Capítulo 100
El viento helado del invierno naciente azotaba sin piedad la acera frente a la cárcel. Irene, con los brazos aún extendidos hacia donde había estado Daniel, sintió el tirón brusco de Yolanda apartándola de su hermano.
La mujer mayor se abalanzó sobre Daniel, sus ojos anegados en lágrimas al notar los pómulos más pronunciados de su hijo, el rostro demacrado por los días de encierro.
Con las manos temblorosas, Yolanda acarició el rostro de Daniel mientras sus palabras salían atropelladas.
-Todo esto es culpa de tu hermana y su incompetencia. Mira nomás cómo te dejaron tanto tiempo encerrado. Pero ya, mi amor, vámonos a casa. Tu mamá te va a cuidar como debe ser.
César, impaciente por el frío, dio un par de palmadas cortantes.
-¡Ya estuvo bueno de tanto drama! ¡Súbanse al carro antes de que nos congelemos aquí!
Daniel bajó la mirada, una sombra de decepción cruzando su rostro mientras se dejaba guiar por sus padres. El motor del auto familiar rugió, y la silueta del vehículo se perdió en la distancia, llevándose con él los últimos vestigios de calidez que le quedaban a Irene.
Sola en la acera desierta, hundió las manos en los bolsillos de su abrigo. Las hojas secas crujían bajo sus pasos mientras avanzaba hacia la avenida principal; esperando encontrar un taxi en aquella zona alejada de la ciudad.
En el cruce, el Maybach negro de Romeo permanecía estacionado como una sombra acechante. La ventanilla polarizada descendió con un zumbido suave, revelando el rostro de su esposo. Sus ojos oscuros, ligeramente hundidos, la observaban con una intensidad inquietante.
-¿Quiere que le pida a la señora que suba al auto? -preguntó Gabriel desde el asiento del conductor.
Romeo subió la ventanilla sin responder, su atención desviándose hacia la laptop abierta frente a él.
-Vámonos.
-¿Nos vamos? -La confusión en la voz de Gabriel era palpable.
El chofer sabía que su jefe había permanecido trabajando en el auto solo para presenciar la liberación de Daniel, un proceso acelerado gracias a las pruebas del accidente de Irene que el mismo Romeo había entregado.
“¿Cómo puede mostrar tanta preocupación y al mismo tiempo tanto desdén?“, pensó Gabriel, pero años de experiencia le habían enseñado a no cuestionar las decisiones de su jefe.
El Maybach se alejó, solo para dar la vuelta y alcanzar a Irene minutos después. Un seco “para” de Romeo hizo que el auto frenara bruscamente junto a ella, provocando que Gabriel se
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Capítulo 100
golpeara contra el marco de la puerta.
La ventanilla descendió nuevamente. Irene se detuvo, la melancolía en sus ojos transformándose en sorpresa al encontrarse con la mirada penetrante de Romeo.
-Es hora pico. No hay transporte que llegue hasta acá -Romeo frunció el ceño, su voz engañosamente suave-. Ruégame, por el bien de nuestro matrimonio, y te llevo de regreso.
-¿De regreso a dónde? -Las palabras de Irene salieron como vapor en el aire frío.
La idea de regresar a Colinas Verdes casi la hacía considerar rogar, pero el temor a las intenciones ocultas de Romeo la detenía. Sabía que él interpretaría cualquier súplica como una señal de rendición ante el divorcio.
El rostro de Romeo se ensombreció.
-No hay transporte en kilómetros. Te vas a morir de cansancio o de frío. ¿De verdad crees que tienes opción?
La obstinación de Irene lo exasperaba. Solo le había ofrecido ayuda al verla abandonada por los Llorente, un acto de lástima que ella confundía con ruego. Como su esposo, él podía tratarla como quisiera, pero ver cómo otros la despreciaban despertaba su ira.
-Entonces prefiero morirme de… -Las palabras de Irene fueron interrumpidas por el rugido de un motor acercándose.
Un SUV se detuvo al otro lado de la calle. La ventanilla descendió revelando el rostro de David.
-¿Necesitas que te lleve a tu casa, Irene? -preguntó con voz cálida.
-Sí -respondió ella sin titubear.
Sin mirar atrás, Irene rodeó el Maybach y cruzó la amplia calle corriendo hacia el auto de David, dejando tras de sí el frío que emanaba de Romeo.
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