo. Nadie respondió. Justo cuando su dedo se dirigía nuevamente al botón, la puerta se
entreabrió.
Por la rendija se asomaba el borde de un camisón negro de encaje. Un instante después, la puerta se abrió por completo. Inés, aún en pijama, se giró para entrar sin más ceremonia.
-Quítate los zapatos.
Mientras hablaba, sacó unos cubre zapatos del mueble del recibidor y los arrojó al suelo con molestia. Los protectores rodaron hasta detenerse frente a Irene, quien bajó la mirada hacia
ellos sin moverse.
-No me gusta que la gente entre y salga como Pedro por su casa, ensuciando mi hogar -declaró Inés, recargándose en el mueble mientras la taladraba con la mirada.
Irene apenas miró los cubre zapatos. Levantó los párpados con estudiada lentitud hasta encontrarse con los ojos de Inés.
-Si esta casa es o no tu hogar, eso está por verse. De que tengamos una plática civilizada hoy depende que Romeo y yo nos divorciemos por las buenas. ¿Segura que quieres empezar cerrándome la puerta en la cara?
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