Capítulo 101
La mirada sombría de Romeo Castro atravesaba el cristal polarizado del Maybach, siguiendo cada movimiento de Irene como un depredador acechando a su presa. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora ardían con una mezcla de indignación y orgullo herido.
Irene, sintiendo ese escalofrío familiar que solo la mirada de Romeo podía provocarle, se acomodó en el asiento trasero del SUV. Sus manos, ligeramente temblorosas, se aferraron al
borde de su abrigo.
-David, por favor, vámonos de aquí.
El SUV arrancó con un rugido deliberado, rozando provocativamente la carrocería del Maybach al dar la vuelta. Gabriel Ferrer, en el asiento del conductor, se pasó un pañuelo por la frente empapada de sudor. En sus años de servicio, jamás había presenciado un desaire tan directo hacia el presidente Castro.
“Si tan solo el señor no hubiera intentado humillarla“, pensó Gabriel, recordando las lecciones más básicas de cualquier villano de telenovela: el exceso de diálogo siempre precede a la derrota. Si Romeo se hubiera contenido, si no hubiera intentado doblegar la voluntad de Irene con esas últimas frases…
-¿Nos retiramos, presidente Castro?
Romeo tensó la mandíbula, sus dedos tamborileando rítmicamente sobre su rodilla.
-¿Y quedarnos como unos idiotas aquí parados? -Sus ojos no se despegaban del SUV-. Síguelos. Quiero ver a dónde se dirigen.
“Rebajarse a buscarla personalmente… ¿en qué estaba pensando?“, se recriminó mentalmente mientras abría su laptop. Los Aranda caerían tarde o temprano, y David con ellos. Era solo cuestión de tiempo y estrategia.
Las palabras en la pantalla, usualmente tan claras y precisas, ahora bailaban frente a sus ojos como un rompecabezas imposible. Después de varios minutos de intentar inútilmente concentrarse, cerró la computadora de golpe. Un dolor punzante le atravesaba las sienes.
“La desfachatez de Irene… ¿Cómo se atreve a subirse al auto de otro hombre en mis narices?” Sus puños se cerraron involuntariamente. “¡Y con David Aranda, nada menos! ¿Cree que porque alguien más le hace caso puede darse estos aires?”
Mentalmente, añadió otra marca negra al expediente de David. Pero no, no caería en
provocaciones tan obvias. No desperdiciaría sus recursos por una mujer. Tenía métodos más sutiles, más efectivos…
-Presidente Castro, acaban de entrar al condominio de la señora.
El Maybach se detuvo frente a la entrada de Colinas Verdes.
-¿Continuamos? -preguntó Gabriel.
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Capítulo 101
-No–Romeo mantuvo su mirada fija en el SUV mientras desaparecía tras las rejas del
condominio. Su rostro, una máscara de indiferencia estudiada, apenas ocultaba la tormenta en sus ojos. No le daremos ese gusto.
En el interior del SUV, Natalia Aranda inspeccionaba minuciosamente el cuello de Irene, buscando cualquier señal de maltrato nuevo. Solo cuando confirmó que las únicas marcas eran las antiguas, ya documentadas, se permitió relajarse.
-¿Qué hacía ese desgraciado de Romeo por aquí? -Los ojos de Natalia seguían clavados en el Maybach a través del espejo retrovisor, como si pudiera desarmarlo con la mirada.
Irene negó suavemente con la cabeza, su mirada perdida en algún punto del horizonte.
-Ni yo misma lo sé -“Decir que pasaba por aquí sería demasiada coincidencia“, pensó. “Pero aceptar que vino por mí…” Un escalofrío le recorrió la espalda-. Prefiero pensar que fue casualidad.
-¡Ay, no! ¡Ni lo menciones! -Natalia resopló con desprecio-. Mejor dime, ¿qué pasó con
Daniel?
-Se lo llevaron.
El recuerdo de César y Yolanda, llevándose a Daniel como si ella fuera invisible, le oprimió el pecho. Era algo que había anticipado, pero el dolor no era menor por esperado. Como cada vez que Romeo la miraba con desprecio, o cuando sus padres la trataban como una extraña… sabía que venía, pero el golpe siempre la dejaba sin aire.
–
-¿Cómo se atrevieron a dejarte ahí tirada en ese lugar tan…? La indignación en la voz de Natalia era palpable.
-Ya es tarde -interrumpió David desde el asiento del conductor-. ¿Por qué no vamos a comer algo?
Irene se hundió más en su abrigo de lana, el frío de la espera aún calado en sus huesos.
-Podríamos ir a mi casa. Prepararé algo.
-¡Perfecto! Que mi hermano cocine -Natalia sonrió, tratando de aligerar el ambiente-. Es lo mínimo que puede hacer.
Irene captó por el retrovisor que el Maybach seguía acechando a distancia. La idea de volver a casa, donde se sentía segura, era tentadora. Pero usar a David como cocinero…
-No, mejor busquemos un restaurante. Yo invito -Se apresuró a decir. Natalia podría tratar a su hermano como sirviente personal, pero ella no tenía ese derecho. No todavía, tal vez nunca.
David ajustó el retrovisor, su mirada encontrándose brevemente con la de Irene.
-Después de dos años en el extranjero, me harté de comer fuera. Siempre cocinaba para mí mismo -Una sonrisa cálida se dibujó en su rostro-. Ya no me acostumbro al sabor de los
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Capítulo 101
restaurantes. Vamos a tu casa, yo preparo algo.
3/3